Por extraño que parezca, Francia no había organizado hasta ahora ninguna retrospectiva dedicada al Greco. Hubo muchos proyectos y la conciencia de que había que rendir homenaje al artista que forjó su leyenda en Toledo y fascinó a los pintores de vanguardia de finales del siglo XIX, pero hubo que esperar una propuesta llegada desde Estados Unidos para que la primera gran exposición del Greco (1541-1614) viera la luz ayer en el Grand Palais de París. Una muestra que ya ha levantado una gran expectación.

El Instituto de Arte de Chicago buscaba el marco adecuado para dar a conocer la majestuosa Asunción de la Virgen que acababa de restaurar -cuadro pintado en 1577 que supone la culminación del periodo formativo del Greco y el inicio de su carrera española- y al ponerse en contacto con el Grand Palais y el Museo del Louvre, Francia vio que había llegado el momento de rendir homenaje al último maestro del Renacimiento y el primer gran pintor del Siglo de Oro.

La obra procedente de Chicago es una de las 75 que integra la exposición de París, concebida para mostrar la fuerza creativa del Greco y seguir la trayectoria del artista nacido en Creta, desde sus inicios bizantinos hasta sus últimos años en Toledo, pasando por su etapa italiana.

«Loco, excéntrico, con astigmatismo, místico, herético... No han faltado ni los adjetivos ni las teorías, a menudo peregrinas, para explicar la originalidad del arte del Greco. Pero si no estaba loco ni veía peor que otros, si era un pintor de su tiempo, del Renacimiento, ¿en qué se diferencia de los otros? ¿Dónde reside su originalidad?», se pregunta el comisario Guillaume Kientz irreverentemente en el catálogo de la exposición.

«Es su trayectoria, la superposición de lenguas, de culturas y sus consecuencias sobre su arte», responde. A caballo entre la cultura oriental y la occidental, el joven Theotokópulos aprende en Creta el oficio de pintor de iconos siguiendo la tradición bizantina clásica, pero sueña con los grandes maestros renacentistas italianos, y en el año 1567 llega a la Venecia entonces dominada por Tiziano, Tintoretto y Veronese.

DE ROMA A ESPAÑA / Sin hueco para un principiante como él, en 1570 se traslada a Roma, pero en la capital artística de Europa tampoco tiene suerte. Bien por su carácter arrogante -llegó a criticar a Miguel Ángel, proponiendo pintar de nuevo El juicio final de la capilla Sixtina- bien porque no dominaba ni el idioma ni la técnica del fresco, en 1572 el Palacio de Farnesio le deja en la calle.

Es la época en la que pinta retratos -diez de los cuales están en la muestra del Grand Palais, entre ellos el del cardenal Niño de Guevara que ha viajado desde el Metropolitan de Nueva York- hasta que oye hablar de un rey español que busca artistas para decorar El Escorial y promete pagar generosamente al que finalmente sea elegido.

Es Felipe II quien le encarga la pintura La adoración del nombre de Jesús, un auténtico manifiesto cristiano con el que logra un gran éxito. Sin embargo, cuando el rey le pide pintar El martirio de San Mauricio, el Greco volverá a pecar de imprudencia lo que le vuelve a generar muchos problemas que le acaban condenando de nuevo.

Más preocupado por el arte que por la religión, el artista entrega una tela ambiciosa y compleja alejada de las indicaciones reales lo que no convence a sus mecenas. No habrá un tercer encargo. Pierde el favor real y en 1577 se instala en Toledo, que se convertirá en «su ciudad, su paisaje, su universo y su reino», en palabras del comisario.

Ese periplo vital se ha plasmado en la galería del Grand Palais con una escenografía teatral que refuerza la modernidad del Greco y organiza la muestra como si se tratara de una catedral contemporánea.

Como heredero del espíritu renacentista, el Greco era un artista completo -pintor, arquitecto, escultor y dibujante- y en la exposición se exhibe una sus esculturas, Cristo resucitado, y cuatro de los siete dibujos conocidos preparatorios de sus cuadros o retablos.

Hay también una Piedad (1580-1590) de su primera etapa en España, procedente de una colección privada que no se ha visto en público desde 1982. Junto a ella varios óleos de San Pedro y San Pablo, cuatro variaciones de Cristo expulsando a los mercaderes del templo y la Apertura del quinto sello también conocida como La visión de San Juan (1610-1614), que pintó siendo un anciano y en la que es imposible no ver a Cezanne, el artista moderno al que más se asocia con la figura del Greco.

Revolución para las vanguardias / «Si Velázquez es una revelación para la generación de los románticos, el Greco es una revolución para los vanguardistas. Es uno de ellos, un cubista y un fauvista porque el Greco es el outsider de la pintura antigua. Su arte es el Renacimiento en estado salvaje», resume el comisario de esta exposición que se acaba de inaugurar en París.

El Greco muere en 1614 y su estilo permanece en Luis Tristán, el pintor que oscila entre su maestro y el naturalismo prebarroco de Caravaggio. Pero luego se eclipsa durante siglos en los que prácticamente no se hace referencia a él y sus verdaderos herederos serán, muchos años después, los pintores modernos: Pablo Picasso, que le debe a su influencia la etapa azul, los artistas franceses, los expresionistas alemanes y más tarde los americanos.

La verdadera dimensión de la figura del Greco es indisociable de las investigaciones que hicieron Manuel Bartolomé Cossío y Francisco de Borja de San Román a principios del siglo XX.

«La obra del Greco es de un sincretismo único. Su manierismo de acentos expresionistas condujo a una concepción renovada del arte», recuerda con aplomo el conservador del Museo del Louvre, Pascal Torres.