En un dorado exilio. Así ha muerto Humphrey, el gato que pasó algunas de sus siete vidas en Downing Street. De origen incierto y ascendencia desconocida, la carrera de Humphrey arrancó bajo la protección de la primera ministra conservadora Margaret Thatcher.

La dama de hierro lo adoptó tras verlo merodear cerca de la residencia oficial. Como en las novelas de Dickens, la suerte de Humphrey dio un vuelco. De la noche a la mañana pasó del duro asfalto a las mullidas alfombras por las que pisaban los grandes de este mundo.

Cuando Thatcher tuvo que marcharse, su sucesor, John Major, heredó al felino como una parte más del patrimonio nacional. Los años pasaron con alguna escapada esporádica, pero sin sobresaltos. Humphrey debió pensar que sus días terminarían ronroneando por los pasillos de la mansión. Se equivocó. Seis meses después de la victoria laborista en 1997, Cherie, la mujer de Tony Blair, decidió que bastante tenía con sus hijos y le envío a pasar unas largas vacaciones a una residencia. El equipo de Blair señaló que Humphrey sufría una dolencia hepática.