La industria de los diamantes estuvo encantada cuando Marilyn Monroe los convirtió para siempre en "el mejor amigo de una mujer". Durante décadas, esa misma industria ha disfrutado de la conspicua presencia de sus piedras preciosas en el celuloide, donde han sido objeto de pasión, deseo y ambición criminal, desde la más cómica hasta la más violenta. Pero ahora, Hollywood, con la película Blood diamond (Diamante de sangre), ha decidido mirar a uno de los aspectos más trágicos e injustos de ese comercio: el del tráfico en Africa de los llamados diamantes de conflicto, los vendidos por dictadores para financiar sangrientas y letales campañas militares contra insurgentes.

Lo hace con la magnificadora lupa que es tener a Leonardo DiCaprio como estrella del reparto. Y ante el temor de una peligrosa publicidad negativa, y en fechas de regalos navideños, la contraofensiva de la industria no se ha hecho esperar.

La superproducción dirigida por Edward Zwick llega el viernes a las pantallas de Estados Unidos.

Tanto el Consejo Mundial de Diamantes como el Centro de Información de Diamantes han invertido millones de dólares en campañas y en 10 de los principales periódicos del país se ha comprado espacio para anuncios a toda página defendiendo que "más del 99% de la producción actual de diamantes proviene de fuentes libres de conflicto".