Estamos acostumbrados a la palabra. Pero anoche, en la representación de Fedra no hizo falta. Tan solo la expresión del cuerpo de la excepcional Lola Greco (Fedra) y el arte del singular Enrique Morente, hicieron las delicias de los presentes. Anoche se estrenó Fedra en la 55 edición del Festival de Mérida y rompió el escenario.

El director de la propuesta, Miguel Narros, ha sumado talentos para llevar esta Fedra al imaginario del flamenco. Lo había hecho ya en 1990 con la legendaria Manuela Vargas. Casi dos décadas después ha vuelto a rodearse de cosas buenas. El maestro madrileño ha decidido recuperar aquel espectáculo con un "lifting" llamado Lola Greco, en el papel de la reina enamorada de su hijastro, y un especial Enrique Morente a la guitarra. La voz de Estrella Morente, su hija, pone el broche a la la historia.

Algún toque más de novedad fueron los bailaores Amador Rojas (Hipólito), Alejandro Granados (Teseo) y Carmelilla Montoya (Ama). Además, el coro de bailarines y los guitarristas, tocando en vivo, jadearon al son de la tragedia materna y el playback de Morente.

Atractivo gitano

La técnica está inventada para desarrollar las emociones. Y eso es lo que tiene el flamenco de atractivo. El guión, firmado por el mismo Narros, está inundado con señas de identidad gitanas y de barrio, pantalones vaqueros y motocicleta incluidos; el canto y la ópera ´jonda´ de las emociones y los sentimientos, sin la palabra. Es un espectáculo de flamenco en el que los gritos ausentes, los lloros callados y las lágrimas silenciadas de la estupendísima Greco ahondan en sus pasos y zancadas. Y cómo lo borda.

En la coreografía, Javier Latorre, solista del Ballet Nacional de España y colaborador de Antonio Canales, fue el obrador de un cuadro de figuras controladas. Allí supo mezclar poses contemporáneas y baile lírico con el zapateo atronador. Como bien lo definió el Ama, Carmelita Montoya: "van a flipar" en el teatro extremeño.

El amor mata

Pero no solo el teatro hace grande a los que allí le actúan. Los actuantes, los cantantes y los escenógrafos supieron darle a la escena romana lo que se merece, haciéndola grandiosa y respetuosa.

El coro entra en escena con una figura triangular que rodea al hijastro Hipólito, el joven bailarín Amador Rojas, una vez que este describe y rechaza los delirios amorosos de su madre por él. Lo flanquean, lo miman, lo defienden. Y todo con un el fondo de Morente y su guitarra, con el taconeo de 24 pies en un tablao y las luces de contra del monumento. Al final de la escena una moto: su verdadera pasión, su escape, su sentencia de muerte.

El ama de Fedra canta por flamenco y ahí arranca su papel de madre del alma con el taconeo en solitario que cruza el tablado, eriza el pelo y llega a las almas. Es ella, el escudo de la grande, de la libre, de la osada y trágica Fedra. Al final, como en el mito griego, la tragedia termina con sagre --una cortina de hilo rojo bermejo--, locura --la madre escapa tras el hijo a galope de su moto-- y pasión destructora de un amor imposible.