Laura Higuera (Cartagena, 1982), desarrolló desde su juventud un interés especial por el penúltimo periodo pictórico de Goya y sus pinturas negras. El ángel negro es su primera novela, y en ella elucubra sobre la posible existencia de un decimoquinto fresco sustraído de las paredes de la Quinta del Sordo, la pequeña finca a orillas del Manzanares en la que Goya pasó cuatro años de su vida rodeado de sus siniestros frescos.

—Su novela comienza con un truculento asesinato en el Museo del Prado y el hallazgo de un misterioso mensaje cifrado, parece una historia ideada por Dan Brown.

—¿Si verdad? Me lo han dicho muchas veces. Al final, consciente o inconscientemente uno escribe basándose en lo que ha leído previamente. He leído a Dan Brown y por lo tanto tengo algo de Dan Brown, me parece un autor súper entretenido, pero para mi gusto su estilo no va más allá. Prefiero a otros escritores como Arturo Pérez Reverte, Mikel Santiago, Juan Gómez Jurado o Mario Vargas Llosa.

—‘El ángel negro’ está cargada de datos y curiosidades sobre la historia del arte, unos datos que trascienden de la mera documentación para una novela, se nota que le apasiona.

—No soy ninguna entendida ni mucho menos. Me encanta el arte y me encanta la pintura, pero he de reconocer que ante todo soy una apasionada de Goya, y concretamente de su penúltimo periodo y sus pinturas negras. Cuando tenía 10 años, mi abuelo, que por cierto es de Zaragoza, me llevaba al Museo del Prado, y en una de esas visitas me topé con las pinturas negras. Con aquella edad veía las cosas diferentes, recuerdo que me parecieron súper macabras, violentas, obscenas y crueles. Era pleno agosto, y dio la casualidad de que, a causa del calor, una señora mayor se desmayó delante del cuadro de Saturno devorando a sus hijos. Yo lo achaqué a que había contemplado una escena tan macabra que no había podido evitar perder el conocimiento, y desde entonces mi mente empezó a bailar con las ideas de Goya y sus pinturas negras. Empecé a preguntarme qué podría haber llevado a aquel hombre a pintar semejantes motivos en las paredes de su casa para convivir con ellos todos los días.

—Leyendo su novela da la sensación de que ha intentado buscar la respuesta a esa pregunta, algo que, por otro lado, todos nos hemos preguntado al contemplar sobrecogidos el ‘Saturno’.

—De alguna manera, escribir El ángel negro me ha servido para tratar de meterme en el alma de ese Goya viejo, decrépito, consumido y desgastado, y experimentar lo que sentía cuando pintó esas paredes. Aún después de publicar la novela sigo sin la respuesta definitiva. Lo que más me sorprende no es que las pintara, sino que después decidiese convivir con ellas. Me parece cruel e innecesario. Goya convirtió su propia casa en un museo de los horrores durante los cuatro años que pasó en la Quinta del Sordo. Estar en continuo contacto con aquellas pinturas debió de ser nocivo para su mente.

—Por aquel entonces Goya sufrió una terrible enfermedad, se cree que fue el tifus, pero no hay datos concluyentes de lo corroboren.

—Así es, no hay que olvidar queGoya era producto de su tiempo, pero también de sí mismo y de su enfermedad. Al fin y al cabo las pinturas negras eran sus fantasmas, unos fantasmas que reflejaban los tiempos tan tristes por los que pasaba España en aquella época, pero también unos fantasmas que respondían al dolor, o más bien a la conciencia de que ese dolor estaba aconteciendo y tomando su cuerpo.

—La hipótesis en la que se basa su novela de que existe una decimoquinta ‘pintura negra’ escondida en alguna parte del mundo es sorprendentemente sólida. Tras la muerte del pintor de Fuendetodos, sus hijos pidieron a su amigo Antonio de Brugada, que había convivido con Goya en Burdeos, que elaborase un catálogo de las pinturas de la Quinta del Sordo. El catálogo acreditó quince pinturas, aunque solo catorce se pueden ver a día de hoy en el Museo del Prado.

—No deja de ser una leyenda urbana, aunque una leyenda con bastantes ingredientes de peso. A su llegada a la Quinta del Sordo, Antonio de Brugada se encontró con un hueco en una pared de la primera planta. Por aquel entonces se utilizaba la técnica del strappo, que consistía en arrancar la capa pictórica junto con el rebozado del muro original, así que entendió que alguien se había encargado de sustraerla antes de su llegada. Se sabe de hecho incluso el nombre de ese fresco, Cabezas en un paisaje, y se cree que reside en la colección privada de Nueva York de Stanley Moss. Si esto se confirmase supondría una absoluta revolución en el mundo del arte, las pinturas negras de Goya conforman una de las colecciones más valoradas de todos los tiempos.