Genio y figura", dice de sí misma, al final de la entrevista, Nuria Espert. Porque a los 75 años no parece haberse apartado apenas de una cierta idea del teatro (de grandes textos, con personajes exigentes y extremos) que la ha convertido en una de las intérpretes más destacadas de la escena española a caballo entre dos siglos. Y no da la impresión de que huyan las fuerzas de su aparente cuerpo frágil. La voz confirma algo de esa edad de 75 años. Suave, lenta en la pronunciación, pero dispuesta a transformarse esta noche (21.00) en la sala Trajano de Mérida en la de un violador, en la de la víctima, en la de marido ultrajado, en la de un ciudadano romano y la de la narradora de La violación de Lucrecia .

Shakespeare de nuevo. Pero un Shakespeare casi inédito. Extremo, como la Espert, desde su casi adolescente Medea de 19 años, a la Abbie Putnam de Deseo bajo los olmos ("uno de los personajes más difíciles del teatro") de los 24, o a las sucesivas encarnaciones extremas de su carrera (Salomé, Electra, Yerma...), propias de una diva que no ejerce de diva en la corta distancia, pero que carga con ciertos derechos a regirse de modo más libre en su carrera. Por ejemplo, el derecho a montar la obra de Shakespeare, que no es teatro, sino un largo poema de 1.855 versos, que ella ha comprimido en 826. Necesitaba, claro, un productor. "Se lo dije a Juanjo Seoane y antes de terminar ya había dicho que sí". ¿Cómo negarse a una propuesta algo suicida como esta?

La actriz venía de dos actuaciones extremadas: la caricaturesca de Hay que purgar al bebé , de George Feydeau, y la trágica de La casa de Bernarda Alba , de Federico García Lorca, que estrenó bajo la dirección de Lluís Pasqual.

Y para su nuevo trabajo no se iba a desviar de esa línea de exigencia y riesgo que constituye su carrera. "El reto me lo busqué yo. Había leído La violación de Lucrecia varias veces en mi vida, pe

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