Otra edición más donde el festival sigue convertido sin remedio en una simple muestra de teatro, que vuelve a echar tierra a las señas de identidad del evento original. La culpa la tiene «la falta de presupuesto», según me comenta aguantando mecha, año tras año, desde hace casi una década, el director del festival Miguel Murillo.

En este periódico, desde antes de empezar a notarse la llamada crisis económica, el festival ha tenido un proceso continuo de cuestionamiento y evaluación por parte de este crítico que --además de entender los apuros presupuestarios de Murillo-- ha visto como, en general, el evento ha empeorado con el cambio. Ahora es un acontecimiento menor (aunque haya contado con algunos buenos espectáculos y haya mantenido una considerable asistencia de público) y con varios entuertos por resolver. En los titulares de mi crítica a las ediciones 35 y 36 --’Un Festival quebrantado por los recortes’, y ‘Otra edición del Festival limitada por el presupuesto’-- lo expliqué con detalle.

En esta 39 edición, en la que han participado 17 espectáculos sin más actividades, se ha prolongado el estancamiento que de forma perceptible viene sufriendo el cambio de orientación que se produjo en la edición 31 (primera etapa del Presidente Fernández Vara), donde se echó a perder la apreciada imagen de lo que se consideraba un festival internacional significado y consolidado, que desde su creación por el Patronato Badajoz 2000 (dispuesto en 1992 por J. C. Rodríguez Ibarra / Jaime Naranjo / G. Montesinos) logró saltos cualitativos en la selección de espectáculos comprometidos con las nuevas tendencias y metas concretas, en jornadas, debates y talleres con un alto nivel de coherencia, rigor y profesionalidad sobre el papel que juegan los festivales trascendentes como lugar de encuentro y de diálogo entre artistas y público.

Por ello, padecemos la decepción que nos causan los actuales políticos culturales que han demostrado su ignorancia a la hora valorar esta alternativa teatral, al no saber equilibrar este año sus presupuestos para recuperar el festival. Lo que supone un error y un agravio --sobre la importancia y las prioridades que tenía ganadas el festival pacense en su historia-- al compararlo con las atenciones que recibe el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Sobre todo, en la obsesión que ponen para recuperar los Premios Ceres (actividad trasnochada, de envoltura más social que cultural), buscando el dinero de la empresas privadas. ¿Por qué no animan también a los empresarios para que financien el Festival de Badajoz?

La falta de atención y la desidia de los políticos culturales con este festival resultan paradójicas. Y es una falacia que digan públicamente que han revisado todos los festivales extremeños. Un dato revelador: a Fernández Vara, que asumió la responsabilidad cultural en la Junta, no se le ve nunca el pelo en este evento, solo en el de Mérida (al que si vemos todos los años como asiduo espectador es a Rodríguez Ibarra).

Pero además, la programación de este año se ha visto deslucida por algunas compañías --diferenciadas por espectáculos cuya calidad varía mucho entre unos y otros-- que la organización ha barajado arriesgadamente, tal vez por inflar la participación, sobre todo de compañías extremeñas provenientes de compromisos institucionales o personales. También ha vuelto a mosquear cierto desbarajuste organizativo: ¿Por qué la selección de obras se concreta mayormente a propuestas de Madrid y Extremadura? ¿Por qué no se ofrece una participación más representativa del panorama teatral español? ¿Por qué se incluye tanta selección de producciones comerciales --de artistas televisivos-- que se pueden ver en fechas de temporada? ¿Por qué los inexpertos espectáculos de la Escuela de Teatro de Cáceres se ofrecen como clausura del festival? ¿Por qué se utilizan espacios, como el sótano del teatro, cuya disposición inadecuada de las sillas afecta la visibilidad? ¿Por qué no se editan todos los programas de mano de los espectáculos?

De las obras representadas en la sala pocas encajaban esta vez en esa tipología de un buen festival (la de responder a la voluntad de revelar demandas que no son atendidas en temporadas regulares). Entre las compañías forasteras que han alcanzado esas metas de lo interesante, lo curioso o lo puramente experimental, han destacado: Entrecajas de Madrid, con Reikiavik, excelente texto y dirección de Juan Mayorga, sobre el juego del ajedrez y de personas que juegan a vivir la vida de personajes, interpretada por tres magníficos actores (Cesar Sarachu, Elena Rayos y Daniel Albaladejo) y Teatro de la Morena de Uruguay, con No daré hijos, daré versos, creación y dirección de Marianella Morena sobre la vida y la obra de la gran poetisa Delmira Agustini, interpretada por 6 actores de sorprendentes recursos expresivos.

De los espectáculos extremeños destacados hablaré separadamente en otro comentario próximo.