Yo fui el peor jugador de rugby del mundo. Y eso cuando me dejaron demostrarlo, que fue nunca. Como infantil de la Unió Esportiva Santboiana siempre chupé banquillo, excepto un glorioso día en que a los del BUC les faltaba un jugador y me mandaron suplirle. A modo de sabotaje, supongo. En la foto del carnet de federado 83-84 luzco los ojos acuosos del corzo malherido que anhela la cuchillada final. El día que abjuré del rugby trinaron los pájaros en los árboles y cantaron los ángeles en el cielo, y ni combinados lograron ahogar los febriles vítores de mis compañeros de vestuario. El alfeñique palúdico con manos de calamar muerto que estaba hundiendo al club admitía su fracaso y colgaba las (vírgenes) botas.

Pero aquellos traumas trajeron estos deleites. Hoy en día puedo ver rugby y leer sobre él sin más alteración que un pasajero tic en el ojo izquierdo. Admiro la rudeza y los modales de los rugbistas, así como la dinámica, precisión y belleza plástica del juego. Y su historia. El rugbista Fermín de la Calle, tras 25 años escribiendo sobre ese deporte, nos invita con su atlas 'Con fina desobediencia' (Libros del K. O.) a un mundo de fraternidad, hostias, galeses patilludos y botes caprichosos.

--El rugby me recuerda al hardcore punk. Sirve para descargar en entorno seguro una agresividad que de otro modo llovería enjeta ajena.

--Oscar Wilde decía que el rugby era la mejor manera de mantener a treinta brutos lejos del centro de la ciudad. Yo he jugado con malotes que concentraron su violencia en el rugby, y que de no haberlo hecho habrían terminado mal. El rugby canaliza la agresividad. El rugby incluye a mucho rebotado de la FP, tipos que no tienen amigos, que son animales de bellota, que no se han hecho militares por un pelo… Pero esos tipos vienen al rugby y se les acaba reconduciendo, terminan los estudios, ganan amigos y autoestima. Y un código.

--El rugby acarrea una aureola romántica de firmeza y juego limpio de la que carecen otros deportes.

--Existe una cierta mitificación de los valores. El rugby también tiene cosas malas, como los puñetazos por lo bajini, y nunca se habla de ellos. Deportes como el balonmano, donde se llevan hostias iguales o mayores que nosotros, carecen de ese fino marketing rugbista. Muchos jugadores de rugby lo son también de balonmano, porque los dos deportes comparten biotipo físico. Pero ellos no tienen esa épica que los rugbistas han sabido vender.

--"El baile de salón es un deporte de contacto. El rugby es un deporte de colisión".

--El contacto es casual, la colisión es voluntaria. Siempre he jugado de 13, en los tres cuartos. Yo era el bruto de los rápidos; a quien se le da la pelota para que choque. Un día que hubo lesionados empecé a jugar de 6. Ser un 6, 'flanker', tercera línea de melé, te permite olvidarte de la pelota. Tu trabajo es limpiar 'rucks', si cae alguien entras y empujas a gente fuera, aseguras posición y ya está. Es la más anónima de todas las posiciones del campo. Pero te enseña a hacer cosas por el equipo, a hacerlas bien y con humildad.

--¿Qué enseña el rugby que uno se pueda llevar fuera del campo?

--El rugby no me ha dejado que me rindiera. Me divorcié y vivo a 700 kilómetros de mis hijos desde hace ocho años. Se me murió un hermano de muerte súbita a los seis meses de divorciarme. Todo eso me sucedió en la época en que me reenganché al rugby. Lo que aprendí allí me lo llevé a la vida. Ser un tipo de 36 años y jugar con mozos de 18, y que te pasen por encima, y que no puedas rendirte y tengas que tirar adelante, es una actitud indispensable para la vida.

--Mi padre era rugbista, y recuerdo de niño verle ante la televisión, cuestionando la virilidad de futbolistas que se retorcían sobre el césped como si les hubiese volado el pie una mina.

