Esa mañana Hemingway se levantó muy temprano. Era domingo, 2 de julio de 1961. Encontró el escondrijo de la llave del armario donde se guardaban las armas en su casa rural de Ketchum, Idaho. Su esposa, Mary, las había escondido porque el escritor, profundamente deprimido y enfermo, ya había demostrado que deseaba morir. Cargó una escopeta de caza. Debió de mirar la oscuridad del doble cañón apenas un segundo, antes de que el sonido seco y rotundo despertase a toda la casa. De eso se cumplen hoy 50 años.

Con ese disparo y ese ominoso olor a pólvora se clausuraba, consecuentemente, una leyenda, la del más popular escrito norteamericano del siglo XX. Un hombre que se trabajó a conciencia un personaje reconocible y popular aun a riesgo de quedar oculto como escritor. El invento apenas tiene precedentes y es la gran aportación norteamericana a la literatura: el autor antiintelectual, bebedor, amante de la caza y la pesca, de los deportes, incansable publicitario de su hombría, capaz de acuñar frases de ensueño para los titulares de los periodistas. El peso del icono es imponente. Más que sus libros, se recuerdan sus imágenes perfectamente estudiadas: Hemingway ayudando a un soldado durante la guerra civil española; Papá, así le conocían sus amigos, en los toros; posando jactancioso junto a gigantescas piezas de caza. Demostrando una y otra vez que era el más macho. La barba blanca y la oronda barriga que lucen año tras años los imitadores de Hemingway no están lejos del tupé y las lentejuelas de Elvis Presley.

Los detractores de Hemingway se quedan con este retrato. Sus defensores alegan que, si él fue el primer responsable de la construcción de una caricatura, eso no fue más que una manera de preservar la soledad de la escritura. De hecho, en el discurso de aceptación del Nobel, que escribió aunque no fuera a recogerlo, desarrolló ese tema: "Cuando un escritor abandona su soledad gana en repercusión pública, pero a veces su obra se deteriora ... Un escritor ha de escribir lo que debe escribir, pero no hablar de ello". Juan Villoro, uno de los redescubridores tardíos de Hemingway, cree que esa fue su estrategia secreta: presentar su vida al público para no tener que hablar de sus novelas con los periodistas. Y la estrategia se le fue de las manos.

La celebración del 50º aniversario de la muerte del escritor ha tenido su epicentro en La Habana. El autor descubrió Cuba en 1939. Se instaló primero en el Hotel Ambos Mundos, cerca de sus adorados Floridita y La Bodeguita del Medio, y más tarde en Finca Vigía, en San Francisco de Paula, una casa blanca rodeada de jardines y huertos, un oasis de orden dentro de la Cuba del dictador Batista, en la que apenas se le soportaba.

También fue uno de los domicilios más estables de su vida. El lugar, cedido por Mary Welsh, la última esposa del escritor, al Estado cubano hace ahora también 50 años, acogió a mediados del pasado mes uno de los más importantes congresos sobre la obra del autor.

El encuentro corona una política de colaboración con la Biblioteca John F. Kennedy de Boston, que reúne la mayor documentación sobre el autor. Pero la gran noticia de ese encuentro es la de la próxima edición completa, en Estados Unidos, de la correspondencia del autor en 18 volúmenes. El primero de los cuales aparecerá en octubre.

Cuando en 1986 apareció El jardín del Edén , una de las novelas póstumas que Hemingway dejó tras de sí, algunos estudiosos analizaron su figura de hipermacho a la luz de la ambigüedad sexual que era el tema central del libro. ¿Tanto alarde no escondería temores e inseguridades? La correspondencia inédita en un 90% se promete sin censura y puede ofrecer nuevas luces a la figura del escritor. El volumen abarca desde 1907 hasta 1922, años que corresponden a su infancia y primera juventud. Particular interés tienen las misivas dirigidas a su muy autoritaria y "andrógina" madre --el calificativo es de Hemingway. En 1928, Clarence Hemingway se descerrajó un tiro.