Ser descendiente de la Faraona dificulta el despegue. Sin embargo, su nieta Alba Flores (Madrid, 1986) ya ha entrado en órbita. Tanto en el terreno comercial (su poderosa interpretación de Nairobi en La casa de papel la ha convertido en universal), como en el alternativo, apostando por la compañía La extraña compañía, con La excepción y la regla, de Bertolt Brecht.

-Una Flores haciendo un texto de Brecht. El imaginario colectivo echa chispas.

-Eso presupone un prejuicio respecto a los Flores y respecto a Brecht, ¿no?

-Cierto. Corrija la simpleza.

—Al haber una imagen -casi- mítica de mi abuela y al estar los González-Flores expuestos durante mucho tiempo, hay un relato sobre la familia que, visto de cerca, no se corresponde con la realidad.

-De niña quería construir puentes colgantes.

-Pero a los 13 años me apunté en el Estudio Corazza de interpretación. Llegar hasta aquí es producto de un cúmulo de pequeñas decisiones y, también, de mucho permiso de los míos para ser yo.

-«Eres la salvaje que hay dentro de todos nosotros», ha dicho su tía Lolita.

-¿Eso ha dicho? Me gustaría ser más salvaje de lo que soy.

-¿Más? Quema cuando su Nairobi dice aquello de: «Empieza el matriarcado».

-Ahí sí. Propuse al director mirar a cámara mientras lo decía y salió bien. Pero fuera de cámara rara vez miro así.

-¿Qué subrayan los que la dirigen?

-A mí los halagos me cuestan un poco. Pero, así, en general, suelen decir que quiero ir al fondo, que me entrego.

-¿El lado gitano limita?

-Hay mucho antigitanismo, pero por encima está la fobia de clase. Hay gente que puede ser racista con inmigrantes, pero sus héroes son jugadores de fútbol de otros países. En mi caso pasa algo parecido. Como les gusta la serie, lo gitano se desdibuja. Eso demuestra que el racismo carece de argumentos.

-Es feminista y defensora de los derechos LGTBI...

-Y ecologista, y vegetariana también. Pertenezco a una generación que cada día tiene más conciencia social. Y no tengo miedo a pronunciarme.

-¿Eso provoca debate familiar?

-¡Para nada! A la hora de comunicar, mi familia se caracteriza por no tener pelos en la lengua. Mi abuela era muy libre a la hora de decir lo que pensaba, lo son mis tías Lolita y Rosario, y mi prima Elena [Furiase]. Lo diferente, quizá, es que yo tengo mi visión.

-¿Qué cree que diría su padre si la viera ahora?

-Es una pregunta que me la hacen más desde fuera que yo misma. Me siento con su bendición para hacer mi vida, y para equivocarme también.

-Podría haberse dormido en los laureles.

-No habría podido, no. El otro día leí una entrevista que me hicieron hace años en la que me preguntaban un sueño y yo respondí: «Me gustaría formar parte de una compañía y hacer teatro para la gente». Y lo he conseguido. Detrás hay convivencia, aprender a organizarnos de la manera más horizontal posible.

-¿La vida es una fiesta?

-Es una contradicción. Pero yo, Alba González Villa, soy putonormal. Y buena persona también.

-«Íntegra», la define su madre, quien mejor la conoce.

—Lo intento de verdad. Me cuesta aceptar cosas por cuestiones alimentarias o comerciales.

-¿A ella qué le debe?

-Me ha dado mucho aliciente a que yo sintiese curiosidad por aprender. Es lo más preciado que me ha legado.

-Ponga algo más el zum sobre usted.

-Creo que me caracterizan la serenidad, la apertura a los demás y las ganas de tocar algo profundo.

-Nada malo, veo.

—Para mucha gente, esta definición es un rollo patatero, demasiado hippy; suena un poco a que te duermes, ¿no? Como contrapunto, admito ser bastante orgullosa.