--El rugby te enseña a no lamentarte ni teatralizar las cosas. Cuando un jugador ve la amarilla y se va, el equipo sufre mucho. Cada jugador tiene una labor encomendada, y tiene que hacerla. Cuando te duele una lesión o te duele algo, si te caes, si abandonas, estás fallando al equipo. Eso es extrapolable a la vida. Aprendes a ser disciplinado, a resistir y a no decepcionar a los demás. Y eso implica no llorar ni derrumbarte si otros dependen de ti.

--El tercer tiempo, o confraternización cervecera 'post-match', es otro de los mitos fundacionales del deporte.

--El espíritu del tercer tiempo empieza en la primera cerveza. Lo romántico del tercer tiempo empieza en la cuarta. Para mí, se trata de tomarte la primera cerveza con el tipo con el que te has pegado, y no digo esto en sentido figurado. La primera vez que llegas a un 'ruck' vas a marcar territorio, y en los primeros 'rucks' del partido se sueltan muchos puñetazos. El tercer tiempo existe por eso. El rugbista se obliga a tomarse una cerveza con alguien que, en cualquier otro deporte, habría esperado a la salida para meterle un cabezazo y decirle una barbaridad.

--El profesionalismo parece haber acabado con las bacanales de antaño. He presenciado algún tercer tiempo con más agua mineral que 'Sensación de vivir'.

--El problema reside más en el semiprofesionalismo que en el profesionalismo. Los profesionales, cuando van de tercer tiempo, se beben el mundo. Los semis no pueden permitírselo, porque son gente que se cuida mucho para ganar 700 o 900 euros. Eso es el cáncer del rugby español: gente que tiene que estar muy en forma para ganar un dinero que no da para vivir. Antes, en la época 'amateur', si se emborrachaban en tal ciudad y volvían como podían, no pasaba nada; era su elección. Ahora (sobre)viven de eso. Así que se beben dos cervezas máximo, les meten en un autocar y de vuelta a casa.

--Un tercer tiempo que se fue de madre de un modo histórico tuvo lugar en el Cinco Naciones de 1978.

--Sí, el Inglaterra-Escocia. La Calcutta Cup. Un ambiente tradicionalmente tenso. El protocolo real se alargó, y los jugadores le estuvieron dando al whisky más de lo habitual. En el partido se habían pegado bastante, en aquella época el rugby era muy duro, y eso se reflejó en el regocijo del tercer tiempo. John Jeffries, capitán de los escoceses, se fue de parranda con el capitán de Inglaterra, y se llevaron la copa con ellos. Jugaron a fútbol con ella y la destrozaron. A las seis de la mañana se presentó toda la directiva de la RFU, la federación ortodoxa inglesa, en la habitación de hotel del capitán inglés, que para más inri era policía. Los joyeros reconstruyeron la copa, pero a ellos les cayó una buena.

--En tu libro aparecen unos cuantos gañanes que quizás fuesen caballerosos pero también temibles. Como Colin Meads.

--Meads es el primer tipo que impone su presencia física en un deporte físico. Había tipos grandes antes, pero este hombre irrumpió en el deporte a lo bestia. Era un tipo carismático, granjero de ovejas neozelandés, que entrenaba subiendo y bajando colinas con una oveja debajo de cada brazo. Llegaba al campo, se tomaba una cerveza antes del encuentro, paseando por el campo, y luego salía a hacer su trabajo. Y también reventaba al contrario en el tercer tiempo. Era un tipo que hizo muchas amistades en los oponentes, siendo uno de los jugadores más duros y ásperos. Era duro noble. El rugby echa a sus villanos. Un tío dañino y malicioso, el mismo rugby lo expulsa. Pero si eres noble, y hay colisión, y un tipo te pasa por encima, y te pisa la cara, es lo que hay. También era un gran anfitrión. Cuando los All Blacks del 71 pierden la gira contra los Lions, con el ambiente supercargado (porque era la primera vez que perdían), Meads cogió una caja de cerveza y se la llevó al vestuario de los Lions. Existe una foto histórica, la única que tengo enmarcada en casa. Salen el equivalente de Pelé, Zico, Platini, Maradona… Pero en rugby.

--No imagino a ningún 'crack' de esos desapareciendo del mapa del modo en que lo hizo Keith Murdoch, y que relatas en el libro.

