Para Giulio Andreotti, hoy senador vitalicio democristiano, ayer siete veces primer ministro de Italia, mandar no consiste en resolver problemas, sino en silenciar a quienes los plantean, y para hacer el bien ante todo es necesario ser malo.

Son citas del controvertido político italiano que el cineasta Paolo Sorrentino repesca en el feroz, caricaturesco y soberbio retrato que de él realiza en Il divo , película con la que concursa por tercera vez en el Festival de Cannes.

Por la teatralidad, por la mordacidad y por la brillantez de los diálogos, Il divo es una especie de Ubú president , de Els Joglars, más radical en su puesta en escena. El actor Toni Servillo se apodera de Andreotti, de sus nerviosos gestos, de su insomnio y de sus orejas caídas.

La reacción de Andreotti no se ha hecho esperar. En declaraciones al diario La Repubblica , calificó el filme de maléfico. "Me retrata como a un cínico, y no lo soy", manifestó el expresidente después de ver la película en un pase privado.

En la rueda de prensa de ayer, Sorrentino evitó meterse en el terreno de la crispación política y apostó por la ironía: "Para la impasibilidad a la que nos tiene acostumbrados, ha reaccionado de una manera bastante exagerada, hasta ha dicho lo que pensaba".

FUERZ Para el director, cintas como la suya confirman "la fuerza" del cine frente a otros instrumentos críticos. "He estudiado las contradicciones de un hombre que alimenta la ambigüedad", dijo el autor, que ha intentado captar "la naturaleza oculta del poder". Para ello no se ha asustado ante nada. Ni ante el Vaticano ni ante la misma mafia, que tienen papeles clave en un filme que recurre hábilmente a la estética del cómic. Sorrentino retrata sin contemplaciones las presuntas relaciones de Andreotti con la mafia siciliana. Esas mismas por las que fue procesado y absuelto.