Cada dos horas y media, una mujer es asesinada en México. El número de feminicidios en este país se ha incrementado un 54% respecto al 2018, y en septiembre alcanzaba ya la cifra de 748 víctimas. En Argentina, de enero a octubre, la estadística refleja que una mujer ha sido ejecutada cada 27 horas, sumando así un número de 275. En Colombia, entre enero y agosto se han registrado 396. 148 en Perú hasta la fecha. 102 de Bolivia. 95 en Ecuador. 53 en Chile. 33 en Paraguay. Brasil ha sido incluido dentro de los 15 países con mayores tasas de asesinatos de mujeres del mundo por la OMS, con una cantidad de 1.173 vidas de mujeres segadas en el 2018. Y es más que probable que estos datos haya aumentado cuando este artículo se publique.

La violencia machista es un problema de ámbito mundial, uno de los delitos más globalizados, que no entiende de razas ni de condición social. El bombardeo en los medios informativos, en ocasiones, consigue el efecto contrario al deseado y la población se insensibiliza ante mujeres anónimas a las que se les quitan la vida día tras día. Tal vez por este motivo, un buen número de escritoras de América Latina, donde la tragedia es especialmente sangrante, llevan años tratando de visibilizar el problema a través de obras de ficción y no ficción. Gracias a sus historias, ayudan a que dejemos que ver un contador para ver a personas. Mujeres con nombre y apellido, con familiares y amigos. Les insuflan vida, para que podamos adentrarnos dentro de la complejidad de cada caso.

ENTORNO CERCANO

La estadística demuestra que en un alto porcentaje las víctimas son agredidas por alguien de un entorno cercano. Selva Almada (Entre Ríos, Argentina, 1973) publicó en el 2014 Chicas muertas (Literatura Random House) debido a la huella que dejaron en su vida tres feminicidios acontecidos en su adolescencia. Con 13 años, descubrió que habían asesinado en su dormitorio a una joven de 19 años a pocos kilómetros de donde vivía. En aquel momento, Almada aún pensaba que el domicilio familiar era un lugar de refugio en el que poder sentirse a salvo. Cuatro paredes que te protegían de las agresiones de asesinos despiadados. ¿Por qué, entonces, durante toda su vida habían insistido a las niñas en que no volviesen solas a casa, que evitasen los lugares desiertos u oscuros? Comprendió que esos espacios de protección eran tan solo una construcción ficticia, y que la conclusión lógica era pensar que no había donde poder esconderse.

Así lo demuestra Marisa Silva Schultze (Montevideo, Uruguay, 1956) en Siempre será después (Alfaguara, 2012), donde retrata el infierno del día a día de una mujer maltratada por su marido. Para que el efecto sea todavía más poderoso, sitúa la voz narrativa en boca del hijo de ambos. Un niño que es capaz de comprender más de lo que sus padres con toda seguridad esperan; que se niega a asistir a las visitas obligatorias con su padre que ha marcado el juez, que no quiere responder cuando este le pregunta si su madre se ve con otro hombre. Porque no hace falta ser adulto para saber cuándo una mentira a tiempo es necesaria. La guarida que debería ser el espacio doméstico se convierte en una cárcel debido a las constantes llamadas de teléfono o al incansable sonido del timbre de la puerta sonando hasta la extenuación noche tras noche. Silva Schultze consigue acercar el drama de la violencia machista, con un final en extremo doloroso a pesar de ser esperado.

QUEMADAS

El mejor modo de personificar la tragedia consiste, a veces, en despersonificarla hasta el extremo como hace Laura Rossi (San Miguel, Argentina, 1980) en Baldías (Erizo Editora, 2013). Una serie de mujeres desconocidas aparecen calcinadas en un baldío del conurbano bonaerense. A medida que aparece un nuevo cuerpo, la atención dedicada por la policía y los medios es cada vez menor. Los vecinos de la zona tan solo quieren seguir adelante con su vida, y la zona se convierte en una suerte de escombrera donde depositar los cuerpos. Ni siquiera tienen un rostro con el que la gente pueda empatizar, ya que se han convertido en un pedazo de carbón. Nadie parece echarlas de menos, a nadie le faltan. Rossi nos explica el contexto bajo el que escribió esta novela: "Cuando escribí 'Baldías', no se hablaba de feminicidio como lo hacemos ahora. Pero en Argentina, morían mujeres quemadas cada vez con más frecuencia. Lo que me preocupaba en ese momento era la impunidad que implicaba el fuego. Y eso no ha cambiado. La violencia escala a un ritmo que no parece tener solución. Creo que la ficción va a permitirnos tener otra mirada respecto de este fenómeno, una que quizás ayude a salvarnos. Por eso, sigo escribiendo".