--Keith Murdoch se retiró del juego por vergüenza. Tras perder con los Lions en el 71, Nueva Zelanda regresó a Europa a jugar con varios clubs. Murdoch, en aquella gira, primero pegó a un periodista neozelandés en la sala de prensa, y ya en París dejó K.O. a un vigilante de hotel, cuando trataron de cerrar el bar. Hay que entender que cuando vistes la camiseta de los All Blacks formas parte de una estirpe, no puedes ser menos que ejemplar. Y tiene mérito serlo, porque muchos de ellos eran y son gente sin formación, obreros, maorís nacidos en el gueto. Murdoch, al ver que había manchado el nombre de la selección, cambió el billete de vuelta, bajó en Australia, y jamás llegó a su país. Se perdió por la estepa australiana, no volvió a jugar a rugby, murió en un pueblo perdido del 'Outback'.

--Visualizo 'blockbuster' de Hollywood en ciernes.

--[ríe] Murdoch, para colmo, volvió a Nueva Zelanda una vez, en 1979, para visitar a un viejo amigo, y acabó salvando al hijo de 3 años de aquel hombre, que se estaba ahogando en una piscina. Cuando la prensa se enteró y empezó a buscarle de nuevo, Murdoch, que podría haber utilizado el incidente para limpiar su nombre, huyó horrorizado por segunda vez.

--El galés Barry John es otra superestrella que se retiró prematuramente.

--John era un galés muy tímido, y tuvo la desgracia de vivir el 'boom' absoluto de la televisión. Cuando estuvo de gira con los Lions en el 71 fue la primera vez que se televisó en color un partido de rugby. Los pubs incluso empezaron a abrir a las ocho de la mañana por esa razón. Al final de esa gira su popularidad era equiparable a la de George Best. En una encuesta de la BBC fue elegido la tercera personalidad más relevante del momento, junto a la princesa Ana y Best. Él y Best se parecían mucho físicamente (patillas y flequillo, bien plantados), pero en personalidad no podían ser más distintos: Barry John no bebía, no salía. Detestaba la fama. Un día un niño se le acercó y le hizo una reverencia. Barry John decidió retirarse al momento, a los 27 años. Incluso vendió todo lo que tenía: copas, corbatas, escudos. Dijo que había disfrutado el momento, pero que se volvía a su pueblo de mil habitantes, a disfrutar de su familia.

--¿De dónde sale tu afición al rugby? No vienes precisamente de la cuna estatal del deporte.

--No. Yo soy de Jerez. El rugby más cercano estaba en el Puerto de Santa María. Siempre ha habido tradición de rugby en Cádiz, por los ingleses que veraneaban allí. Pero en mi caso me vino por televisión, siempre veía rugby con mi padre. Un verano fui a estudiar a Irlanda y me puse a jugar, me partí el fémur y me quedé dos años en silla de ruedas. Pero me había gustado mucho el deporte, y me enganché a él a nivel de espectador. Hice periodismo y, cuando llegué al 'As', como no había nadie que lo siguiera, porque (afortunadamente para mí) era un deporte residual, me quedé yo escribiendo.

--¿Te soltaron aquella frase dramática de las películas: "No volverás a jugar"?

---Sí. Me dijeron que no podría hacer deporte nunca más, salvo natación y ajedrez [ríe]. El médico me dijo que me había partido el fémur por arriba y por abajo, y que me olvidara de los deportes de contacto como el fútbol o el baloncesto. Solo le faltó decir lo de los bailes de salón.

--Pero, también como en una película épica de atletas, volviste a jugar.

--Un año nos fuimos a Escocia unos amigos a ver un partido de los All Blacks. Buscamos al peor equipo de Edimburgo para retirarnos jugando contra ellos. Pero eran tan malos que perdieron contra nosotros. A raíz de aquello me reenganché al deporte. Ahora sigo jugando, solo que con chavales de 20 años. Disfruto ahora de algo que por la lesión me perdí en mi adolescencia: el hacer grupo. El ambiente de un vestuario de rugby.

--Tus facetas de periodista deportivo y rugbista, así, se solapan.

Sí. Yo reempecé a jugar a rugby también para poder contar mejor lo que sucedía en el campo. Para poder hablar de lo que sucedía allí no desde lo figurado o lo abstracto, sino desde la primera persona.