En el capitalismo, dice Isaac Rosa, el trabajo no es "fuente de dignidad, de realización humana, de identidad". Los trabajadores se vuelven dóciles hacia sus empleadores o déspotas con sus compañeros. El propio escritor ha pasado por la penosa experiencia de la explotación consentida. Su última novela, La mano invisible , plantea una enmienda hacia ese mundo laboral y supone una muesca más en la narrativa del autor como diseccionador de los mecanismos de control de la sociedad. Sean los de una dictadura como la franquista en El vano ayer , o los de una democracia, como la española, y por extensión la occidental, en El país del miedo y en La mano invisible . Como en sus libros anteriores, lo narrativo y lo ensayístico componen el modo en que Rosa se acerca a la realidad. Y lo hace a partir de un argumento sacado de uno de esos programas de la telebasura que reúnen en un mismo espacio a personas de distintas procedencias para que el público siga sus vidas en directo durante un tiempo. En La mano invisible son trabajadores contratados para ejercer sus tareas a la vista de la gente en una nave industrial acondicionada como un teatro.

--Antes de publicar El país del miedo ya anunciaba que su libro siguiente trataría sobre el trabajo; pero se le coló aquel. ¿Qué sucedió para que postergara La mano invisible ?

--Supongo que no estaba preparado para un libro así. Hace años que vengo pensando en esta novela, pero necesitaba madurar más como escritor. No la habría podido escribir hace cinco años.

--Esta es una novela sobre gente que no es nadie, como dice José Luis Pardo en la cita que la cierra, que habla del trabajo como del lugar donde cada uno deja de ser alguien.

--Pienso que la deshumanización a que nos conduce el trabajo es cada vez mayor. Pero además había otra intención: ya que seguimos creyendo que el trabajo nos da una identidad social, identificar a los protagonistas por su oficio hace más evidente cómo ese trabajo antes que darles una identidad los deshumaniza, los convierte en masa trabajadora indefinida, intercambiable, consumible.

--Usted viene a decir: estas son las condiciones de trabajo en el siglo XXI. Ni para los que aman el trabajo, ni para los que lo odian hay salida.

--Este es el trabajo en el modo de producción capitalista. En los dos últimos siglos ha habido momentos mejores y peores, momentos en que mejoraban las condiciones laborales y momentos en que empeoraban, y ahora nos encontramos en uno de éstos últimos, con sucesivas vueltas de tuerca que no anuncian nada nuevo para el futuro más inmediato. En todo caso, yo no quiero fijarme sólo en las condiciones laborales, sino en lo que todo trabajo, toda relación laboral, tiene en común por debajo de esas condiciones: un fondo común de sometimiento, de disciplina, de violencia incluso, que está en todo trabajo, aunque unas mejores condiciones laborales lo amortigüen o lo disimulen.

--Este es también un libro para los que forman parte de él. Pero que muchos de esos trabajadores (limpiadoras, carniceros, costureras, camareros) no leerán.

--No estoy tan seguro. Conozco a limpiadoras y camareros que leen, y mucho. En todo caso, aunque los protagonistas sean unos trabajadores determinados, creo que cualquiera se reconocerá en ese fondo común a toda relación laboral, que es el que intento desnudar en la novela.

--Según la novela, nunca podrá decirse que las condiciones laborales mejoran.

--Claro que mejoran. Estamos mejor trabajando ocho que doce horas, o librando los fines de semana, o con vacaciones pagadas. Pero intento ir más allá de las condiciones laborales, para que no perdamos de vista lo que el trabajo es, al margen de sus condiciones. Se trata de preguntarnos si sólo podemos aspirar a mejorar las condiciones, o si es posible otra forma de trabajo.

--Entre los propios trabajadores contratados en La mano invisible se da también la relación de dominio que se da entre los empresarios y empleados.

--A menudo echamos las responsabilidades hacia arriba, y miramos a los empresarios, al capital, a los mercados. Y sin descuidar esas responsabilidades, no podemos dejar de lado las nuestras, cuando colaboramos al estado de malestar apretando a compañeros de trabajo, a subordinados, o a otros trabajadores al actuar como consumidores.

--En un momento de la novela, hay una alusión a normas laborales inamovibles como las 8 horas. ¿Cómo establecer el tiempo que debe trabajarse?

--Las ocho horas son una convención. Ha habido intentos de abrir el debate sobre el tiempo de trabajo (recordemos el caso francés), pero hoy la tendencia parece la contraria: aumentar la jornada más que reducirla, hacer el trabajo de cuatro entre dos en vez de repartir. Si el criterio para el consenso horario es únicamente económico, empresarial, no podemos esperar nada mejor.

--¿Y la opción cuál es? ¿El ocio?

--En términos absolutos, lo contrario del trabajo sería el no trabajo, la inactividad, el ocio. Pero no caigamos en el error de tomar este tipo de trabajo, el trabajo en el modo de producción capitalista, por el trabajo absoluto. Habría que pensar si lo contrario de estas formas de trabajo podrían ser otras formas de producción, otras formas de organización, otras formas de trabajo en definitiva. Insisto: no sólo mejorando el salario o el horario.

--El dispositivo digamos teatral de la novela no se entiende sin la telebasura de estos años.

--Sí, los formatos de telerrealidad han convertido todo en una mercancía para consumo mediático. Se ha hecho con los sentimientos, primero de los famosos, luego de la gente común, quién sabe si en un escalón más arriba no podríamos convertir en espectáculo el trabajo de los demás.

--En algún momento parece aludirse a la creación de Santiago Sierra, que contrata trabajadores para convertirlos en obras artísticas, en su caso como denuncia.

--Sí, Santiago Sierra es un referente en la novela. Me interesa mucho su obra, la manera en que hace aquello que yo pretendía: desnudar las relaciones laborales para mostrar cuánto hay en ellas de violencia, de dominación, y por qué no, de absurdo.

--Habla de la mano invisible, pe-