En el fondo, pese a su físico enjuto, puro hueso de hidalgo castellano, José Luis Sampedro era un hedonista. Le delataban su capacidad de enamorarse a los 80 años; haber escrito El amante lesbiano , esa novela tan explícitamente erótica a los 83, y, naturalmente, su humor socarrón. "Me gustaría tomarme un campari", pidió a los suyos poco antes de morir en su casa madrileña de Cea Bermúdez. Se lo hicieron granizado, como a él le gustaba. "Ahora empiezo a sentirme mejor. Muchas gracias a todos" y al poco murió mientras dormía. Alejado de ese ruido mediático que le horripilaba. Dejó escrito que anunciaran su fallecimiento cuando ya fuera solo cenizas, y así fue. Sampedro murió a los 96 años, la madrugada del pasado lunes pero la noticia no trascendió hasta ayer. Como diría Carlos Barral: "Denos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana y hermosa muerte".

En sus últimas entrevistas, Sampedro, narrador, economista, humanista y conciencia social de este crítico siglo XXI, aseguraba que no temía a la muerte, que se sentía como en el poema de Jorge Manrique, como un río listo para "dar a la mar". Según su viuda y colaboradora, la poeta y traductora Olga Lucas, 30 años más joven que su marido de quien en los últimos tiempos se había convertido en sus oídos y sus piernas, Sampedro ya había "asumido la muerte con naturalidad" y solo estaba preocupado en hacerlo "con dignidad", una palabra que no solo define su final sino también su larga y lúcida vida.

"Cuanto más viejo me hago más radical me siento", solía decir al tiempo que, abrumado, no dejaba de enterarse por la prensa de la miseria, los desahucios o las corrupciones políticas, principales síntomas del actual encarnizamiento del capitalismo salvaje, que él tan bien supo diagnosticar, mal que le pesase. La sabiduría de este catedrático de Estructura Económica le convirtió en el pensador de referencia de los indignados del 15-M.

Hijo de un médico militar, de familia conservadora, nació casualmente en Barcelona. Pero ese hecho fortuito quizá tenga en su biografía mucho más peso porque la familia baraja la posibilidad de esparcir las cenizas del escritor precisamente en Cataluña. Pasó su infancia en Tánger, cuando la ciudad era todavía el enclave del exotismo y la bohemia y una escuela para el cosmopolitismo. Le cogió gusto a la lectura como tabla de salvación al ataque de soledad que sufrió cuando sus padres le enviaron un año con su tío a un perdido pueblo soriano.

La guerra civil le encontró en Santander, con los republicanos con un batallón anarquista cuyos miembros le parecieron "admirables", pero, al caer la ciudad, le reclutaron en las filas nacionales. "No pasé de cabo interino en ninguno de los dos bandos, porque no me gustaba mandar a nadie", decía. Como diría en su discurso de ingreso en la Real Academia en 1990 aquello fue una "horrenda frontera, en el tiempo y en el espacio, en las ideas y en la conducta".

Aunque empezó a escribir muy pronto, con tan solo 20 años (La sombra de los días , su segunda novela no vio la luz hasta 1996), la escritura fue una afición a tiempo parcial en sus años de economista profesional, docente y asesor del Banco Exterior. Era un raro autor sin ego. "Siempre me he considerado un escritor de segunda", acostumbraba a decir. Su primera novela Congreso en Estocolmo apareció en 1952 y diez años más tarde El río que nos lleva , dos obras estimulantes que sin embargo no tuvieron la repercusión que años más tarde tendría la fundamental Octubre, octubre (1981), cuya elaboración le llevó 19 años de trabajo y se convertiría en referente para toda una generación de lectores muchísimo más jovenes que él y, sobre todo, a nivel popular, La sonrisa etrusca , su gran best-seller, inspirado por el nacimiento de su nieto Miguel. Y es que cuando otros piensan en jubilarse, a los 64 años cumplidos, Sampedro se reinventó durante la Transición como figura popular y querida y demostró, sin proponérselo, su gran capacidad de comunicación y de empatía con el gran público. Es por entonces cuando el Rey le nombra senador, un cargo honorífico que sería su único contacto con la política.

Más tarde vendrían La vieja sirena (1990), El amante lesbiano (2000), Escribir es vivir (2003), La senda del drago (2006) hasta desembocar en el Premio Nacional de las Letras Españolas que le concedieron en el 2011, eso sin contar sus numerosos ensayos económicos y sociales, con el fundamental Economía humanista. Algo más que cifras , (2009).

Su segunda popularidad llegó al cambiar el siglo. Viudo de Isabel Pellicer, madre de su hija Isabel, volvió a enamorarse. Decía que le debía a Olga Lucas, su segunda esposa, seguir vivo. Apuró esa vitalidad con combativos ensayos en favor de los pobres. Y lo hizo con rabia pero también con elegancia. Una vez le preguntaron por su epitafio. "Que ustedes lo pasen bien", dijo.