En 1961 llegó a Chile el alemán Paul Schäfer (1921-2010), exmilitar nazi que intentaba dejar atrás denuncias por abuso infantil. Al sur del país, compró 10.000 hectáreas y fundó Colonia Dignidad, un particular reino de los horrores camuflado de modélica misión benefactora, donde gozó de total impunidad durante décadas para violar sistemáticamente a niños (primero huérfanos alemanes de la guerra y luego secuestrados en pueblos vecinos), esclavizar y someter a hombres y mujeres, experimentar con ellos y colaborar con la dictadura de Pinochet traficando con armas y funcionando como centro de detención de disidentes del régimen (con torturas importadas de la Gestapo y donde 38 opositores fueron asesinados).

«Schafer nunca se arrepintió de nada ni pidió perdón, era un loco mesiánico», afirma la periodista y escritora Claudia Larraguibel (Santiago de Chile, 1968) sobre el pederasta líder de aquella secta de manual que tras un interminable reguero de denuncias huyó manteniéndose prófugo durante siete años hasta que en 2005 fue detenido en Buenos Aires y juzgado en Chile, muriendo en prisión. La autora, cuya familia se exilió a Venezuela y España tras el golpe de Pinochet, regresó a su país para investigar esta historia, que la «obsesionó». Tras años de entrevistas a excolonos y víctimas y con testimonios y archivos judiciales dejó reposar el material. Y surgió Sprinters (Salto de Página), donde condensa aquel endogámico infierno en 250 páginas de una novela que aglutina autoficción, declaraciones y hechos reales y el guion de una película, nunca rodada. «Nada de lo que cuento traiciona los hechos, es mi lado periodístico», confirma Larraguibel.

Una muerte y una huida

Los sprinters -corredores- eran «los chicos de 8 a 14 años» de los que abusaba Schäfer. «Los llamaban así porque todo el día corrían haciendo recados para él». Su origen estaba en familias campesinas chilenas analfabetas que iban con sus hijos al hospital de la colonia. «Les decían que habían muerto o les hacían firmar papeles de adopción sin saber lo que eran». La confusa muerte en los 80 de un sprinter, Hartmut Münch, es uno de los hilos de los que tira el libro. El otro, es la huida, en 1997, evitando alambradas, cámaras, perros y guardias, de dos chicos, Tobías Müller y Gonzalo Luna. «Los medios chilenos lo vistieron como una fuga homosexual. Los machacaron».

Larraguibel quiso «explicar la verdad de los colonos» sin que el escabroso volumen de crímenes la sepultara. Lo logró con el personaje de Lutgarda, inspirada en todas las colonas que entrevistó, «ejemplo de resiliencia, poder y esperanza». «Nunca se habla de ellas. Todos los documentos hablan de víctimas hombres y niños. Las mujeres de la colonia eran para el líder y sus siete jerarcas peor que las gallinas porque estas al menos ponían huevos. En cambio, a las mujeres solo las usaban como bestias de carga para trabajar. Si quedaban embarazadas, las hacían abortar. No las dejaban casarse hasta que eran demasiado mayores para concebir». Hombres y mujeres vivían separados y trabajaban 16 horas al día en los campos sin contacto con el exterior. A ellos les atiborraban de medicamentos para someterlos.

Schäfer invitaba a políticos a la colonia y lo grababa todo. Por allí pasó, entre otros, Manuel Contreras, jefe de la DINA, la policía secreta de Pinochet, apunta, denunciando una impunidad que llega hasta hoy. «El actual presidente, Sebastián Piñera, ha puesto de ministro de Justicia a Hernán Larraín, que formó parte del círculo de Colonia Dignidad y que en su día dijo que era un horror que la policía hubiera irrumpido para detener a Schäfer».

El líder murió en prisión, pero «el caso aún no está cerrado, aún hay procesos judiciales abiertos, algunos jerarcas huyeron a Alemania, hay una orden de extradición contra el doctor que hacía experimentos, a otros les cayeron penas leves». Y «el Gobierno chileno nunca ayudó a las víctimas ni se preocupó de reinsertar a los colonos en la sociedad».