No es muy común que una misma experiencia haya sido utilizada como base para crear sendas ficciones por dos escritores distintos que además eran matrimonio. También es una rareza que un viaje familiar con niños incluidos sea el sustrato de dos novelas factuales de intereses casi antagónicos. Eso es lo que ha ocurrido con los autores mexicanos Valeria Luiselli y Álvaro Enrigue que cargaron sus bártulos en un coche desde Nueva York para adentrarse en el territorio de la antigua apachería: Texas, Nuevo México y Arizona.

Ambos contaron el mismo viaje. En el caso de él, el objetivo era documentarse para relatar el final del jefe indio Jerónimo, con Ahora me rindo y eso es todo, aparecida el año pasado en Anagrama. Y en el de ella, reflejar la actual crisis migratoria más allá de Río Grande, en especial la de los niños que llegan a Estados Unidos sin la compañía de un adulto a lo que hay que añadir un bonus track: el acta de la descomposición en su relación de pareja.

Ese libro se llama Desierto sonoro (Sexto Piso) es la primera obra de ficción que Luiselli (Ciudad de México, 1983) escribe directamente en inglés y a su excelente recepción crítica se le une el haber formado parte de las nominaciones a los Booker.

El interés por la migración de la autora está ligado a su propia biografía. Tuvo una infancia errante, se crió en diversos países anglosajones y escribió tanto en inglés como en español, hasta decidir que el castellano era una forma de conectar con sus orígenes. En Nueva York trabajó como intérprete junto a los niños en busca de una defensa legal para evitar su deportación y el resultado fue Los niños perdidos (2016). Desde entonces se ha convertido en una voz imprescindible en el debate público estadounidense.

«Esta novela observa el mundo que tiene enfrente y construye una denuncia que indaga y medita sobre la fragilidad y la entereza de los lazos familiares, la soledad de la infancia y la imaginación infantil contra el caos de la violencia del mundo adulto», explica. Lo fácil es achacar todo esto a las políticas de la administración Trump -un nombre que no aparece en la novela-, pero, según Luiselli, el problema no se ha creado con la llegada del presidente, sencillamente se ha visibilizado. «No hay un solo presidente estadounidense en la historia reciente que haya tenido una postura que señale la inmigración como un asunto de derechos humanos, sencillamente para ellos es seguridad nacional. De ahí que los migrantes y refugiados que piden asilo son inmediatamente criminalizados por un sistema que los encarcela».

La llegada de Trump ha automatizado el proceso de internamiento de estas personas en centros de detención hasta que los tribunales toman una decisión. El problema de fondo es que un 71% de los migrantes detenidos se encuentran en centros operados por empresas privadas. Para Luiselli es un círculo vicioso: «Es una industria que genera grandes beneficios, el mayor contratista de esas cárceles privadas es el Servicio de Emigración y Control de Aduanas que no solo les paga sino que alimenta de cuerpos al monstruo. Y esas ganancias a su vez financian campañas políticas».