Quienes vivimos en un mundo en el que se nos oye (y yo soy mujer, pero tengo voz: trabajo en radio, escribo una página entera en un periódico) corremos el peligro de pensar que nuestro discurso es unívoco. Que solo existe una manera correcta de ver el mundo y de actuar socialmente, ya saben: «Y vio Dios que era bueno». «Es muy frecuente que, cuando se trata de sectores vulnerables -escribe Dolores Juliano-, no se considera necesaria ni adecuada la participación de las personas implicadas en el diseño de las políticas que les afectarán». Se otorga poca credibilidad a las mujeres en general, pero siempre a algunas más que a otras y a otras mucho menos: a mujeres presas, a mujeres trans, a prostitutas, a mujeres sin hogar, a mujeres maltratadas, a mujeres discapacitadas.

En el grupo de teatro de Guareña hay mujeres discapacitadas. Plena Inclusión trabajó con Karlik Danza. Francisco Blanco ha montado Espaciotrece, que nació del grupo de Aprosuba. Cristina Morales ganó el Herralde y el Premio Nacional de Narrativa con Lectura fácil.

Pero qué poco nos fijamos en las demás.

Esta semana, la comunicadora Paula González, de The Vegan Agency, animaba a las científicas y a las deportistas a que se crearan su página web y recogía las palabras de Gringa Vieja en Twitter: «La falta de variedad de referentes nos ha hecho ver muy claros qué vidas no queríamos, pero nos ha mostrado pocas (y no siempre deseables) alternativas».

«No quiero terminar como mi madre». «No quiero aguantar en una relación, como mi abuela, que no tenía dónde caerse muerta». Y conminaba: «Abríos una página web. Alimentadla. Compartid vuestros logros. Que os lean las niñas de 12 y de 16. O las señoras de 80 que no han tenido la oportunidad que tenéis vosotras. Que cuando les pregunten a esas canijas no puedan solo decir: ‘No sé si quiero ser ama de casa o enfermera’. Que puedan ser específicas y responder: ‘Me quiero dedicar al estudio de la bioética en el movimiento de derechos animales’ o ‘a resolver el problema de la contaminación en las ciudades mediante modelos matemáticos que neutralicen las emisiones de CO2’, por ejemplo».

No tuvimos referentes tan específicos. Mi sobrina mayor, que no es mi sobrina, pero como si lo fuera, me sorprendió hace un par de años diciéndome que quería estudiar Bioquímica y le tuve que pedir que me explicara qué era eso y qué áreas de acción tenía y cómo se aplicaban los conocimientos porque mis referentes eran Económicas, Derecho, Biblioteconomía y Documentación, Magisterio y Biología o Psicología y poco más, mire usté.

Podría haber buscado algo más, pero no sabía qué tenía que buscar, ni dónde tenía que buscar.

Y, de pronto, en muchos de nuestros pueblos, hay grupos de teatro. Y comienza a verse un poco de luz, de cierta normalidad anormal con mascarillas, salvo si uno ha perdido a alguien por el coronavirus, que entonces no hay normalidad posible porque hay duelos que no se acaban nunca.

Comienza a verse la luz, poco a poco, aunque haya gentes del mundo de la cultura que se vayan a quedar por el camino. Regresa la Orquesta de Extremadura a los escenarios, regresa el Escénicas a mediados de mes, regresan los conciertos de los jardines de Casa Pedrilla y aunque haya razones de salud pública que están en el resto de las cancelaciones de festivales, obras de teatro populares (esta semana, El Alcalde de Zalamea) y macroconciertos, poco a poco vamos recuperando un atisbo de la vida que perdimos.

Se echa de menos, incluso aunque el teletrabajo tenga la ventaja de que puedes estar viendo a tus gatos dormitar cerca de ti.

Y abren los cines. Hemos asistido a muchísimos festivales on line. Nos han contado historias. Sobre todo, por videocámara y me juego el cuello y no lo pierdo a que hay quienes están explorando todas las posibilidades de las distintas formas de comunicación que hemos encontrado durante el estado de alarma para incorporarlas a poemarios (como antes pasó con las cartas, los correos electrónicos, el teléfono, la mensajería instantánea), a películas (pensábamos que la distopía iba a provenir solo de un cambio climático que muchos no acaban de creer), a obras de teatro.

Cuando nos podamos juntar más, deberíamos juntarnos más. «Lo que planteamos es que la cultura sea la herramienta de transformación con la que volver a hacer activismo ciudadano: activismo a través de las asociaciones de vecinos, asociaciones de jóvenes... las asociaciones con las que este proyecto tiene que trabajar». Eso ha dicho esta misma semana Ángel Calle, director de la Aexcid, la Agencia Extremeña de Cooperación al Desarrollo, que propone «murales con objetivos». Se realizan dos: uno, una artista sola (en esta ocasión, en Cáceres, Doa Oa) y otro con los vecinos. ¿Podría servir la cultura para lograr un hermanamiento? ¿Podría servir para que otros tomaran las voces? ¿Para que aprendiéramos a escuchar otros discursos, aunque no concuerden con la idea que tenemos de ciertos temas o de ciertas personas que también tienen mucho que decir pero no se consideran víctimas ni menores de edad?