Por aquel entonces, en 1988, descubrí el teatro. El 27 de marzo, en el Municipal de Girona, se iniciaba la gira de El Público, el montaje de Lorca que Lluís Pasqual había estrenado en el Piccolo de Milán en 1986. Y allí estaba el teatro en su máxima pureza, un hachazo en las conciencias. Dice el Criado: "Ahí está el público". Y contesta el Director: "Que pase". Una pieza que el mismo Federico, cuando la leyó en Madrid ante unos amigos en 1931, calificó de "atrevidísima y con una técnica totalmente nueva. Es lo mejor que he escrito. No se han enterado de nada o se han asustado, y lo comprendo. La obra es muy difícil y, por el momento irrepresentable". Hasta que vino Lluís Pasqual y más de 50 años después la montó, con la colaboración de Fabià Puigserver y con el enorme Alfredo Alcón dominando la platea vacía de sillas, a solas con la poesía.

LA ESENCIA DEL POETA

¿Por qué empiezo hablando de El Público y de Pasqual para glosar la figura de García Lorca? Porque ahí reside la esencia del poeta granadino. Lo ha escrito hace poco Marcos Ordóñez, después de leer el viaje iniciático y sentimental del director catalán: "De la mano de Federico, este precioso libro, es una guía de viaje, ideal para el que quiera saber quién era y cómo era Lorca".

Pues eso. Pueden entrar en los pormenores biográficos a través deIan Gibson, y podemos discutir si el verdadero paradero del cadáver de Lorca está en los alrededores del barranco de Víznar, camino de Alfacar, en el parque conmemorativo o unos cuantos metros más allá, pero la esencia del poeta está en lo que dice Pasqual.

En una deliciosa conferencia en la Fundación March, en 2012, dijo que "Shakespeare nos cuenta de qué materia están hechos los seres humanos; Chéjov nos indica cómo se comporta esta materia; y Lorca, de Lorca podemos decir: 'Pero cómo sabe este hombre lo que me pasa a mí'. No es que lo sepa, sino que le pasa exactamente lo mismo, pero él sabe cómo decirlo".

TRADICIÓN Y NOVEDAD

El catedrático Francisco Rico, en Mil años de poesía europea, traza en un breve resumen un semblante preciso de Federico: "El asesinato del poeta a principios de la guerra civil y su atractiva personalidad han hecho de él una de las figuras más famosas de la literatura española y han influido no poco (y no siempre para bien) en la valoración de su obra, cuyo conjunto ofrece sin duda la más atractiva concordancia de tradición y novedad en la poesía europea de la época".

No pueden concentrarse mejor, en tan poco espacio, las variantes del universo lorquiano. La muerte de Lorca, prematura (a los 38), violenta y simbólica, ha sido a lo largo de estos 80 años no solo un ejemplo de la barbarie fascista sino de la imposibilidad de la democracia para dignificar la memoria de aquellos hechos y de tantos otros que vinieron después. No sé si se acuerdan de la polémica que se generó con el texto de un libro para niños editado por Anaya. Así se resumían las horas finales de García Lorca: "Poco después de terminar su última obra de teatro, Federico murió, cerca de su pueblo, durante la guerra de España". Como si se no se hubieran presentado falangistas y miembros de la CEDA en casa del poeta Luis Rosales en Granada (donde Lorca creía estar a salvo), como si no se lo hubieran llevado detenido, como si en la noche del 18 de agosto no hubiera sido fusilado por unos campeones de tiro olímpico en el barranco de Víznar, camino de Alfacar, junto al maestro Dióscoro Galindo y el banderillero Francisco Galadí, anarquista por más señas. Al régimen de Franco le interesó propagar que el asesinato era obra de unos exaltados, incluso se llegó a decir que fue un ajuste de cuentas, hasta que en el 2015 se supo, por un informe policial hasta entonces inédito, que la macabra procesión granadina se había orquestado directamente en el Gobierno Civil, y que Lorca merecía el castigo "por socialista, amigo de Fernando de los Ríos, y masón, y por llevar a cabo prácticas de homosexualismo y aberración".

