Algún escritor que os haya cambiado la vida. Lo preguntó un colega en Sevilla, durante un café que luego fueron cañas. Dumas, respondí. Me reconvino. «La vida te la cambia un Kafka, no un Dumas». «Pues a mí me la cambió Dumas».

Hace más de diez años, cuando yo escribía en cuadernos, en los bares y para mí, conté: «Ando revuelta este fin de semana, entre intrigas palaciegas, herretes de diamantes, cardenales de 35 años que saben de sobornos y se enfrentan con reyes y amores de tres segundos. Por allí anda un chaval gascón, que se mete en peleas siempre que puede, por una mirada o una palabra mal dicha y que salva su impericia con las ganas. También un hombretón noble, corto de entendederas, leal, muy hablador y magnífico para el difícil arte de obedecer sin planear. Y un mosquetero que quiere ser abate y que estudia teología en sus ratos libres, acompañado siempre de una dama y nunca la misma.

A mí me acompañan estos cuatro desde que recuerdo. Siempre me gustaron las espadas y los duelos y ciertas mujeres valientes que no saben esperar sin actuar primero y preguntar más tarde. Hoy me he venido con El vizconde de Bragelonne bajo el brazo, tres tomos y la última de las aventuras que me queda por leer, pero he vuelto a comenzar desde el principio, aunque el principio me lo sepa de memoria. Rochefort, Milady, Richelieu, Tréville, Luis XIII, Ana de Austria, Mourdant. La fuerza, la nobleza, el valor y la astucia.

Por allí anda también otro. Treinta años, poco más o menos. Un hijo. Una mujer a la que quiere ver muerta. Pocos amores, o casi ninguno. Misógino. Casi mudo. Leal. Le busco en cada página y siempre me asombra.

Con él descubrí que puedes enamorarte como una loca de alguien que no ha existido nunca.

Soy experta en enamorarme de gente compleja. El misógino borracho se llama Athos. La primera vez que le conocí yo tendría 12 o 13 años y las hormonas ebullescentes. Esa edición con un rectángulo dorado y pasta blanda de cartón finillo y hojas amarillentas aún anda por la casa de mi madre, aunque yo en la mía tenga la de Cátedra, con la sobrecubierta rota en uno de esos amagos de ordenar los libros que me dan cada ocho meses. Athos habla y yo me descompongo. Me sigo descomponiendo a los 43 porque hay amores que no fallan nunca aunque a los 43 sepas que, si te encuentras con uno de estos en la vida real, no te dura ni un asalto.

«HHemos vivido juntos; juntos hemos amado y aborrecido; hemos vertido y mezclado nuestra sangre, y tal vez podría añadir que existe entre nosotros un lazo más poderoso que el de la amistad: que existe el pacto del crimen, porque entre los cuatro hemos condenado, juzgado y dado muerte a un ser a quien quizá no tuvimos derecho para arrastrar de este mundo, aunque más que del mundo pareciera morador del infierno. Siempre os he amado como a un hijo, D’Artagnan. Diez años hemos dormido hombro con hombro, Porthos; Aramis es vuestro hermano como es mío, porque os ha querido como yo os amo todavía, como os amaré toda mi vida. ¿Qué vale para nosotros el cardenal Mazarino, cuando hemos domeñado la mano y el corazón de un hombre como Richelieu? ¿Qué vale éste o aquel príncipe para nosotros, que hemos consolidado la corona en la cabeza de una reina?». Eso lo dice Athos en un capítulo de Veinte años después, la plaza real. Me lo sé de memoria.

Athos me recuerda a Edmundo Dantés, ese chaval que luego cortaba la lengua a un criado por si le daba por hablar y que decía que, ante la tortura, primero sentía repugnancia, luego indiferencia y después curiosidad. Sabía que toda ventura es pasajera y que él poseía todos los conocimientos humanos y un estoicismo a prueba de bombas. Confiar y esperar.

Todo el mundo sabe cómo escribía Dumas y a quiénes usaba para rellenar páginas y más páginas, porque le pagaban por líneas y se convirtió en el maestro de los diálogos entrecortados y, en fin: todo el mundo ha leído a Dumas, pero nadie ha leído todo Dumas. La historia de su padre es apasionante y le inspiró muchas de las páginas de Los tres mosqueteros y de El conde de Montecristo. La compañía Samarkanda, con versión y dirección de Paloma Mejía, ha transformado la historia de Edmundo Dantés, su infancia y juventud preciosas, la traición, la pérdida del amor y el castillo de If y toda la venganza terrible en una obra de teatro. Dumas ha inspirado más de 200 películas, pero no recuerdo si algún drama. En el cine, nadie ha podido trasladar su grandeza. Park Chan Wook, adaptando un manga de Garon Tsuchiya, también encerró a su Oldboy durante catorce años.

Pero el conde no habla solo de venganza. Habla de amistad, también; de luchar contra Dios y dejar de creer en él; del amor que se piensa fuerte y duradero y que no es nada porque el tiempo es capaz de arrasarlo todo; del regreso a lugares donde fuiste feliz aunque ahora seas un fantasma; de la lucha de un hombre entre la luz y la oscuridad y las convenciones; de la lectura, también, y de la sabiduría. «Ayer, tiempo. Hoy, olvido. Mañana, silencio», se dice en la obra. Y, como siempre, confiar y esperar.