Explica Kazuo Ishiguro que cuando a principios de diciembre de 2017 volvía a su casa de Londres después de pronunciar el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en la Academia Sueca, le asaltó la idea un poco absurda de que aquello iba a transformar de manera radical su manera de afrontar la tarea literaria, como si le hubiera sido concedido una suerte de superpoder con el que ahuyentar las dudas y vencer los obstáculos. Para entonces tenía ya bastante avanzada su octava novela, 'Klara y el Sol', que acaba de publicar la editorial Anagrama. “Esperaba que al volver de Estocolmo todos los problemas que me planteaba el libro se habrían solucionado; pero no, todo estaba exactamente igual -apunta Ishiguro-. Era como si el premio me lo hubieran dado en otro planeta y al volver a casa todo estuviera en el mismo sitio que antes”.

Así es como el escritor nacido en Nagasaki hace 66 años y criado en Inglaterra despacha esa cuestión no menor que planea sobre la primera obra que ha entregado después de ganar el Nobel. ¿Condicionó de alguna manera el premio la escritura de ‘Klara y el Sol’? “No lo hizo en absoluto -responde vía Zoom en el curso de una multitudinaria rueda de prensa-, y espero que no lo haga tampoco en el futuro”. Una vez leída la novela, se diría que a Ishiguro no le hacen falta superpoderes especiales para dar a la imprenta libros redondos.

Androides y cuentos georgianos

Con 'Klara y el Sol', el autor vuelve al terreno de la ciencia ficción que ya visitó, con resultados sobresalientes, en Nunca me abandones? (2005), aunque él prefiere subrayar que su fuente primigenia de inspiración fueron los cuentos infantiles ilustrados de la época georgiana en los que el protagonismo recaía en un animal o una muñeca. La Klara del título, a la que Ishiguro otorga el papel de narradora de la historia, es una Amiga Artificial, un androide diseñado para acompañar a los adolescentes en su tránsito hacia la edad adulta; un robot que, tras un periodo de aprendizaje basado en la observación del comportamiento humano y los fenómenos naturales, es seleccionado para convivir con Josie, una chica de 14 años víctima de una enfermedad no especificada. En el trasfondo, atisbamos un futuro ligeramente distópico en el que la tecnología ha dejado fuera del mundo laboral a muchos trabajadores altamente cualificados y los hijos de las familias ricas, mejorados gracias a una arriesgada intervención genética, se educan en soledad a través de las pantallas.

Como ya sucedía en anteriores títulos de Ishiguro, la elección del punto de vista es el pilar fundamental sobre el que se sustenta toda la arquitectura narrativa; en este caso, la apuesta por darle la voz a un androide plantea una serie de desafíos técnicos y argumentales que el escritor resuelve con elegante brillantez. “Antes de sentarme a escribir una novela hago un ‘casting’ de diversos personajes que podrían ser el protagonista principal, porque en mis libros todo depende de esa decisión -explica Ishiguro-. El universo de la historia girará en torno a la manera de ver el mundo de ese personaje. Lo que más me interesa son las limitaciones de la visión de ese narrador, lo que no puede ver. Y ahí Klara funciona muy bien, porque, al ser una máquina, tiene una visión muy restringida y llega a la historia sin recuerdos ni prejuicios”.

No solo eso. Ver el mundo con los ojos de Klara es para el lector un recordatorio constante de lo que supone la mediación de la tecnología en nuestras vidas. “Ese es un punto clave -concede el autor-. Fenómenos como la invasión del 'big data' o los avances en la ingeniería genética hacen que nos planteemos si, más allá de los hábitos y los impulsos que se pueden cartografiar, tenemos algo que nos hace especiales. ¿Somos irremplazables o no? Esa es la pregunta”.

Máquinas programadas para cuidar

Ya desde el mismo nombre, Klara se presenta como el personaje más luminoso de su autor. Literalmente, en tanto que su funcionamiento depende de la luz que recibe del sol, pero también, y sobre todo, en el plano emocional, con su inagotable afán de entender a los seres humanos y su terca voluntad de amar hasta el sacrificio máximo. Si es que la voluntad y el amor son categorías aplicables a un ser completamente artificial. “La naturaleza de los sentimientos que puede desarrollar un androide es un tema apasionante, pero no es el principal objeto de interés de la novela -comenta Ishiguro-. Lo que a mí me importa son las personas, y lo que Klara observa en ellas. Y también el modo en que la máquina se convierte en una metáfora de los impulsos humanos. Cuando tomamos la decisión de cuidar a nuestros hijos, por ejemplo, nos transformamos en una especie de máquinas programadas”.

Ese paralelismo entre los robots y unos padres que no siempre son capaces de distinguir entre la entrega y la monstruosidad está muy presente en el libro, que no por casualidad el autor dedica a su madre, Shizuko, fallecida hace dos años. “Mi madre estaba programada para cuidar a sus hijos como un Terminator de segunda generación -dice-. Pero, además, muchas de las cosas que le ocurren a Klara al final de la novela, cuando deja de ser necesaria, tienen que ver con la experiencia de mi madre, que acabó sus días en un residencia, apartada de todo pero con la convicción de que había hecho un buen trabajo”.