Conocido en los anales de la cultura pop como la batalla de los sexos, el legendario partido que el 21 de septiembre de 1973 enfrentó a la por entonces número uno del tenis femenino, Billie Jean King, con el antiguo ganador de Wimbledon Bobby Riggs no fue tanto un acontecimiento deportivo como un circo. Aquella tarde, Riggs, de 55 años, accedió a la pista a bordo de una calesa empujada por neumáticas modelos; para sacar más tajada del partido, había firmado un contrato para promocionar una marca de caramelos -lo que le obligó a jugar todo el partido vistiendo una ridícula cazadora- y otro para publicitar una marca de aftershave famosa por una campaña publicitaria que mostraba a hombres practicando artes marciales con mujeres lujuriosas. King, de 29 años, lo hizo en un palanquín envuelto de plumas de avestruz, transportada por unos bigardos disfrazados de esclavos egipcios. Llevaba consigo un obsequio para Riggs: un cerdo.

El partido, emitido en directo en televisiones de todo el mundo, sigue siendo el más visto en la historia del tenis estadounidense. Considerado en términos deportivos, eso sí, fue un sopor. En todo caso, se convirtió en un referéndum de facto sobre la legitimidad de las mujeres para practicar deportes de competición y, en general, sobre sus derechos sociales. Por eso, resulta extraño que Hollywood haya tardado más de cuatro décadas en tomarlo como fuente de inspiración.

«En realidad, el tema de fondo es mucho más que un solo partido: el nacimiento del tenis profesional femenino», explicó la propia King en el pasado Festival de Toronto acerca de La batalla de los sexos, el biopic protagonizado por Emma Stone y Steve Carell que ahora llega a los cines. «Gracias a lo que conseguimos entonces, las mujeres pudieron empezar a competir y a ser celebradas más por su talento que por sus piernas», añadió. La película, en efecto, rememora los obstáculos que King y otras tenistas tuvieron que superar para demostrar que eran dignas de igual salario e igual respeto que sus homólogos masculinos -por entonces, ellos ganaban alrededor de ocho veces más-. Con ese fin crearon la actual Asociación de Tenis Femenino (WTA) y, así, allanaron el camino para la paridad a la que el deporte sigue acercándose.

DESCUBRIR SU SEXUALIDAD / Cierto tiempo después, King acabó siendo también uno de los primeros deportistas homosexuales en salir del armario. Dirigida por Jonathan Dayton y Valerie Faris (Pequeña Miss Sunshine, 2006), La batalla de los sexos muestra a la tenista iniciando un flirteo clandestino con una peluquera llamada Marilyn Barnett -con quien años después mantuvo una lamentable pugna legal- a pesar de su matrimonio y de la homofobia imperante. «Espero que el público entienda los desafíos que tuve que afrontar para descubrir mi sexualidad», aclara King, que ha participado en la película en calidad de asesora y permanece activa como defensora de los derechos de la comunidad LGTB. «Y si mi experiencia ayuda a que al menos una persona se sienta más cómoda dentro de su propia piel, habrá valido la pena».

Por lo que respecta a Riggs, en 1973 se había convertido en una excéntrica personalidad mediática dotada de un ego gigantesco y querencia a la provocación: solía decir que los hábitats naturales de las mujeres eran la cocina y la alcoba. Durante las semanas previas al partido, se dedicó a dejarse ver rodeado de animadoras y a exagerar públicamente su vena sexista. La película, eso sí, rechaza demonizar al viejo campeón. Más bien lo retrata como un bufón inofensivo, necesitado de cierta publicidad y, sobre todo, de dólares con los que financiar su ludopatía. «En realidad, era una bellísima persona», recuerda ahora King. «Fuimos amigos hasta que el cáncer de próstata se lo llevó hace 20 años».

El verdadero villano de la cinta es el promotor Jack Kramer, hombre fuerte del establishment tenístico en una época en la que el circuito femenino empezaba a ganar protagonismo. Las mujeres eran cada vez más rápidas y agresivas sobre la pista, y las audiencias empezaban a prestarles atención. Pese a ello, Kramer y sus socios seguían viendo el tenis femenino más como una curiosidad que como una verdadera competición. El partido, recuerda King, cambió muchas mentalidades. «Gracias a él, muchos padres se dieron cuenta de que querían que sus hijas tuvieran más oportunidades de las que sus hermanas y esposas habían tenido. El expresidente Barack Obama me dijo una vez que había visto el partido a los 12 años, y que hacerlo tuvo un impacto enorme en la educación que él y su esposa Michelle dieron a sus hijas, Malia y Sasha».

Sea como sea, La batalla de los sexos funciona asimismo como recordatorio de que las desigualdades salariales siguen irresolutas 44 años después. Después de todo, Emma Stone, la actriz mejor pagada del mundo, gana la mitad del sueldo del intérprete masculino mejor pagado, Mark Wahlberg -está claro quién ganaría en un hipotético duelo actoral entre ambos-. Y también el mundo del tenis sigue siendo escenario de actitudes anacrónicas. Hace solo cinco meses, después de que Serena Williams ganara el Abierto de Australia -por entonces estaba embarazada-, John McEnroe afirmó sin cortarse que en el circuito masculino la tenista como mucho ocuparía el número 700 del ranking. En ese sentido conviene recordar que hace 17 años estuvo a punto de celebrarse una nueva edición de la batalla de los sexos, en esta ocasión entre McEnroe y Williams, organizada nada menos que por el magnate y hoy presidente estadounidense Donald Trump. «El mundo actual es especialmente misógino», lamenta King al respecto. «Las mujeres hemos hecho muchos progresos, pero necesitaremos dos siglos más antes de lograr una igualdad verdadera».