George Saunders (Amarillo, Tejas, 1958) ha vuelto a hacerlo. Libros como Guerracivilandia en ruinas, Pastoralia y 10 de diciembre lo asentaron como uno de los grandes maestros vivos del relato y su debut en la novela lo ratifica como voz imprescindible de la literatura. Lincoln en el Bardo (Seix Barral ) es una obra innovadora, exultante, compleja y «única» según el jurado que le dio el premio Man Booker el año pasado (no sin polémica en el Reino Unido, al ser el segundo consecutivo para un estadounidense). Formalmente exigente para el lector, el libro tiene recompensa. Y Saunders convierte un mundo poblado por fantasmas y por un personaje tan conocido como el presidente estadounidense Abraham Lincoln en un ejercicio vibrante de vida y empatía.

--Supo hace años de las visitas al cementerio que hizo Lincoln cuando murió su hijo Willie. ¿Cómo fue el proceso hasta que nació el libro?

-Oí la historia en los años 90 e hice ese pequeño ejercicio de imaginación que hacen los escritores: cómo sería, cómo empezaría... Pero me daba miedo. Pensé que era demasiado difícil para mí, que no estaba listo, que no tenía las habilidades necesarias aún, así que esperé. Alrededor del 2012, ya casi con 55 años, pensé que podía intentarlo.

-¿Cuál fue el mayor reto? ¿Tuvo claro que tenía que ser una novela?

-Siempre empiezo con la asunción de que lo haré lo más corto posible, porque, cuando expando las cosas, a veces se hacen aburridas. Habría estado feliz de hacer una historia corta, pero acabó saliendo larga. Por un momento, fue un libro histórico en primera persona muy aburrido. Lincoln es un gran problema, porque se ha escrito mucho sobre él. Traté de encontrar una forma que hiciera que el material cobrara vida y no resultara previsible. Esto último pesaba mucho. Para contar la historia correctamente, tenía que tener más confianza en la sinceridad. En mi trabajo y mi personalidad tiendo por defecto hacia el humor o el sarcasmo, es un lugar seguro para mí, pero en este libro sentí que tenía que ser emocionalmente concordante con el suceso [la muerte del hijo de Lincoln], tenía que encontrar la manera de estar más cómodo con un texto que no fuera divertido. Eso requería cierta madurez. En estos 20 años hice también bastante escritura de no ficción, y eso ayudó. Cuando escribes sobre gente y situaciones reales, aprendes que a veces los hechos son útiles, que no ser divertido puede ser también un modo de lograr fuerza emocional.

-¿Puede ahondar más en el reto que representa todo lo que se sabe de Lincoln?

-Al principio, toda la información que hay sobre él resulta abrumadora. Piensas: «Dios, no podré decir nada nuevo». En el arte, en general, llegas a un proyecto y lo primero que aprecias es que está lleno de problemas. Una de las primeras tareas del artista es designar los obstáculos potenciales. No puedes ignorarlos. Pero buscar respuestas a esos problemas te da la oportunidad de hacer cosas que nadie espera. Cada vez que el libro empieza a acercarse a un cliché, hay que buscar un enfoque diferente. En cierto sentido, eso te está dando un mapa para ser original.

-La originalidad es muy importante para usted.

-Lo es, quizá demasiado. No me importa si alguien dice que un libro es bobo o cínico o lo que sea; mientras parezca algo nuevo, me siento feliz. Eso está relacionado con que quiero que las palabras tengan un impacto emocional en el lector. Creo que eso supone recordarle la frescura del mundo, que para mí es de lo que se trata la originalidad. Nos acostumbramos a ver el mundo de ciertas formas, pero eso es solo el producto de nuestra mente vaga. Cuando empiezas un día, todo es nuevo. Una de las cosas que podemos hacer en arte es recordarnos esa frescura.

-¿Considera que es importante seguir experimentando para mantener viva la literatura?

