Charlotte Wood tenía 50 años y una respetable trayectoria como escritora cuando en el 2015, desde el otro lado del mundo, en Australia, su última novela, En estado salvaje (Lumen), empezó a hacer sonar la alerta de que se trataba de un libro impactante. Esta fábula feroz con ecos de George Orwell y paisajes a lo Mad Max está habitada por 10 hermosas jóvenes encerradas en un lugar desértico sometidas a sus captores y es una alegoría sobre cómo el modelo patriarcal ha utilizado históricamente el cuerpo de la mujer. Algo no muy alejado de lo que Margaret Atwood contó en El cuento de la criada.

No hay nada de oscuro y torturado en el trato personal de Wood y ante sus explicaciones cabe mostrar el asombro de muchos de sus amigos cuando decidieron finalmente leer ese libro, que va camino de convertirse en una película. «Me decían: ‘El otro día cenamos juntos y parecías normal’», recuerda ella riendo. La autora tampoco tiene muy claro qué es lo que le ocurrió exactamente cuando se puso a desarrollar esta historia terrible. «Tenía la sensación de haberme tragado todas esas actitudes envenenadas contra las mujeres y haberlas escupido en la página. Para mí fue una especie de catarsis».

Hay un germen en esta historia y lo peor es que no se trata de ninguna fantasía. La autora supo de un lugar en Australia que en los años 60 y 70 recluía a jóvenes con la idea de protegerlas, aunque en realidad funcionase como una cárcel en la que se castigaba a las mujeres «expuestas a un delito moral» por haber denunciado maltrato por parte de hombres.

Ese runrún argumental funcionó como el detonante de una violencia soterrada que la escritora seguía percibiendo a su alrededor. «Todavía hoy, una denuncia por acoso puede suponer para una mujer la pérdida de su trabajo. Así que decidí ubicar esa idea en un potencial futuro».

El motor de esta historia desasosegante es una mirada feminista de la que se ufana y matiza: «Pero no se trata de un feminismo intelectual, que es el mío propio, sino de uno más desconocido, visceral y primitivo, cargado de símbolos extraños de la feminidad como las muñecas, la fertilidad de los conejos, el nacimiento, el pelo rapado de las chicas y, naturalmente, la sangre». Asegura que le ha llevado muchos años entender cuánto miedo puede dar el cuerpo de una mujer a algunos hombres y cuánto puede llegar a odiar por ello una mujer su propio cuerpo. «Ahí está Trump despreciando el cuerpo de las mujeres. Él es lo suficientemente maleducado como para expresarlo en voz alta, pero es un sentimiento muy extendido».

Wood espera que las jóvenes de hoy sean más libres de lo que fue ella: «Creo que hoy en día hay mucha supervisión, mucho más control respecto a lo que se supone debe ser el cuerpo de una mujer. A las adolescentes no les importa exhibirse en las redes sociales imitando las poses de las modelos. Allí son vigiladas por su aspecto constantemente».

La principal complicación para Wood fue de qué manera mostrar la violencia sin que el resultado se convirtiese en un espectáculo. «¿Cómo explicar la violencia contra las mujeres sin que yo misma explote con ello a las mujeres? En el libro, esa violencia es más bien una amenaza más desconcertante que si la mostrara explícitamente. Yo quería proteger al lector, pero no podía hacerlo del todo porque estoy mostrando la misoginia».