Es posible que la principal escena de Érase una vez en… Hollywood sea una en la que Sharon Tate (Margot Robbie) entra en un cine para ver una comedia que ella misma coprotagoniza, La mansión de los siete placeres (1968); la cámara nos muestra el rostro de la actriz en primer plano, dejándonos ver la alegría que siente al comprobar las risas que su interpretación provoca entre el resto de asistentes a la proyección.

Pese a la evidente importancia del momento -y a que, excepto en las funciones teatrales escolares, la cantidad de diálogos que un personaje tiene no necesariamente reflejan la importancia de su papel-, Érase una vez en… Hollywood ha sido tachada de misógina desde que, durante su presentación en el Festival de Cannes, una periodista del New York Times cuestionó a Tarantino precisamente por lo poco que Tate habla durante la película.

EL DESDÉN PASA FACTURA / El desdén con el que el director se sacudió la improcedente pregunta de encima sin duda ha contribuido a avivar la polémica, y a convertirla en la excusa perfecta para que muchos vuelvan a poner bajo sospecha la actitud del cineasta de Tennessee frente al sexo opuesto; sucesivos periodistas, opinadores y tuiteros han insistido en que sus películas normalizan la violencia contra las mujeres y se recrean en ella para regocijo del público masculino. Si la acusación resulta familiar es porque lleva persiguiéndolo desde hace 15 años.

UN AMIGO PROBLEMÁTICO / Sara Stewart, columnista del New York Post, publicó hace semanas un artículo en el que -tras recordar que Tarantino fue muy buen amigo de Harvey Weinstein y que durante el rodaje de Kill Bill (2003) puso la vida de la actriz UmaThurman en peligro- sentenciaba que «en el 2019, el mundo no necesita a un tipo como él». «Gracias a Dios que su décima película promete ser la última», decía días después por su parte una redactora del diario británico The Times. «Pronto será tan obsoleto como el videoclub en el que solía trabajar».

Ninguna de las invectivas publicadas contra la presunta misoginia del director, eso sí, ha hecho tanto ruido como una pergeñada por alguien llamado Roy Chacko para The Guardian, que lleva por título Por qué es hora de cortar con Quentin Tarantino. Para justificar lo que considera «la afición del cineasta a abusar de las mujeres», utiliza argumentos como la falta de presencia femenina en Reservoir dogs (1992) -película en la que, recordemos, todos los personajes relevantes sufren violencia extrema, todos ellos hombres- o el hecho de que, en Pulp Fiction (1994), Mia Wallace (Thurman) es apuñalada en el corazón con un chute de adrenalina que le acaba salvando la vida; si eso es un abuso, ¿no lo sería también lo que hace un cirujano en la sala de operaciones? Y aunque Chacko tiene razón al recordar que la protagonista de Kill Bill es violada, torturada y enterrada viva, se le olvida que es precisamente ese sufrimiento lo que le permite convertirse en la infalible máquina de matar hombres y mujeres que llega a ser después.

ELEMENTO IMPRESCINDIBLE / La violencia, al fin y al cabo, es elemento imprescindible del cine que Tarantino disfruta viendo y haciendo. Entre las abundantes mujeres que habitan sus películas hay mafiosas, asesinas, traficantes de drogas y espías, el tipo de papeles femeninos que antes apenas existían y que él ha contribuido a acomodar en el mainstream. Son personajes que viven en mundos brutales y, por tanto, son tan susceptibles de sufrir tantos abusos como sus homólogos masculinos. Basta con revisar las ficciones que protagonizan para darse cuenta de que en ningún momento se nos pide que sintamos lástima por ellas o que las veamos como víctimas necesitadas de protección. En su mayoría, son personas que han sido privadas de su poder y que harán cuanto sea para recuperarlo. Mientras decidimos si eso denota misoginia o quizá más bien feminismo, abajo repasamos algunas de las heroínas de las películas de Tarantino.