Tras el éxito de Ciudad de Dios (2002) y El jardinero fiel (2005), el brasileño Fernando Meirelles parecía destinado a comerse el mundo o al menos el mundo del cine, pero tras el fracaso de A ciegas (2008) su estrella pareció apagarse. Con dos años de retraso llega a nuestras pantallas 360 . Juego de destinos, una colección de vidas cruzadas por la pasión y el deseo.

--La premisa de 360 es que todos estamos conectados. ¿Realmente lo cree así?

--Por supuesto. La canciller Merkel dice algo sobre la economía europea por la mañana, a mediodía los mercados se caen en Sao Paulo, y a la mañana siguiente alguien pierde su empleo. O, por ejemplo, mientras vamos en coche a trabajar cada mañana estamos contribuyendo a que se derrita el Himalaya, de manera que mucha gente en Asia no tendrá agua para sus cosechas y se morirá de hambre. Sí, todos estamos conectados.

--¿Cuál es el mayor desafío de rodar una película compuesta de tantas historias distintas?

--Que cada una de ellas ocupa muy poco espacio, así que tenía miedo de que al final ninguna de ellas resultara satisfactoria, que 360 acabara siendo más un festival de cortos que una verdadera película. Por lo tanto, traté de establecer buenas conexiones entre las escenas y, de hecho, todas hablan de lo mismo. Son personajes que afrontan un momento de su vida en el que deben elegir entre lo que la razón les dicta y lo que sus impulsos y deseos les piden.

--Como cineasta, ¿se ha encontrado usted alguna vez con ese mismo dilema?

--Claro que sí. Me gustaría hacer lo que creo que es correcto, pero he cometido muchos errores con los que tanto yo como mi terapeuta hemos tenido que lidiar. A veces veo la película de otro cineasta y la envidia me hacer querer que fracase, que sea destruido. Pero eso no me convierte en mala persona, y de eso precisamente habla la película. Sus personajes tratan de hacerlo lo mejor posible, pero ciertas fuerzas misteriosas los empujan, por ejemplo, a los brazos de un amante. El mensaje de 360 es que para construir una civilización debemos reprimir nuestros instintos. Nuestra felicidad personal y la de la civilización no necesariamente van juntas.

--¿Cree usted que las películas deben ofrecer un mensaje?

--Creo que deberían explorar ideas. Nunca he entendido el cine como un mero entretenimiento. Me dolió mucho que el público brasileño me atacara cuando estrené Ciudad de Dios : me reprocharon que usara la pobreza de Brasil con el mero fin de vender palomitas. Eso no me interesa, porque no estoy en esto por el dinero. Mi existencia ya es suficientemente cómoda. Tengo 57 años y la vida es demasiado corta como para gastar el tiempo que una película exige en hacer solo con el fin de vender entradas.

--En otras palabras, Hollywood no le interesa

--No, demasiado control, demasiada gente distinta diciéndote lo que tienes que hacer. Siempre he preferido seguir mi propio camino, es lo que he hecho toda mi vida. Me han ofrecido hacer grandes películas americanas muchas veces, incluso alguna de superhéroes. Por el momento, digo que no.

--Usted estudió arquitectura. ¿De qué le sirvió a la hora de hacer cine?

--Siempre me han interesado las ciudades y cómo se desarrollan los paisajes urbanos, y eso está en mis películas. Además, tanto los arquitectos como los cineastas se sitúan al frente de grandes equipos de profesionales, y se dedican a decirles cómo hacer su trabajo a pesar de que no lo saben hacer.