Robert Zemeckis aseguraba en una entrevista reciente que, tras una década entera ocupada en rodar películas con captura de movimiento (Polar Exprés , Beowulf y Cuento de Navidad ), el regreso a la imagen real fue como volver a coger una bicicleta tras diez años sin hacerlo: el tiempo puede pasar, pero la costumbre no se pierde. Y así, 12 años después de Náufrago , un relato al límite, Zemeckis deja la caja de juguetes digitales --aunque aquí haya una secuencia espectacular de vuelo inverso y aterrizaje forzoso-- y se centra en los personajes, sus emociones, dudas y contradicciones.

La materia prima es excelente, pero el desarrollo tiene demasiados agujeros negros, algún que otro tópico y una resolución, al parecen impuesta o sugerida por el actor protagonista, Denzel Washington, que endulza lo que no necesitaba ser endulzado. Porque además de un buen drama sobre el alcoholismo, El vuelo (Flight) propone una panorámica sobre la dualidad moral a la que todo el mundo se enfrenta en determinadas situaciones. El punto de partida aboga por esa dualidad: un piloto ebrio consigue salvar un centenar de vidas humanas aterrizando el avión averiado como ningún otro piloto podría haberlo logrado. Pero estaba bebido, y ahí reside el planteamiento moral que el filme presenta sin ambages, de manera áspera, para entorpecer la diáfana lectura con un final que parece pertenecer a otra película. QUIM CASAS