La escritora vasca (Bilbao, 1974) reflexionó en una conversación telefónica con Diario de Ibiza sobre la crisis del coronavirus y las posibles conexiones que se pueden establecer entre esta situación, la crisis económica y la que vive la protagonista de su última novela, De la melancolía Planeta)

--Primero de todo, ¿cómo lleva el confinamiento?

--Sorprendentemente bien y creo que la clave está en que hace unos seis años tuve una crisis, muy diferente a esta, pero también muy intensa. Tuve una depresión y aprendí a manejar la ansiedad y la incertidumbre mucho mejor de lo que lo hacía hasta entonces. Por eso ahora me he encontrado mucho más preparada. Independientemente de la empatía con quien está sufriendo, del número de muertos y de personas que han perdido a familiares y del miedo lógico por quienes quieres; lo que a mucha gente le está pasando factura, que es cómo llenar el tiempo, cómo enfrentarse a lo desconocido o cómo controlar la ansiedad, yo ya lo tenía más trabajado. Luego está lo de aislarme bien mentalmente. Hay momentos en los que la concentración me falla, sobre todo para escribir, pero hay muchas otras cosas que puedo hacer. Estos días me he dado cuenta, sobre todo comparándome con gente que lo está pasando un poco peor, de hasta qué punto lo que ocurre dentro de tu cabeza es más importante que lo que ocurre en el mundo para mantener el equilibrio.

--¿Qué es lo que quiere decir exactamente?

--Quiero decir que, frente a lo que está ocurriendo, una de las sensaciones más frecuentes es la de la impotencia, sobre todo, para quienes no podemos hacer algo de forma activa, quienes no trabajamos ni como políticos, ni como sanitarios ni como trabajadores de primera línea. Ante esto, lo único que podemos hacer es mantenernos mental y emocionalmente lo más sanos posible, sin dejarnos llevar por la desesperación, la rabia, la tristeza o el miedo, que es un enemigo que lo erosiona y lo mata todo.

--¿Qué lecciones cree que sacaremos de la crisis provocada por el coronavirus?

--Sacaremos dos niveles diferentes de conclusiones, sobre uno tenemos más control que sobre el otro. Como sociedad es imprevisible. Es muy probable que se intente, en algunos casos, reparar los daños, y, en otros, olvidarlos rápidamente. Aquí quien es más optimista pensará que aprenderemos de las lecciones y el que lo es menos pensará que no, que esto agravará dificultades. Pienso que hay una gran oportunidad para solventar errores. Hay cosas que se pueden lograr que me resultan evidentes: el refuerzo de una economía mucho más cercana y más humana; la implantación del teletrabajo en combinación con un cuidado mayor de lo privado o la revalorización de los derechos de algunos colectivos como el personal sanitario. ¿Podremos conseguir un cambio más allá de eso?, dependerá mucho de en qué estado económico quedemos.

-- ¿Y a nivel particular qué cree que podemos aprender?

--Es desde el yo, desde la familia, desde ese núcleo pequeñito, donde sí se puede empezar a introducir cambios. Hay muchas cuestiones sobre las que pensar: qué no había resuelto hasta hora; a quién no le dije adiós; a quién he valorado y a quién me he dado cuenta que no soporto; realmente quiero este trabajo o me estoy matando por conseguir objetivos que de pronto han dejado de tener sentido... Esa reflexión me parece interesantísima y si la logramos hacer a nivel un poco más grande, de pueblo o de ciudad, las conclusiones que podemos sacar son valiosísimas. Ahora, es un trabajo personal y a nada nos resistimos más que al cambio.

--¿Qué efectos puede tener esta crisis en la labor literaria?

