¿Cuántas películas necesita el mundo sobre Ned Kelly, el bandido más célebre de la historia de Australia? Existen alrededor de una docena, entre ellas el primer largometraje que se conoce, The story of the Kelly gang (1906); Ned Kelly (1970), el debut como actor de Mick Jagger; y Ned Kelly: comienza la leyenda (2003), biopic protagonizado por Heath Ledger que fue vapuleado por la crítica. «Todos me decían que era una idea horrible, que nadie me iba a dar dinero para dirigir otra película sobre el tema», recuerda el australiano Justin Kurzel acerca de La verdadera historia de la banda de Kelly, que el viernes 3 llegó a los cines. «Pero yo tenía que hacerla; necesitaba tomar riesgos de nuevo y recuperar mi voz artística».

Por entonces, Kurzel acababa de cosechar el primer fracaso de su carrera por culpa de Assassin’s Creed (2016), adaptación del videojuego homónimo. «Cuando haces una película como esa te ves sometido a un control estricto y obligado a atender muchas opiniones distintas, y en mi caso sentí que la mía propia se perdió en el proceso». Tras la experiencia, atrapado en Londres por un problema con su visado, sintió una intensa morriña. «Empecé a leer literatura australiana de forma compulsiva, y eso me planteó muchas cuestiones acerca de quién soy y de dónde vengo».

Basada en la novela homónima de Peter Carey, la película acompaña a Kelly (George MacKay) desde su infancia hasta su temprana muerte en 1880, prestando especial atención a su guerra particular contra la autoridad colonial británica. Se trata de un retrato del hombre tras el mito en parte inspirado en hechos pero sustentado en la ficción, que adopta un estilo estilizado para capturar lo que Kurzel define como una certeza emocional. «En realidad, la historia casi nunca coincide entera e inequívocamente con la verdad», apunta el director. «Siempre está mediatizada por las intenciones del que la cuenta».

Eso explica por qué, en Australia, muchos ven a Kelly como un icono y un mártir mientras otros tantos lo consideran un terrorista. «Su figura estuvo representada en la ceremonia de los Juegos Olímpicos de Sydney, y en mi país mucha gente se tatúa su rostro en el cuerpo; hay una cerveza que lleva su nombre, y también un pastel típico hecho de beicon, queso y huevo. ¿No es extraño?», se pregunta Kurzel. Al fin y al cabo, el bandido y sus secuaces mataron a policías y atacaron a minorías, y planearon el asesinato de 23 personas en un tren. «La sociedad australiana tiene pendiente una conversación seria sobre el motivo por el que hemos puesto a un tipo así sobre un pedestal». Él tiene dos teorías al respecto. «Por una parte, es una forma de tapar la culpa y la vergüenza que sentimos por nuestro pasado, y nuestra responsabilidad como hombres blancos en el genocidio de la población indígena. Por otra, los australianos siempre hemos sentido cierta fascinación por quienes se oponen a la autoridad. Después de todo, somos herederos de los primeros europeos que llegaron a la isla para cumplir penas de cárcel».

La figura del forajido es una presencia constante en el cine del director, que se dio a conocer con Los asesinos de Snowtown (2011), demoledora mirada al pasado criminal reciente de su país, y confirmó su talento con la brutal adaptación shakespeariana Macbeth (2015), protagonizada por Michael Fassbender y Marion Cotillard. Como esos dos títulos, asimismo, la nueva película reflexiona sobre una forma muy violenta de masculinidad. «Eso es consecuencia de mis orígenes», confiesa. «El australiano blanco considera que ser un hombre significa ser un macho alfa, y crecer bajo la presión de esa idea puede ser complicado para quienes no juegan al rugby y no encajan en el estereotipo».

La filmografía de Kurzel, por último, funciona como una meditación sobre el destino, que en Los asesinos de Snowtown lleva a un inocente a mancharse las manos de sangre y en Macbeth hace enloquecer a un noble ambicioso. «En el caso de Ned Kelly, él era un tipo muy inteligente, un visionario; podría haber llegado a ser el primer ministro de Australia, de haberlo querido», opina el director. «Pero pese a ello se vio empujado una y otra vez al crimen, y a aceptar precisamente el tipo de vida del que trataba de huir».