El pasado año comenté el auge que había cogido el teatro infantil en el Festival --incorporado en sus actividades paralelas desde 1996-- y la plausible labor realizada en el Foro Romano por las compañías extremeñas participantes, contribuyendo con didácticas recreaciones de mitos clásicos a formar el futuro público del teatro grecolatino.

Sin embargo, la austeridad con que se realizaron los montajes reflejaba la cicatería, insensibilidad y desconocimiento que tiene la organización sobre el valor artístico de los espectáculos infantiles. Este año que las funciones se han trasladado al Anfiteatro, un espacio que exige necesidades mayores de montaje --estimulantes de la creatividad artística--, se observa lo mismo, la producción presentada, ´Jasón y los Argonautas´, soporta una carga de marginalidad y desatención impropias del espacio cultural que debería tener este teatro. Ante la cuestión, bastaría recordar las palabras del gran maestro K. Stanislavski: "el teatro para niños debe estar hecho como el de los adultos, sólo que mejor".

´Jasón y los Argonautas´, de la compañía emeritense Verbo Producciones, escrita y dirigida por Ana García (que en la pasada edición del Festival fue autora y directora de ´Las Procesiones Augustas´), es un espectáculo modesto al que no le faltan en su propuesta muestras de entusiasmo, valor y respeto por el arte teatral. La obra, que relata la aventura imaginaria de un niño (Biko) y dos amigos de un barrio de chabolas que juegan a ser héroes evocando una versión del mito griego de la búsqueda del vellocino de oro, evidencia una reflexión y una intención didáctica sobre temas actuales significativos de la pobreza y la injusticia, tratados con noble factura y no escasos de relieve artístico. No obstante, Ana García, debutante con esta obra en el mundo imaginativo infantil, no consigue el espectáculo equilibrado que facilite la ilustración efectiva de la fábula clásica para estos espectadores.

En ´Jasón y los Argonautas´ hay ingenio pero también ingenuidad en el texto y el montaje. La trama del juego de los niños--héroes y las situaciones fantásticas, imaginativas --a pesar de su síntesis-- y correctamente estructuradas, se siguen bien y entretienen. Pero no ocurre lo mismo desde la perspectiva del mito, la frágil transición de los personajes actuales (los niños del barrio) a los personajes clásicos (los argonautas) y viceversa provoca confusión en la mayoría de los espectadores que están pez en el tema clásico. Sobretodo en los niños que no se enteran de nada --los más pequeños se aburren--. En este sentido es responsabilidad de la compañía (y de la organización del Festival) de precisar los límites de edad de la audiencia.

Lo mejor de la dirección artística se advierte en el ágil manejo de los espacios de actuación, en la creatividad de ésta con los objetos, en el buen ritmo de la acción y en el clima de la buena composición escenográfica (hecha con material de desecho). Le faltó sacar partido cómico a los actores (que sólo lo aportan en escenas como la del monstruo serpentiforme, plena de humor y magia) y a los momentos coreográficos y canciones, bastante desmayados.

En la interpretación 6 actores superan con dificultades la estricta relación espacial de un montaje austero que, por el alejamiento con el público, disipa matizaciones. Las actuaciones son buenas en general pero desiguales. Roberto Calle (Biko) y Camilo Maqueda (Argos / Cícico / Eetes) se muestran, en algunos momentos, vacilantes y gesticuladores, restándole gracia a sus roles. Destacan Miguel Méndez (Vasil) y Tamara Agudo (Medea / Clite), más sueltos y encajados en sus personajes.