El pasado junio, Laurie Anderson informaba, esperanzada, en declaraciones a The Times , de la recuperación de su marido, Lou Reed, de una operación de trasplante de hígado, pero los buenos presagios se interrumpieron ayer bruscamente con la muerte del carismático cantante y guitarrista neoyorquino. Reed falleció a los 71 años, de causas no especificadas, dejando atrás un legado capital en el rock: precursor de un estilo y una ética ajenas a las corrientes dominantes, muy influyente en el punk y el campo alternativo, su obra es también referencial en la definición de un canon rockero adulto, con textos de calado literario.

Reed (Nueva York, 2 de marzo de 1942) fue, a finales de los 60, el pilar de The Velvet Underground, cuyos discos, poco celebrados en su tiempo, plantearon, inicialmente de la mano de un seducido Andy Warhol, una vía disidente a las hegemonías de la época (Beatles, Stones, idealismo hippie, rock ácido californiano) a base de un nihilismo que combinó la sensibilidad melódica con la exploración de vanguardia y el ruidismo. Pero el Lou Reed estelar fue un producto de los 70, esculpido en el álbum Transformer (el del Walk on the wild side ) y que él potenció cuidando su personaje de ángel negro del rock. Para la galería icónica queda su imagen simulando pincharse en escena, inmovilizando el brazo con el cable del micro, al cantar Heroin.

ESTRELLA INTELECTUAL Más famoso en Europa (países como Italia y también España) que en Estados Unidos, donde el consumo de su obra se limitaba al mundo cultivado y universitario, Reed se asentó como vendedor de tickets de conciertos en los 80, mientras su obra acusaba una tendencia tambaleante. Discos como The blue mask (1982) y New sensations (1984) eran notables, pero palidecían frente a los clásicos. Fue ganando volumen el Lou Reed intelectual y comprometido, que se enrolaba en giras de Amnistía Internacional (A conspiracy of hope, con U2) y presumía de sus citas con figuras como el presidente checo Vaclav Havel o el escritor Hubert Selby (autor de su admirada novela Ultima salida para Brooklyn ), inmortalizados en su libro Between thought and expression (1991).

Reed había estudiado humanidades en la Universidad de Syracuse, y se había sentido atraído por la literatura a raíz de las clases impartidas por el poeta y narrador Delmore Schwartz, a quien mencionó en My house . Así, en paralelo a su pasión por el sonido de la guitarra eléctrica, y a su sibaritismo de la distorsión, desarrolló una vocación por dotar a los textos de sus canciones de un fondo poético trascendente. Puso de largo esa ambición en el narrativo álbum New York (1989), un disco que supuso una nueva cumbre cuando ya pocos la esperaban, y al que siguieron otras dos obras álgidas: Songs for Drella (1990, dúo con el exvelvet John Cale a la memoria de Andy Warhol) y Magic and loss (1992). En el nuevo milenio, Reed espació sus lanzamientos y desconcertó a los fans: discos de música para meditación, espectáculos multimedia con Laurie Anderson en los que su perfil quedaba diluido y un discutidísimo doble disco a medias con Metallica (Lulu, 2011).

Hace un año, un dibujo de artista con barretina, firmado por Xavier Boronat, sorprendía a los visitantes del Facebook de Lou Reed. Un gesto irónico del músico, que en el 2007 leyó poesía catalana en Nueva York, con Anderson y Patti Smith. Barcelona fue plaza habitual de sus giras desde que, en 1975, actuó en el Palacio de Deportes. Repitió en ese recinto en 1979 y 1984, y se le pudo ver en Las Arenas (1980), o el Velódromo de Horta (1989. Ayer miles de fans de todo mundo lamentaban su muerte.