Los logros cinematográficos de Xavier Dolan (Montreal, 1981) no tienen parangón; no se conoce ningún otro director capaz de escribir y dirigir ocho largometrajes de éxito internacional antes de cumplir los 30, la mitad de ellos protagonizados por él mismo. El último, Matthias & Maxime, es la historia de dos amigos de infancia que acceden a participar en un cortometraje en el que deben besarse, y que tras hacerlo sufren un terremoto sentimental. Antes de su llegada a los cines, recientemente pospuesta, la película se preestrena hoy Filmin (20.03 horas), donde estará disponible hasta el domingo 29.

-¿Está de acuerdo en que, entre todas sus películas, Matthias & Maxime es la menos melodramática?

-Sí. Yo soy una persona muy propensa al melodrama, pero esta vez he querido hacer una película más tierna, más apacible. En mi cine los personajes suelen expresar sus sentimientos a gritos, y en Matthias & Maxime he preferido mantener cierto misterio emocional. Quizá sea porque he madurado, o quizá porque esta es mi película más personal.

-¿Lo es?

-Creo que sí. Nació del deseo de trabajar con mis amigos, para transmitirles mi gratitud y mi afecto. Durante mi juventud me sentí bastante solo; el éxito temprano me llevó al aislamiento. Hace cuatro o cinco años, sin embargo, conocí a algunas personas con quienes podía ser simplemente Xavier. Estoy enamorado de mis amigos, les tengo un amor romántico. Nos abrazamos mucho, nos besamos, hay mucho contacto físico, aunque no sexo. Para mí, mi grupo de amigos es el lugar más seguro del mundo.

-En todo caso, el beso que activa la peripecia narrativa de la película no es un mero gesto de amistad, sino la manifestación de un amor platónico, o de una homosexualidad reprimida...

-Para mí, Matthias & Maxime no es una película gay, del mismo modo que Love story o Titanic no me parecen historias de amor heterosexuales. Ni Matthias ni Maxime cuestionan su sexualidad, no consideran que su sentimiento mutuo sea un amor gay, aunque sienten algo perturbador y desestabilizador. Yo conozco esa sensación perfectamente. Me he cruzado con muchos hombres que querían acostarse conmigo y que, pese a ello, me dijeron: «No puedo hacerlo, yo no soy gay».

-Maxime, el personaje al que usted encarna, tiene una enorme marca de nacimiento en el rostro que condiciona su relación con los demás. ¿Por qué decidió dotarlo de ella?

-Porque yo mismo he vivido acomplejado por mi propia marca de nacimiento. Soy muy bajito, y no dejo de pensar en lo distinta que habría sido mi relación con el mundo de haber medido seis o siete centímetros más. De hecho, creo que empecé a hacer películas para sentirme más grande. Sin embargo, durante años me sentí aún más pequeño.

-¿En qué sentido?

-Me costó mucho sentir que era parte del mundo del cine. Al principio los otros directores me hacían sentir que no era uno de ellos; en las galas y actos públicos me ignoraban. Y yo era muy joven, irritable y arrogante. Estaba convencido de que todo el mundo me despreciaba.

-Su película anterior, The death & life of John F. Donovan (2018), fue la más ambiciosa de su carrera, y la más vapuleada por la crítica. ¿Cómo le afectó?

-Habrá quien piense que he hecho, que es una película más pequeña y hecha entre amigos, para curarme las heridas causadas por aquella experiencia. Pero no es cierto, porque estoy habituado a las críticas crueles. Llevo diez años recibiéndolas.

-¿Cómo lidia con ellas?

-Siempre he sido mi juez más severo. ¿Soy suficientemente bueno? Antes, además, leía todo lo que se escribía de mí, y me llegué a convertir en un esclavo de todo ello. La crítica dice que soy un narcisista, que solo hago películas para para nutrir mi ego. Durante años eso me dolió mucho, pero ya no. Ya no me preocupo tanto por complacer ni tengo tanto miedo a decepcionar.