-Es importante, pero también lo es que los experimentos sean honestos y esenciales. A veces lees un libro de la llamada ficción experimental y ves que el autor quería hacer algo loco, pero creo que es mejor si la locura está al servicio de algo más. En este libro he intentado que lo principal fuera hacer la conexión emocional entre el autor, el lector y Lincoln. Me pregunté entonces qué necesitaba para ello y la respuesta fue: innovación formal. Yo soy, sobre todo, un contador de historias al viejo estilo; quiero involucrar al lector en todos los niveles, quiero que el libro tenga algo que ver con su vida. Y mi reto es averiguar qué tengo que hacer para que esa conexión sea más fuerte.

-En el libro incluye textos históricos.

-Especialmente en una historia que tiene fantasmas y otras cosas sobrenaturales, uno de los retos técnicos era lograr que el lector creyera en la realidad de un mundo ficticio. En el momento en que el lector piense que estoy inventándome cosas, lo he perdido. En la ficción siempre intentas crear la apariencia de realidad para que la obra de arte pueda hacer su magia. Pensé que lo más convincente sería incluir las reproducciones textuales, aunque muchas no fueran particularmente literarias. Me di cuenta de que ese tipo de hechos tienen peso. Y cuando sentía que estaba haciendo demasiadas locuras con los fantasmas y mi lector imaginario empezaría a pensar que desvariaba, era importante volver a un terreno histórico que enderezara algo el barco. Muchas de las innovaciones técnicas de mi escritura nacen de ese deseo de asegurarme de que no pierdo al lector.

-Algunas referencias históricas son inventadas. Es algo que conecta con el mundo de hoy, las ‘fake news’, lo difícil que es creer en fuentes en las que supuestamente debes creer.

-Me pareció hermosa la idea de que en ciertos momentos históricos no sabes lo que pasó. Para mí tenía una resonancia personal. Hablé con alguien que conocí de joven y me contó una historia de una fiesta en la que está segura de que yo estaba, pero yo estoy seguro de que no. Hay algo profundo en eso, muestra las limitaciones de nuestras mentes para acomodarse al mundo. Cuando decidía inventar alguna cosa, sabía que no podía hacerla muy loca. Intenté no inventar la historia, sino agitarla un poco. Todo esto fue antes de Donald Trump, y ‘fake news’ no era una expresión común. Pero todo se reduce a una cuestión de intención. Si tú y yo pactamos que te cuente una historia pero yo te aviso de que voy a inventar cosas para hacer la historia más amena y tú me das el visto bueno, estamos en un contrato artístico. Si soy portavoz de la Casa Blanca y tú vienes esperando la verdad y yo te miento, es algo muy distinto. En momentos como estos, cuando la derecha está fuera de control, una de las primeras cosas que se pierden son los matices. Los que amamos el arte tenemos que mantenernos muy firmes en la diferencia entre la ficción con consentimiento común y la burda mentira. Son muy similares en la técnica, pero la intención es totalmente diferente.

-¿Qué valores nos puede dar la literatura en estos tiempos?

-El principal es una forma diferente de pensar. En internet todo es pulgar arriba o abajo, y parece que el principal objetivo es tener un titular que alimente tus preferencias o inclinaciones. Eso simplifica tu visión del mundo. La literatura, en cambio, la complica. En EEUU ahora hay una cultura literaria pequeña pero apasionada. Ahora bien, la cultura más amplia está yendo rápidamente cuesta abajo. Se degrada la capacidad de pensar. La gente se acelera a la hora de emitir juicios, de alinearse con uno u otro bando y se erosiona la simpatía. Generar simpatía es importante. Cuando escribo, siento simpatía y respeto por el lector, y ambos nos unimos en intentar respetar a los personajes imaginarios; es un buen ejercicio empático, que requiere gran dosis de confianza. Hay que tener confianza para escuchar a tus enemigos, y la ficción es buen entrenamiento. Y hay otra cosa que me interesa: la idea de que como seres humanos no estamos bien preparados para esta vida. La ficción nos lo recuerda. Es una profunda posición filosófica. Es decir: «No sé algo. Me estoy perdiendo. Estoy perdido».