Respecto a la denuncia de la desidia policial, Dolores Reyes (Buenos Aires, Argentina, 1978) escribe Cometierra (Sigilo, 2019). Los familiares de mujeres desaparecidas, desesperados por la falta de implicación de los cuerpos policiales, recurren a Cometierra, una adolescente que es capaz de ver a las víctimas gracias al ritual de comer tierra de su entorno cercano. El elemento sobrenatural dota la trama de una crudeza difícil de introducir de otro modo, gracias a las visiones de la protagonista. Reyes plantea una realidad que no por feroz es menos cierta: todos aquellos que acuden a solicitar la ayuda de la joven, se presentan en su casa sabiendo que lo que en realidad buscan es un cadáver. Pero necesitan ese momento de paz que supone enterrar a los muertos en un lugar conocido.

MUERTE EN VIDA

La violencia machista no siempre termina en asesinato, aunque a veces sí en una cierta muerte en vida. María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) en su relato Grita de la antología Tranquilas (Lumen, 2019) narra una serie de abusos sufridos a lo largo de su vida, incluida una violación en un motel. Esa clase de violación que se cuestiona y se pone en tela de juicio, ya que Ampuero había quedado de manera voluntaria con ese hombre. Un tipo de agresión que el movimiento #cuentalo promovido en abril del 2018 por la periodista Cristina Fallarás dejó claro que es más habitual de lo que podríamos pensar. Según declara la misma Ampuero: "La primera violencia contra las mujeres arranca cuando nos enseñan que ser bellas es más importante que cualquier cosa. El modelo de belleza impuesto es inalcanzable, si cumples con uno no cumples con 100, la meta es movediza y se va alejando para que nunca puedas alcanzarla. Hacen que toda nuestra vida sea un ejercicio inútil de persecución y, mientras tanto, generamos inmensas cantidades de baja autoestima y de frustración. Las mujeres que no se quieren a sí mismas son fácilmente destruibles. La obsesión con la belleza, además, y lo fácil que es juzgarnos hace que para los hombres no seamos más que maniquís, cosas".

Al igual que Ampuero, Belén López Peiró (Buenos Aires, Argentina, 1992) narra en Por qué volvías cada verano (Madreselva, 2018) las violaciones a las que fue sometida a manos de su tío cada verano cuando volvía al pueblo de su madre desde los 13 a los 17 años. Estamos ante una novela con múltiples voces, desde su relato en primera persona, a lo que pensaron sus familiares al enterarse del suceso, y las declaraciones judiciales cuando se interpuso la denuncia. El lenguaje escogido es crudo y directo, sin veladuras que hagan dudar al lector sobre qué está leyendo. Este tipo de narraciones, como ha declarado López Peiró, sirven para que muchas mujeres se sientan identificadas con ese relato y que algunas incluso se animen seguir sus pasos y no silenciar estos delitos.

VIOLACIÓN Y TRÁFICO DE PERSONAS

Si sumamos violación y tráfico de personas, tenemos uno de los mayores exponentes en cuanto a violencia machista se refiere. Quizá una de las narraciones más duras al respecto sea Le viste la cara a Dios (Sigueleyendo, 2011), una reescritura de Gabriela Cabezón Cámara (San Isidro, Argentina, 1968) del cuento de la bella durmiente. En una segunda persona devastadora que le narra a la protagonista su propia desgracia, recorremos la vida de Beya Durmiente y el mundo del proxenetismo, así como el maltrato desmedido al que se somete a las víctimas de trata de blancas. Para recrudecer el mensaje transmitido por Cabezón Cámara, en el 2013 realizó una adaptación a novela gráfica gracias a la colaboración del ilustrador Iñaki Echeverría, quien logra aportarle más dureza a la historia y consigue no caer en la pornografía gracias a que la fuerza del texto prima sobre la imagen.

Florencia Etcheves (Buenos Aires, Argentina, 1971) fue presentadora de los noticiarios El Trece y Todo Noticias desde 1994 hasta el 2018. Fue una de las grandes activistas de la campaña #NiUnaMenos, y es una firme defensora de la renovación de la ley del aborto en su país. Por todo ello no sorprende su compromiso desde la ficción con determinados temas. En Cornelia (Planeta, 2016) denuncia la esclavización de las mujeres que son obligadas a prostituirse, e incluso pone en tela de juicio a quienes recurren a este tipo de servicios, favoreciendo así que se perpetúen. Enlaza este tipo de abusos con los casos de desaparición que, en numerosas ocasiones, esconden detrás un delito de trata de seres humanos.

NO FICCIÓN

Lorena Álvarez (Lima, Perú, 1984) con No te mato porque te quiero (Planeta, 2018) y Primero muerta. Asesinos de mujeres en el Perú (Planeta, 2019), y Teresina Muñoz-Nájar (Lima, Perú, 1955) con Morir de amor (Aguilar, 2017) abordan el problema de los feminicidios en Perú desde la no ficción. Álvarez habla con la mirada de alguien que ha sufrido agresiones a manos de su expareja. Por ello, tal vez, se centra en mostrar tanto la dificultad burocrática de interponer una denuncia, como el análisis pormenorizado de las mentes de los asesinos de mujeres más violentos de los últimos años. Muñoz-Nájar escoge cuatro casos en concreto para exponerlos y que de ese modo el lector pueda identificarse con los relatos de esas víctimas.