Los Emmy del 2016 no serán recordados, finalmente, como ese posible desbarajuste del status quo que prometían unas nominaciones bastante sorprendentes. 'Juego de tronos' y 'Veep' han repetido en mejores drama y comedia, respectivamente. La protagonista de la segunda (por otro lado irreprochable Julia Louis-Dreyfus) se ha llevado su quinto Emmy consecutivo por el papel, ahora oportuno, de la primera mujer presidenta de los Estados Unidos. Maggie Smith volvió a ganar por 'Downton abbey' y volvió a pasar del acto.

Pero existen indicios de cambio, como demostró un inicio de gala marcado por la pleitesía hacia el humor personal y la nueva sangre cómica. Resultó refrescante ver a Louie Anderson recoger su premio al mejor actor secundario de comedia por su papel de madre -sí, así es, madre- de dos versiones de Zach Galifianakis en la agridulce 'Baskets'. Y a Aziz Ansari llevarse merecido galardón por el retrato de la experiencia en EEUU de sus padres, inmigrantes de la India, en un episodio particularmente emotivo de 'Master of none'. Por primera vez, una figura del 'Saturday night live', la siempre eficaz y a veces gloriosamente lunática Kate McKinnon, recibía un Emmy por su labor en el programa.

Después llegaron premios más familiares, pero la noche fue en gran medida de galardonados por primera vez: véase al Rami Malek de 'Mr. Robot' -cuyo piloto merecía el Emmy de guion antes que ese episodio de 'Juego de tronos'-, la Tatiana Maslany de 'Orphan black' o el reparto casi al completo de 'The people vs. O.J. Simpson': Sarah Paulson, Sterling K. Brown, Courtney B. Vance… Uno puede tener sus dudas sobre algunos aspectos de la serie, como esa dirección efectista y esa sobreabundancia de música, pero ninguno de sus actores (¿quizá Cuba Gooding, Jr., curiosamente?) merece el mínimo reproche.

EL INJUSTO VACÍO DE 'BLACK-ISH'

Un gran premiado por primera vez habría sido Anthony Anderson, el veterano cómico protagonista de 'Black-ish', o su perfecto contrapunto medio sensato en la serie, la fabulosa Tracee Ellis Ross. Pero los votantes desperdiciaron todas las oportunidades, todas, de premiar a una serie no solo relevante -por su tratamiento siempre equilibrado de cuestiones raciales-, sino sencillamente brillante a todos los niveles, con un porcentaje de buenos chistes y un reparto inigualables en la comedia mainstream actual. (Laurence Fishburne nos habló en esta entrevista sobre las intenciones de la serie).

Por lo menos, el premio que pudo recaer en Anderson fue a parar a manos de Jeffrey Tambor, Mapá de 'Transparent', pero cabe preguntarse de nuevo si su serie es una comedia solo por el hecho de tener episodios de 30 minutos. Jill Soloway se llevó, con todo merecimiento, el premio a la mejor dirección de comedia -eso dicen- por uno de ellos: 'Man on the land', atrevida exploración de la intransigencia que puede anidar incluso en ambientes que alardean de libertad.

REGLAS CAMBIANTES

Aunque su victoria se reservara para el final, este año no será realmente recordado como el año de 'Juego de tronos', sino como el de una serie limitada: la dramatización del juicio por asesinato de O.J. Simpson producida por Ryan Murphy. Las series de más corta vida atrapan porque exigen menos tiempo, suelen jugar mayores riesgos y a menudo cuentan con grandes estrellas, atraídas también por requerir menor compromiso en cuanto a meses de trabajo.

Las reglas están cambiando a ritmo rápido -series que no son de un género concreto, dramas de media hora como la injustamente olvidada 'The girlfriend experience'-, y queda saber si los Emmy sabrán hacer frente a tanto desafío, tanta borrosidad. Hay indicios de luz ahí dentro, pero también unas cuantas telarañas por arrancar.