Falcones aguanta la respuesta, baja la cabeza, mira a la periodista y finalmente dice: «Tú puedes teclear sin problemas. A mí, si tecleo, me hace daño en los dedos», señalándose las yemas con expresión resignada. No hay imagen más elocuente de un escritor acosado por el cáncer que la de unas manos que duelen al escribir. Ildefonso Falcones, el autor superventas de éxitos como La catedral del mar, La mano de Fátima o Los herederos de la tierra, lo ha descrito a su dolorosa manera en la dedicatoria de su último libro, El pintor de almas: «Este libro lo inicié gozando de salud y, a consecuencia de una grave enfermedad, he puesto su punto final tecleando con mil alfileres clavados en las yemas de mis dedos». Acaba el epígrafe con palabras para los enfermos de cáncer y los que tienen que cuidarlos —y, escribe, aguantarlos—.

No paró de escribir Falcones —quizá otro lo habría hecho—, pero se resintió la disciplina, la mecánica de la escritura. «Unos días bien, otros mal, otros muy jodido», responde cuando le preguntan eso, cómo es escribir con cáncer. El escritor barcelonés tampoco ha renunciado a la promoción, que es cansada por defecto, sin enfermedad de por medio, y esta sinceridad de alfileres la imparte en un encuentro con periodistas en el lobby del Hotel Casa Fuster, en Barcelona. Se ve desmejorado, pero no hay rastro de renuncia en sus ojos, a pesar de que la pena es doble: en agosto perdió a un hermano, también por un cáncer. «Hay que pelear y hay que vivir. He intentado que esta enfermedad no influya en la trama y en el contenido de la novela, pero sí ha influido en la mecánica. Hay momentos en que no puedo escribir. El estado de ánimo lo tienes que dejar de lado, pero también tienes que hacerlo con tus hijos y con tu mujer».

Si «cada tecleo es un pinchazo», como explica el escritor, es del orden de miles los que ha tenido que soportar para terminar esta novela de 684 páginas que tocó punto final en abril pasado, y que Grijalbo acaba de poner en el mercado. Falcones es el escritor que es y su ambición, lo que es también. «Lo que pretendo ofrecer al lector es una trama atractiva, unas horas de lectura agradable, el disfrute», dice. El cóctel para ejercer esa seducción también lo tiene claro. «Amor, pasión, dinero, sexo, venganza, traición… Lo que tiene que ser una novela». En esta ocasión, puesto al servicio de una historia que tiene lugar en el marco de la Barcelona modernista y la Semana Trágica, porque «es un escenario maravilloso para desarrollar una historia», y también porque «no hay novelas centradas en el modernismo». Pero en parte también porque quería situar su historia en un periodo de explosiva creatividad; un periodo, reflexiona, opuesto al actual.

Una época involutiva

«Estamos viviendo una época involutiva y endogámica —se lamenta—. Cuando exaltas los valores de pertenencia a una comunidad no te abres al mundo, no estás pretendiendo ser universal. La exaltación de los valores nacionales implica siempre una involución cultural». Que sitúa en las antípodas de la Barcelona de su novela, la de Dalmau Sala y Emma Tàsies —los protagonistas—, la de la lucha obrera, la de la burguesía próspera, más que nada la de «la imaginación, la fantasía y la magia» de los «genios modernistas». «Toda esa creatividad se ha ido perdiendo. Pero Barcelona aguanta lo que le echen, ni queriendo conseguirán cargársela».

«Hay que pelear y hay que vivir», dice Falcones, que ya trabaja en otra historia, piensen lo que piensen las yemas de sus dedos. «La intentaré sacar a delante, aunque hay una espada de Damocles y la sensación de que un proyecto a largo plazo es algo complicado». Los lectores que lo animan son legión.