En los escritos del escritor extremeño Isaac Rosa --tanto en sus artículos de opinión como en los relatos y las novelas gráficas- es fácil encontrar historias de desahucios, empleos precarios y personajes que asisten entre perplejos y atemorizados al tiempo que les ha tocado vivir. Existía la opción de mirar hacia otro lado, pero él, dice, prefirió contar "lo que veía por la ventana". Desde ahí también ha constatado el absentismo del mundo de la cultura a la hora de explicar lo que ha pasado en la última década.

-A 10 años del comienzo de la crisis, ¿qué ve?

-Una sensación generalizada de derrota cultural. Hemos aceptado un determinado relato de la crisis y no hemos sabido construir nuestra propia narrativa alternativa a esa versión oficial que nos han vendido.

-¿Qué cuenta esa versión?

-Comparte elementos con la narrativa triunfante en nuestra época, la de las series. Tiene un comienzo, unas etapas y un final. Empieza fuerte, con el hundimiento de los grandes bancos y, a partir de ahí, se suceden las temporadas: a la crisis financiera le siguió la económica, luego la del euro, luego la social, luego la política… Ese relato ofrece una imagen accidental de la crisis, como si se tratara de un fenómeno de la naturaleza tras el cual todo volvería a la normalidad. De hecho, habla de terremotos, tsunamis, contagios...

-¿Es un relato intencionado?

-No es inocente. Recuerdo cuando en el 15-M se gritaba en las calles: "¡No es una crisis, es una estafa!". Usando las luces largas del historiador, Josep Fontana decía que asistimos a un proceso de largo alcance y que la crisis forma parte de una estrategia del capitalismo para avanzar. No es la primera vez que pasa, el capitalismo siempre usa las crisis como palanca para ganar fuerza. Ahora, simplemente, la vuelta de tuerca ha sido mayor. Hoy podemos decir que Nicolas Sarkozy tenía razón: el capitalismo ha utilizado la crisis para refundarse, pero lo ha hecho en el sentido contrario al que prometieron.

-¿Por qué hemos aceptado la versión oficial de la crisis sin cuestionarla?

-Porque necesitábamos un relato y solo estaba ese, que por otro lado era potente e irresistible, enganchaba como una serie de televisión. Incluso tenía sus malos, como Madox, Díaz Ferrán o Rato. También ha influido el miedo. Recuerde cuando nos amenazaban a diario con la prima de riesgo, el rescate y la quiebra del país. La doctrina del 'shock' que describió Naomi Klein ha funcionado muy bien para eliminar las resistencias que pudieran surgir en la sociedad.

-Ese relato de la crisis incluía un final feliz en forma de vuelta a la normalidad.

-Sí, hemos vivido todo este tiempo con la ilusión de que habría un día después, como cuando acaban las guerras y la gente sale a la calle a celebrarlo. Pensábamos que aquí también se anunciaría el final de la crisis y volveríamos a la casilla de salida, pero eso no es lo que tenemos.

-¿Qué tenemos?

-La crisis se ha convertido en la nueva normalidad. Aunque ya no se hable de los problemas de la gente, esos problemas siguen ahí. Miremos cómo vivíamos en el 2008 y cómo vivimos ahora, lo que nos costaba ganar el dinero que ganábamos entonces y lo que nos cuesta ganar lo que ganamos ahora. Miremos los derechos sociales de antes y los de ahora, las condiciones laborales, las expectativas de futuro, las libertades. El balance de la década es catastrófico. Pero lo hemos aceptado, es la nueva normalidad, vivimos con ello.

-Si pudiera tomarse una cerveza con el Isaac Rosa del 2008 y le contara lo que ha pasado, ¿le entendería?

-Uno de los mayores éxitos de la crisis ha sido su capacidad para forzar la verosimilitud. Situaciones que en el 2008 nos habrían parecido imposibles o inaceptables, hemos acabado considerándolas normales. Hemos visto a gente perdiendo su casa, bancos rescatados con dinero público, el gasto social reducido al mínimo, la austeridad y el equilibrio presupuestario convertidos en el bien supremo incuestionable… Lo curioso es lo bien que nos hemos adaptado a esta nueva normalidad.

-¿Todo ha sido negativo en esta década?

