Ni Javier Bardem ni los Coen podían haber construido en No es país para viejos trabajos más alejados de los formatos tradicionales de Hollywood. El domingo, sin embargo, los tres creadores iconoclastas aceptaron encantados rendirse al final feliz que impusieron los Oscar. El oro del español tuvo, además, tintes históricos. Y él no desaprovechó la oportunidad para convertirlo en una reivindicación de la "dinastía Bardem" y de un oficio: no el de actor, el de "cómico". Tras la gala, celebró su triunfo junto a sus amigos.

A la historia le gusta el juego. Hace 49 años, una maravillosa película francesa, Mi tío , ganaba el Oscar en categoría de habla no inglesa y una de las que dejaba a las puertas del oro era una producción española. Se titulaba La venganza y su director tenía un apellido que hoy todo Hollywood tiene en la boca: Bardem.

Quien rozaba el Oscar hace casi medio siglo era Juan Antonio Bardem, referente histórico del cine español. Y quien lo conquistó finalmente el domingo, tomándose una dulce revancha y escribiendo con mayúsculas en la historia de los Oscar el primer nombre de un actor español era su sobrino, Javier Bardem.

DE LA MANO DE DOS HERMANOS Bardem triunfó de la mano de Joel y Ethan Coen, que se convirtieron en reyes de la 80 edición de los Oscar con cuatro estatuillas para No es país para viejos , incluyendo las de mejor película, mejor dirección y mejor guión adaptado (de la novela homónima de Cormac McCarthy). Y en un emocionado discurso bilingüe sobre el escenario, en la sala de prensa y en un encuentro posterior con los medios españoles, el actor se rindió al talento y "la genialidad" de los directores, dedicó su logro a la "dinastía" familiar y reinvindicó su trabajo, su oficio, con un término "denostado últimamente demasiado y que entraña orgullo y integridad: cómico".

Con Anton Chigurh, su memorable villano, ganaba el antiestablishment , un antihéroe que, armado con un peinado para recordar y una máquina de matar vacas, hace añicos los estereotipos de Hollywood. Lo mismo sucedía con el estilo de los Coen, acostumbrados a los márgenes. "Estamos muy agradecidos a todos por dejarnos seguir jugando en nuestro rincón del parque infantil", dijo Joel Coen.

Los Oscar se rendían a una visión más artística que en algunas ediciones recientes. Pero tuvieron su toque salomónico, repartiendo premios entre películas más exitosas entre la crítica que en la taquilla como Pozos de ambición y Michael Clayton y entre fenómenos más masivos como Ratatouille , Juno y El ultimatum de Bourne .

ECOS DE HUELGA Esa división entre las máximas nominadas y los gustos masivos del público hacía temer a los medidores de audiencia por televisión. Pero para analizar esa posible desconexión habría que sumar el guión de una ceremonia que aprovechó unos aburridos vídeos filmados para usar en caso de que los guionistas hubieran proseguido con su huelga y dejó patente que esta vez hubo menos tiempo para preparar un texto con gancho.

Desde un primer vídeomontaje que parecía filmado por un becario que acaba de llegar a una casa de vídeojuegos, se demostró que la magia deberían aportarla los ganadores. Y aunque hubo buenos momentos del presentador, Jon Stewart, quedó claro que su fuerte no es mantener vivas tres horas y 17 minutos de entretenimiento.

Dejó perlas --"Cuando en una película de Hollywood hay un candidato a presidente negro y una mujer un asteroride está a punto de estrellarse contra la estatua de la Libertad"--. Pero la emoción la puso gente como el músico Glen Hansard, Oscar a mejor canción. "Haced arte, haced arte", pidió. Más de uno prestaba atención.