Nathan Hill (Iowa, 1978) tiene unas manos enormes y una mirada clara que apenas se enturbia cuando evoca los años oscuros en los que no sabía qué hacer con su vida y dedicaba su existencia a darle al joystick del videojuego de moda. Este descendiente de noruegos se ha convertido en el último niño prodigio de la literatura americana: con su debut novelístico, El Nix (Salamandra), no solo ha seducido a crítica y lectores, también a John Irving (su nada oculto modelo), que bendijo esta musculosa novela de 600 páginas sobre Samuel, un escritor fracasado que malvive en Chicago dando clases y siendo despreciado por sus alumnos mientras se refugia en los videojuegos. Todo echa a andar cuando la madre del protagonista, una hippy e izquierdista radical que lo abandonó de niño, aparece en la televisión intentando lapidar a un político republicano antiinmigración que se postula a la presidencia. ¿Les suena?

--Se pasó 10 años intentando escribir esta novela. ¿Cómo mantuvo ese empeño sin caer en el desánimo?

--Tozudez sería la palabra adecuada. Cuando empecé, mi objetivo era impresionar a los lectores porque era un tipo desesperado por lograr la aprobación de los demás. Pero no ocurrió y me sentí fracasado. Además, el primer borrador desapareció en mi apartamento de Nueva York que unos ladrones desvalijaron.

--Eso parece terrible, pero quizá pueda considerarse una oportunidad.

--Entonces no lo vi así. Pero aquella crisis hizo que, lejos de buscar gratificaciones ajenas, me pusiera a escribir porque sí, como otros cultivan su jardín. Nadie hace eso pensando hacerse famoso. De ahí que mi libro acabara siendo un ejercicio que valía la pena aunque nunca se publicara.

--Suele decirse que en una primera novela el autor intenta meterlo todo.

--Es algo que me han criticado en Estados Unidos, pero a mí me gusta que en una novela haya tantas acciones y jaleo. ¿Conoce los libros de Harry Potter?

--¿Y quién no?

--En uno de ellos, Hermione tiene un bolso en el que con un hechizo cabe toda su biblioteca. En mi libro iba metiendo historias y nunca se llenaba. Los temas se iban agolpando y uniéndose como si estuvieran imantados.

--Cada generación cae en la tentación de escribir la gran novela americana. ¿Ha sido su caso?

--Yo no tendría la presunción de contar toda la historia de mi país, es muy grande. Me concentré en una esquina, los barrios periféricos del Medio Oeste, donde mi familia emigró desde Noruega. Es algo más personal.

--Pero eso no obvia que su historia también siga la evolución de la izquierda desde los disturbios de Chicago en el 68 hasta las manifestaciones de Wall Street. Y las conclusiones no sea muy alentadoras.

--Siempre me ha sorprendido que la generación que nos regaló los 60 también nos diera los 80 y con ello todos los problemas actuales. He conocido a activistas de los 60 que acabaron convirtiéndose en banqueros de fondos de inversión 20 años después.

--¿Ve salida para la izquierda?

--Tampoco me parecen mejores los que se quedaron en una especie de limbo tras sobrevivir al happy flower, despertando la compasión general. Lo que me sorprende es que, si querías ser radical y formar parte de la contracultura, no hubiera un camino de verdad. Cuando se acabó aquel movimiento, ya no tenías adonde ir y eso dice más del capitalismo que de la izquierda en sí.

--Para reflejar esos deseos y contradicciones ha creado un personaje, la superstar de la novela, que es Faye, la madre. Si usted en cierta manera es Samuel, ¿Faye es su madre?

--Nooo, no se parecen en nada.

--Me alegro por usted. ¿Se ha interrogado a sí mismo sobre el porqué de esa madre egoísta y exaltada?

--(Ríe) Quería escribir sobre la soledad y la alienación. Mis alumnos muestran gran incapacidad de mirarse a los ojos, siempre pendientes del móvil o el ordenador. Mi sensación era que estamos distanciándonos unos de otros. Y un hijo abandonado por su madre encajaba con el tema. No sé qué diría un psicoanalista.

--Que todo hijo debe cortar el cordón umbilical.

--Es la forma de crecer en su individualidad masculina. La soledad de Samuel es la mía porque mis padres se trasladaron muchas veces de casa por el trabajo de mi padre. Y cuando eres nuevo en la escuela te sientes aislado.

--Una forma de concretar esa sensación es la adicción a los videojuegos.

--De niño jugaba con mis amigos a Supermario Bros y era una actividad muy social. El problema es cuando estás deprimido porque, si todo te va mal, un éxito virtual es muy seductor. Así estuve durante tres o cuatro años hasta que me dije que tenía que dejarlo y pensar más en mi novela. Hoy odio el hecho de que me robase tanto tiempo pero también me ayudó a superar una etapa difícil.

--La leyenda del Nix, un espíritu noruego que encandila a los niños para acabar con ellos, encierra la clave del libro: cuidado con lo que deseas.

--Es una metáfora para explicar que los personajes buscan algo que parece un regalo y acaba siendo un castigo.

--El libro apareció antes de que Donald Trump llegara al poder pero es inevitable ver un retrato suyo en el gobernador Sheldon Parker.

--Me inspiré en muchos políticos republicanos, gente que se había desplazado radicalmente a la derecha y no se sentía obligada a mantener las buenas maneras. Y la realidad se puso a la altura de mi ficción absurda.

--Es fácil imaginar el libro como serie televisiva y la noticia de que la va a producir J.J. Abrams no sorprende.

--Estuve 10 años solo en una habitación y ahora colaborar en una serie y trabajar en equipo me parece estupendo. El primer episodio ya está escrito y el resto está planificado, estamos intentando hallar distribuidor.

--No les será difícil con Meryl Streep en el papel de Faye.

--Sí, es una suerte enorme. No me imagino mejor Faye que ella.