EL ENIGMA DE LOS RESTOS

La muerte y la tragicomedia de sus restos. Buscados por unos y por otros, quizá sustraídos en algún momento de la historia, con múltiples impedimentos legales y burocráticos. Hace unos meses, los familiares del maestro Dióscoro Galindo han presentado ante la Dirección General de Memoria Democrática Andaluza una nueva solicitud para deshacer el monumental entuerto y para que, de una vez, se haga justicia en una tierra que se tiñó de sangre y que se ha mancillado continuamente con desdén. En la desconocida tumba de Lorca quizá algún día puedan grabarse los versos de La sangre derramada: "Pero ya duerme sin fin. / Ya los musgos y la hierba / abren con dedos seguros / la flor de su calavera". Hoy, todavía no.

Volvamos al profesor Rico. Tiene razón. El mito Lorca ha ocultado su obra y su valoración. Y también contribuyó a ello su personalidad. El personaje Lorca se explica por las amistades que labró en Granada (como Manuel de Falla) y en su estancia en la Residencia de Estudiantes a partir de 1919. Allí conoció a Buñuel y a Dalí, al que estuvo unido en una íntima relación, con estancias en Port-Lligat incluidas, hasta que los caminos de la fraternidad se separaron. Se explica también por su periplo americano, con éxitos comerciales en el teatro, y por su visita a Nueva York. Y se explica por iniciativas como los montajes para títeres de cachiporra o como la del Teatro Universitario La Barraca, una revolucionaria manera de entender la escena, en plena República, como camino de conocimiento popular.

NOS QUEDA EL POETA

Despojando a la historia de su final abrupto y del hombre con sus contradicciones y sus esfuerzos para profesionalizarse en la escritura, ¿qué nos queda? El poeta. Algunos, como Juan Luis Panero, reconocieron su pasión por Lorca y después renegaron de él, porque le encontraban demasiado "inconsistente". Se lo oí decir un día en la Llibreria 22, ante el librero Guillem Terribas, ante la demanda de un hispanista francés entusiasmado con el granadino. Otros siguen pensado que Lorca es el poeta del siglo XX español, tanto por su potencia metafórica, por la creación de imágenes imperturbables, poderosas y permanentes, como por la modernidad que insufló a su obra.

Lorca retrocedió en el tiempo para ser clásico y fue contemporáneo con la música que le llegaba de afinar el oído en la calle y en el ritmo del romance y la copla. Fue costumbrista para retratar su presente, pero no con la displicencia de la acuarela folclórica sino con el empuje de las pasiones que le llegaban, por ejemplo, a través de la mitología gitana (Romancero gitano) o del héroe taurino (Llanto por Ignacio Sánchez Mejías), con aires de oda elegíaca. Lorca asumió el surrealismo (Poeta en Nueva York) y el teatro del absurdo, por llamarlo de algún modo (El Público, Comedia sin título, Así que pasen cinco años), pero fue quien mejor supo leer y entender la capacidad poética y el caudal de sentido que se podían esconder en las convenciones dramáticas. La casa de Bernarda Alba y Yerma -en ellas resuenan los nombres de las grandes, de Margarita Xirgu aNúria Espert- son piezas shakespearianas adaptadas a la oscuridad española, y Doña Rosita la soltera es un Chéjov en el que hablan las flores y el desencanto.

"Yo no soy un hombre ni un poeta ni una hoja, pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado". Ahí reside el secreto lorquiano. Puede que lo mejor sea llegar a él casi sin querer, con la inicial sorpresa del ritmo. "Mi madre no sabía que las canciones eran de Lorca, como Los cuatro muleros, pero me las cantaba", dice Lluís Pasqual. Y después dejarse llevar por el torrente: "El Público es al mismo tiempo el principio de algo y la llegada a algún sitio, nadie pasa por esta obra y sale indemne. Cuando has pasado por él ya no miras nada igual, porque has buscado en zonas en las que no habías estado". Así es Federico.