Catorce segundos. Mucha intuición. Y miedo. Es el tiempo y las condiciones en las que Ronaldo Schemidt (Caracas, 1971) tomó la fotografía ganadora del World Press Photo. Una impactante imagen de un manifestante venezolano envuelto en llamas. Schemidt recuerda perfectamente el momento. Era el 3 de mayo del año pasado, y las manifestaciones contra Nicolás Maduro hacía días que se sucedían. En la jornada en cuestión, la protesta fue más violenta y multitudinaria que en otras ocasiones. «Vi una escena terrible, un vehículo blindado atropellando a unos manifestantes, les pasó por encima delante de mí, de hecho tuve que correr para no ser arrollado». Tras ello, los participantes consiguieron sustraer una moto a la Guardia Nacional a la que prendieron fuego con un cóctel molotov.

«Noté el peligro -explica-. Cuando vi la moto en el suelo, en llamas y que brincaban encima de ella, decidí retirarme». Lo hizo pero al poco notó una explosión a sus espaldas, el vehículo estalló. «Reaccioné de manera instintiva al fogonazo con la cámara, y ahí estaba corriendo José Víctor en medio de ese fuego. Lo vi contorsionándose y a sus compañeros intentando apagar las llamas, cayó y entre varios consiguieron sofocar el fuego. Fue todo fue muy rápido. Apenas 14 segundos». La imagen ganó el primer premio del concurso de fotografía más prestigioso del mundo y abre la exposición sobre todas las instantáneas galardonadas que acoge el CCCB, de la mano de Photographic Social Vision.

DOLOR HUMANO / Pero a Schemidt le cuesta sentirse orgulloso: «Los fotoperiodistas estamos en la calle contando historias, y creo que la mayoría de nosotros no trabajamos para ganar premios, sería inhumano e insensible. Lo que retratamos es el sufrimiento y el dolor humano, y uno no quiere ganar un premio en base a eso», apunta. Debe ser verdad, porque Javier Arcenillas, ganador en la categoría Proyectos a largo plazo con un trabajo sobre la violencia en Latinoamérica, es de la misma opinión: «He conocido a muchos de los ganadores de este año y no he visto alegría en sus ojos».

Y es que la mayoría de las instantáneas de la exposición muestran tragedias. «Me preguntan por qué todas las imágenes que hay aquí son tristes. No, no son tristes, son reales. Trabajamos con realidades. Y lo que queremos es que estas realidades salgan, se vean, se difundan. Me encantaría hacer fotografías alegres, pero me dedico a contar historias de gente que necesita que contemos esas historias. Soy su herramienta de transmisión», explica Arcenillas.

De lo que sí se sienten orgullosos ambos ganadores es de poner Latinoamérica en el mapa. Hacía muchos años que no ganaba una imagen relacionada con esa zona. «Estamos marcados por temáticas muy anglosajonas y por guerras muy alejadas», apunta Arcenillas. Y Schemidt apoya: «Los premios siempre van dirigidos a los conflictos de Oriente Próximo o a los refugiados. En el caso de Venezuela no hay bombardeos ni miles de víctimas ni armas químicas, pero hay una crisis política, económica y social terrible. También de alimentos y medicinas. No es una guerra chica».

Y para aquellos que se preguntan si el fotoperiodista ante una desgracia debe actuar o seguir disparando la cámara, una buena noticia: la instantánea del ganador ha servido para que José Víctor haya recibido la atención médica necesaria para su recuperación. Schemidt lo sabe a través de la hermana, porque el afectado no quiere ni hablar con la prensa ni recordar el día de autos. «Si a mí como testigo me afectó, no puedo ni imaginar lo que sufrió él», sostiene el ganador.