Hubo criadillas de tierra, como (casi) siempre, tortas con biscottes (ojalá unas tostadas) y un golpe de calor, retinto para todos salvo para mí, que no como carne ni pescado, setas, revuelto de ajetes y vino y agua y nombres de directores de escena y de orquesta, sopranos, tenores, barítonos, mezzos y compositores por doquier, como siempre, pero hablamos, sobre todo, de empezar. De la auto/hiperexigencia. Acabar un concierto y analizar lo que ha estado bien y lo que no puede ser el arma de doble filo en el que solo acabes fijándote en lo que te disgustó.

Benjamin Britten pertenecía a esa estirpe de músicos que nace sabiendo componer y que nace antes de tiempo en sociedades puritanas y conservadoras en las que han de hacer amores a escondidas pero que, además, sacan el carácter para ser objetores en la Segunda Guerra Mundial y antiburgueses aunque procedan de la burguesía y su cuna les haya permitido ser artistas. Uno asume ciertos privilegios pero puede rechazar que solo sean para unos pocos o pueden estar descontentos con ciertas violencias.

La Orquesta de Extremadura le dedica una integral. Interpretan la Guía de Orquesta para Jóvenes, los Interludios de la ópera Peter Grimes y su único concierto para violín, que grabó Mstislav Rostropovich. La solista es Roxana Wisniewska, que ya estuvo allí y en esa cena con criadillas, tortas de la Serena y del Casar en el lugar de siempre, hola, Luis, aquí mismo está bien, él elige el vino, ve trayendo una ensalada para empezar.

Somos todo eso. La mujer que va a escuchar los interludios de la ópera Peter Grimes, la chica que estudia para tocar el Concierto para Violín delante de su padre que también es violinista, el padre orgulloso, los compañeros que tocan con ella, el señor al que su mujer arrastró para comprar un abono y que ahora no se pierde un concierto; los hijos pequeños de los músicos, siempre más en silencio que los adultos; el director con el despacho lleno de partituras y la periodista que piensa siempre en esa frase de Tremé que pregunta cómo te pide un texto que tú lo interpretes.

Peter Grimes se estrenó en 1945 en el Sadler’s Theatre de Londres. Carecía de los requerimientos técnicos necesarios para cambiar el escenario de la ópera al ritmo que la ópera lo demandaba, así que pidieron que compusiera interludios. Son los Cuatro interludios marinos, que ahora se interpretan independientemente y que Britten engarzó perfectamente para inducir al espectador el estado de ánimo oportuno para las escenas que venían después. Representan el mar de Aldeburgh, que es la localidad en la que se inspira la villa en la que transcurre la ópera.

Aldeburgh es el lugar donde se construyeron el Greyhound y el Pelican, los barcos del corsario sir Francis Drake.

A Grimes le acusan de haber matado a su aprendiz. El tema de la ópera ya lo explicó Britten: el individuo contra la sociedad.

Podría encontrar un sinfín de paralelismos en diversas persecuciones que tienen lugar en la actualidad y que podrían parecer bienintencionadas pero son absolutamente aterradoras.

Son los demás quienes nos asignan. De eso también habla Peter Grimes: de cómo pueden vernos los otros, de lo que pueden pensar todos los otros y de cómo a veces uno opta por la huida porque está cansado de reivindicarse. Es buena persona, le decía Scout a su padre, Atticus Finch, sobre Boo Radley: «La mayoría de las personas lo son, Scout, cuando por fin las ves».

Lo que no sé es por qué nos resulta tan difícil vernos.

Incluso a los que creemos tener más cerca, a veces.

Ada y Laura se enfrentan a un dolor. Son pareja. También puede haber violencia en una pareja lésbica, que es algo que han destacado muchas de las críticas de La isla, de Histrión Teatro, pero a su actriz y productora, Gema Matarranz, esto no le interesa porque las violencias son algo inherente a todos. Le interesa esto que dice el dramaturgo y director Juan Carlos Rubio: «La isla explora esa delgada línea que separa lo que sentimos de lo que podemos reconocer que sentimos frente a los demás y frente a nosotros mismos, de asumir lo que nos sucede. La sociedad nos ha ido domesticando a la hora de expresar el dolor, aleccionándonos para cumplir con lo políticamente correcto, para incluso durante las más terribles desgracias asumir el papel a medida que nos han escrito las normas de convivencia. Pero, ¿qué sucede cuando sentimos lo que no se debe sentir, lo que no se puede sentir? ¿Qué sucede cuando el dolor nos sobrepasa y queremos huir de él? ¿Nos convertimos en depredadores, conectamos con el lado más salvaje de nuestra naturaleza, con ese animal cargado de instintos primarios que somos? ¿Deseamos sobrevivir a cualquier precio?»

¿Podemos imaginarnos ese sentir? ¿Nos dejaríamos llevar? ¿Qué fortalezas hay en nuestras distintas fragilidades?

Quizá la música y el teatro nos ayuden a descubrirlas.

--Concierto OEx. Integral de Britten con Roxana Wisniewska como solista. Viernes, 28 de febrero. 20.30 horas. Palacio de Congresos de Villanueva de la Serena.

-’La Isla’. Viernes, 28. 20.30 horas. Casa de cultura de Coria.