-No, y esto quisiera remarcarlo. Para parte de la ciudadanía también ha habido un cambio de mentalidad en positivo. Antes de la crisis todos queríamos ser clase media-alta, ganar nuestro primer millón y hacer realidad la versión española del sueño americano. Para mucha gente, la escala de valores ahora es distinta. Hace 10 años tampoco habría creído que una activista de los desahucios partidaria de la desobediencia como Ada Colau podría ser la alcaldesa de Barcelona, o que Madrid la gobernaría una plataforma ciudadana. En los últimos tiempos han surgido muchas experiencias de alcance limitado, efímeras, ligadas a barrios o colectivos, que quizá no sirven para cambiar el país, pero sí la vida de mucha gente.

-En esa sucesión de crisis que mencionaba, ¿a la financiera, la social y la política le sucedió también una crisis moral?

-La crisis moral fue antes que todas las demás. Fue la pérdida de valores lo que nos llevó donde nos llevó. Rafael Chirbes fue anticipatorio cuando describió a aquella sociedad que había perdido la cabeza por el dinero. Ahora no veo crisis moral. Veo resignación y disciplina en una parte de la población por el miedo que nos han metido en el cuerpo, y también noto una cierta rebeldía. Tras el 15-M hubo un ciclo de contestación en la calle que acabó llegando a las instituciones. Con sus luces y sus sombras, eso también forma parte de esta década en positivo.

-¿Qué papel ha jugado el mundo de la cultura en estos años?

-Ha dejado mucho que desear, y en esa crítica me incluyo a mí mismo. Me quejo de que nos ha faltado un relato de la crisis alternativo al que nos han vendido, pero es que es ahí donde la cultura se la jugaba, era su misión construir ese relato. A la hora de levantar imaginarios sobre lo que nos ha pasado, el mundo de la cultura ha estado fuera de juego.

-¿Qué echa en falta?

-Obras. Echo en falta esas creaciones que deberían haber puesto luz en la oscuridad y certidumbre ante tanto desconcierto. Soy incapaz de decir cuál ha sido la gran novela de la crisis ni la gran película de nuestro tiempo. Cuando la gente estaba en la calle y la sociedad se estaba repolitizando, al mundo de la cultura no se le encontró por ningún lado. Hemos fallado.

-¿Ha sido así en todos los ámbitos?

-Al menos, el mundo literario no ha estado a la altura. Los escritores no hemos sabido ir más allá de lo que ya estaba haciendo el periodismo, pero de la literatura se espera más que el documento testimonial, se espera una mirada que permita interpretar una época. Esa mirada sí la encontré en el teatro, que ha sabido responder mejor al tiempo que hemos vivido.

-¿A qué achaca ese absentismo?

-No lo sé, pero es injusto criticar a los creadores sin tener en cuenta la situación material en la que viven. Si la crisis ha afectado a muchos sectores, el de la cultura, que siempre ha vivido en crisis, directamente ha sido arrasado. El empobrecimiento ha sido brutal. Hemos aceptado la precarización asimilándola a la idea de la independencia cultural y todos hemos acabado participando en proyectos cuya premisa inicial era que no había dinero para pagar a nadie. Me preocupa cómo hemos aceptado esa explotación propia y ajena.

-¿Cómo cree que será recordada esta época?

-Seguramente la recordaremos con amargura. A la vuelta de unos años lamentaremos no haber hecho más o haber permitido ciertas cosas. Soy padre de tres hijas, de entre 14 y 7 años, y siempre he tenido presente que algún día me van a preguntar: "¿Por qué lo permitisteis? ¿Qué hiciste para impedirlo?".

-¿Tiene claro qué les dirá?

-Seguramente, para entonces habré construido un relato que me justifique. Pasa igual con los que hicieron la Transición. Cuando mi generación les ha pedido cuentas, han contestado que hicieron lo que pudieron. Nosotros acabaremos creando nuestra propia defensa, aunque sea para consolarnos.

-¿Y justificarnos?

-Sí, supongo. Pero me niego a aceptar el derrotismo. Mi atención no está puesta en los fallos que hemos cometido, sino en los logros que se han conseguido. Son pequeños al lado de lo que se ha perdido, lo sé, pero quiero pensar que esas conquistas son semillas que nos permitirán vivir mejor dentro de unos años, que la gente ha cambiado de mentalidad y este sufrimiento no ha sido en vano. El pesimismo es un lujo que no podemos permitirnos.