Fiona Apple, la artista de carrera escarpada y discontinua, llena de heridas y desencuentros industriales, ni siquiera considerada de un modo consensuado por la crítica. Aquella chica del piano, que exorcizó traumas con su debut, Tidal (1996), encontrando un lugar en la estela del posgrunge, ha ido expandiendo su lenguaje musical a cámara lenta (solo cinco discos en 24 años) hasta llegar a la sacudida emocional, deslenguada y salvaje, de este nuevo trabajo, Fetch the bolt cutters, el primero que lanza desde el 2012.

El extraño título (Consigue unas tenazas), que corresponde a una de las canciones, está tomado de una frase de Gillian Anderson en la serie The fall, y alude a la orden que Apple se da a sí misma, la de cortar cadenas y salir de la cárcel mental en la que se ha sentido recluida. A juego con ese enunciado, el álbum rompe amarras con los moldes de composición más previsibles y sorprende, sobre todo, por la riqueza y preponderancia de sus tramas rítmicas, un aspecto que ya había trabajado en el pasado, si bien no de un modo tan estructural.

Las canciones insinúan un historial clínico con sus alusiones a la depresión, al bullying o al abuso sexual, que ella procede a sanar apelando a la solidaridad femenina, la sororidad (Ladies va por ahí), pero todo ese trasfondo, que por sí mismo no va a garantizar un buen disco, conduce a una expresión musical relevante e imprevisible. Con el ritmo en la base de la pirámide: de la trama airada de Under the table («no me voy a callar», clama) al cuadro de baile con reminiscencias del equipo de cheerleaders o al guiño marcial o tribal que acompaña temas como el titular, Relay o Drumset.

CARCAJADAS TRASTORNADAS / A Apple le basta a veces con esa malla de percusiones, ampliada con timbales, campanas y baterías digitales, acercándose a la ciencia del hip-hop y al spoken word, si bien es también capaz de construir desde ahí canciones con más fundamento armónico. Ahí, en la confluencia de ambos mundos, está su más alta expresión: en I want you to love me, con sus caudalosos arpegios de piano, la trepidante Shamelika o ese enrarecido menú cocinado al mellotron titulado Rack of his. Y cómo canta, dejándose la piel en cada rima explícita (la mayoría lo son) sin perder naturalidad, improvisando, soltando carcajadas trastornadas e injertos corales con ancestros jazzísticos.

A Fiona Apple no le parece interesante revestir sus angustias con una música melancólica, sino responder con nervio, crudeza y extroversión, aun a costa de sonar un poco excéntrica, alocada incluso. Pero esa es su original receta para dar despacho a sus fantasmas y entregar una obra de arte vibrante y veraz, donde la principal nota discordante es esa fea portada digna de un grupo de riot grrrls serie B de los 90.