Que el objetivo de la política es unir a las personas entre sí en lugar de separarlas, y que quienes la practican deberían ver la paz mundial como una extensión de su deber patriótico y no como un obstáculo para ejercerlo, son obviedades que las nuevas generaciones probablemente ignoren. “Es importante recordarles que hay formas de gobernar el mundo distintas a las que ven en los noticiarios, y no hay mejor forma de hacerlo que recuperar la figura de Mijaíl Gorbachov”, asegura el alemán Werner Herzog sobre el documental que acaba de presentar en el Festival de Toronto, Meeting Gorbachev.

En él, utilizando una larga entrevista con su protagonista a modo de columna vertebral, repasa su gestión al frente de la Unión Soviética a través de los episodios más destacados de su mandato: el desastre nuclear de Chernobil, las negociaciones con Ronald Reagan sobre el desarme nuclear, el padrinazgo de la reunificación alemana y los tumultuosos años del glasnost, entre otros. “Que fuera capaz de entenderse con políticos de signo tan opuesto al suyo, como Reagan o Margaret Thatcher, es casi milagroso”, opina el director alemán. “Es lamentable que los políticos actuales carezcan de esa capacidad para cambiar el mundo. Bueno, Trump la tiene, pero para mal”.

Aunque dista de Lessons of Darkness (1992), Encuentros en el fin del mundo (2007) y otros de los más destacados trabajos de no ficción de Herzog en términos de estilización visual -se compone principalmente de bustos parlantes e imágenes de archivo de calidad variable-, Meeting Gorbachev sin duda es uno de los más emocionalmente intensos. Se trata de una obra embebida de melancolía y frustración. Más respetado fuera de Rusia que entre sus conciudadanos, muchos de quienes lo culpan por la desintegración de la Unión Soviética en 1991, el ruso admite sentirse aún atormentado por no haber podido mantener el bloque unido. "No logramos implantar del todo la democracia en Rusia", lamenta. Y le preocupa que otros aprendieran lecciones equivocadas de la perestroika: "Los estadounidenses creen que ganaron la guerra fría, y eso se les subió a la cabeza. Pero, ¿qué victoria?". Su reflexión sobre la creciente amenaza de guerra nuclear en los últimos años representa uno los momentos más conmovedores de la película.

Otro de ellos sin duda lo constituyen las escenas en las que el ruso recuerda esposa Raisa, fallecida en 1999. Dos décadas después, Gorbachov sigue derramando lágrimas al recordar el vacío que esa pérdida dejó en su vida. “Lo que vi en el expresidente, más allá de sus logros políticos, es la encarnación misma del alma rusa. Es una figura profunda, poética, solitaria y esencialmente trágica. Típicamente rusa”.

Hablar, quizá, por última vez

Herzog mantuvo tres conversaciones con el exmandatario a lo largo de seis meses. “En cada ocasión él llegó directamente del hospital, y acabada la conversación lo recogía una ambulancia para llevarlo de regreso al hospital”. La película, en efecto, muestra a un hombre de espíritu inquebrantable pero físicamente muy frágil. ¿Por qué accedió en su estado a participar en la película? “Supongo que necesitaba hablar para una cámara por última vez, sobre su legado y sobre el dolor que siente al ver cómo trabajo político ha sido mayormente revocado por sus sucesores”.

¿Accedería Werner Herzog a hacer un documental centrado en el actual presidente ruso, Vladimir Putin? “Quizá habría que esperar 20 años para hacer un documental sobre él”, sugiere. “Entre otras cosas porque yo ya seré demasiado viejo para hacerlo”. Más proclive, en cambio, se muestra a sentarse a conversar con Donald Trump. “Trump es un personaje como muy pocos en la historia”, explica el director. “Yo lo compararía con Nerón”. Pero no en términos de crueldad y tiranía, insiste en matizar. “Algo hay que reconocerles tanto al viejo emperador como al actual inquilino de la Casa Blanca: su sentido del espectáculo”.