Ya van cuatro, la última por supuesto, en 3D. Puede que la primera Resident evil estuviera bien, tuviera atmósfera y barajara con equidad las secuencias de acción con los momentos de terror viscoso, pero la segunda entrega repitió la fórmula sin aportar novedad alguna, la tercera transitó los parajes de la serie B con menos ambición y esta cuarta, apuntalada en una tridimensionalidad opaca --¿puede el 3D carecer de verdadero relieve?-- funciona por pura, simple y llana acumulación de efectos a lo Matrix, legiones de zombis, estética fiel al videojuego original y nula capacidad para crear lo mínimo que se puede pedir a un producto de estas características, atmósfera y tensión.

La película realizada por Paul W.S. Anderson, firmante también de la primera entrega, tarda mucho en entrar en materia. Después se reduce a dos acosos en escenarios cerrados, un gran edificio sitiado por los no muertos y un barco de mercancías donde opera el villano cibernético de la función.

El personaje encarnado por Milla Jovovich sigue con su cruzada personal contra la nefasta corporación Umbrella, salvando humanos del virus que asola la Tierra. La escenografía es pobre y los efectos especiales están, salvo algún buen detalle, por debajo de este tipo de películas. Las tipologías brillan por su ausencia y el grupo queda constituido como siempre por la heroína, un par de blancos, un negro, un asiático y un hispano que encarna, ay, Sergio Pérez-Mencheta. Hay mucho rostro televisivo (el de Ali Larter, de Héroes , que ya aparecía en la tercera entrega, y el de Wentworth Miller, carismático protagonista de Prison break que aquí aparece también entre rejas) y una sensación de desgana total.