--Contar una historia diferente cuando todos hemos vivido la misma supone un desafío intelectual. La ventaja que teníamos hasta ahora los escritores es que mirábamos en lugares y en aspectos en que nuestra sociedad no había reparado, pero ahora hemos pasado todos por una experiencia muy intensa bastante larga, con una evolución emocional muy similar y mucha gente va a querer contar esta historia. Por otra parte, vamos a vivir una gran crisis cultural, que está ya viéndose, pero también para quienes nos dedicamos a la creación esto va a suponer cambios muy interesantes: de medio, de metodología de trabajo y de encuentro con el lector...Yo, que soy una optimista combativa, es decir, que pienso que las cosas salen bien si se pelea por ellas, creo que, si tenemos la suficiente capacidad como para abordar temas nuevos, van a ser tiempos muy interesantes. Ahora, esto no se logra sin sufrimiento y reflexión.

--Precisamente en su nueva novela ‘De la melancolía’, que salió el año pasado, habla de crisis, una, económica, y la otra, personal, la de la protagonista, Elena, que sufre una depresión. ¿Qué le llevo a abordar esos temas?

--Creo que desde mi primera novela, Irlanda, hace 22 años, hasta la última hay un hilo conductor: Siempre hablo de aquello que la sociedad y que el o la protagonista no quiere contar, de la parte oscura, de aquello que nos avergüenza. En De la melancolía sigo una línea muy parecida a la de mis anteriores novelas. Arranca con una protagonista que creía que su vida estaba atada y estable y que, de pronto, siente cómo se tambalea por completo por unas circunstancias que cambian y tiene que volver a pensar quién es. Ese conflicto, que aparecía también en Melocotones Helados, pero de otra manera, es el que ahora mucha gente va a tener que plantearse. Y en este caso, así como en otras obras presentaba una visión más oscura, aquí, sin embargo, la protagonista va hacia una solución, hacia una salida.

--Tratando temas tan duros, ¿cómo consigue escribir una novela esperanzadora?

--Quería mandar ese mensaje y premiar a la protagonista porque hace todo lo que puede. Por otro lado, estaba en un momento vital en el que quería contar historias que llevaran a la esperanza. Yo no me planteaba escribir esta novela hace unos años. Surgió de una manera peculiar para mí. Cuando estaba en plena promoción de Para vos nací, el libro que escribí sobre Teresa de Jesús, hablando de los problemas mentales que ella había tenido, comenté que yo había pasado por una depresión. Cuando hablaba en las conferencias de esa experiencia y de las lecciones valiosas que saqué los asistentes me pedían una historia en la que abordara eso. Yo no quería hablar del tema de una forma trivial ni autobiográfica. No me interesa qué me pasó a mí, sino que nos pasa como sociedad, por eso Elena no soy yo aunque afronte algunas cosas que yo he pasado. Lo que no me imaginaba es que nos íbamos a tener que enfrentar a una segunda tanda de problemas.

--Apostó por la literatura desde muy joven y ya con 23 años publicó su primera novela, ‘Irlanda’. ¿Qué le llevó por este camino?

--A mí me gustaba escribir, pero de adolescente no me planteaba publicar porque no sabía cómo hacerlo. En mi entorno no existía nadie que me pudiera dirigir hacia eso. Lo que sí tenía claro es que si no tenía obra nadie me iba a publicar. Así que me pasé desde los 16, que empecé a escribir en serio, hasta los 23 creando esa obra. Estudié en la universidad Filología inglesa y me titulé en Edición y publicación de textos. Aunque parece que fuera muy rápido, para mí fue todo un proceso. Yo lo que tenía claro es que me quería dedicar lo más posible a la literatura y si podía convertirla en mi profesión, mejor, pero no pensaba que pudiera dedicarme a ello tan pronto. Con el premio Planeta todo se aceleró.

--¿Cómo le marcó el hecho de ganarlo con solo 25 años?

--Hizo que tuviera que readaptar todo lo que había pensado para mi carrera profesional. Había encontrado un nicho en la edición y en la traducción, pero mi objetivo era poder vivir de publicar y, de pronto, ya estaba. Tenía una oportunidad mediática y de distribución de mi nombre y de mi obra impresionante. Venía ya del mundo de la música y la idea de que se me fuera la cabeza por la fama era improbable porque tenía muchos ejemplos de personas que habían destrozado su carrera por tomar malas decisiones. Decidí tomarlo como una oportunidad consolidar cuál podía ser mi futuro dentro del mundo literario.