Jeanette Winterson ha dormido nueve horas la noche del lunes y eso la pone de muy buen humor. Aunque la antaño 'enfant terrible' de las letras inglesas haya cumplido 60 años se muestra chispeante y enérgica, como una adolescente con subidón, a su paso por Barcelona, en el marco de la exposición 'Feminismos'.

Winterson (Manchester, 1959) es toda una celebridad en Gran Bretaña, por sus excelentes novelas y ensayos, claro está, pero también por su aireada vida íntima con 'paparazzi' en la puerta a fin de robar la foto de su última amante -una de ellas la agente Pat Kavanagh, que abandonó a su marido, Julian Barnes, durante un tiempo por ella- y por haber sido adoptada por una fanática de la iglesia pentecostal que llegó a someterla a un exorcismo al enterarse de que era lesbiana, tal y como relató en sus memorias.

Acaba de publicar 'Frankissstein' (Lumen / Periscopi ), novela de ciencia ficción de ahora mismo en la que elucubra sobre qué nos deparará un futuro cada vez más tecnológico, especialmente a las mujeres. (Aviso: no pinta bien). Para ello utiliza el clásico de Mary Shelley, cuyos personajes y entorno traslada a un mundo a lo Black Mirror marcado por los robots sexuales y la crionización, la conservación de cadáveres para ser revividos o el transhumanismo, es decir, esa hibridación hombre-máquina que podría ser el siguiente paso en la evolución humana.

--¿Cree de verdad que la inteligencia artificial, la robótica y la tecnología en general van a cambiar nuestras vidas?

--Absolutamente. Leí mucho sobre esos temas y de repente se celebró el 200 aniversario de la publicación de Frankenstein. Volví a leerlo y me di cuenta de que todas las cosas que me preocupaban ya estaban ahí esbozadas: los transgénero, el transhumanismo, los robots sexuales, la pornografía. Comprendí que el mundo que conocemos empezó hace dos siglos con la revolución industrial.

--Lo más sorprendente es que el kilómetro cero de ese camino lo señalaron dos mujeres, Mary Shelley, la visionaria, y Ada Lovelace, la hija matemática de Lord Byron.

--Sí, Lovelace fue la primera persona que creó un programa informático, cuando todavía no se habían fabricado los ordenadores. Imaginó una serie de fichas, de papel perforado, como las que había visto en los telares en las fábricas textiles. Y cuando Bill Gates y Paul Allen crearon su primer programa informático era exactamente eso, una cinta perforada, tal y como lo había imaginado Lovelace. Es asombroso.

--Y sin embargo, en la novela no se vislumbra una revolución sexual que debería colocar a la mujer en pie de igualdad con el hombre.

--Es puro presente y como tal puede marcar el futuro. La revolución sexual empezó en 1960 y se convirtió en parte de los objetivos del feminismo, la reivindicación del placer de las mujeres y la idea del consentimiento. El problema es que todo eso se está tambaleando porque los adolescentes se están educando en la sexualidad a través de la pornografía. Ven porno y allí no hay ningún consentimiento porque si a la chica se le ocurre decir que 'no', se acaba la película. Por eso digo que la pornografía va en contra del sexo.

--Ron Lord, el fabricante de robots sexuales de su historia, es una versión modernizada de Lord Byron, quien no queda muy bien parado en su historia como macho tóxico ni en el pasado ni en el presente.

--Vamos a meternos en harina. La única cosa que un robot sexual no tiene, y he visto bastantes, es un clítoris, porque no lo necesita. A mí no me parece mal que un chico practique sexo con una muñeca hinchable o un robot pero habrá que ver cómo afecta esto a su relación con mujeres de verdad.

--Eso me hace pensar en el último invento en materia de dildos, el Satisfyer, del que se está hablando tanto. No necesita tener un aspecto humano, eso implica una gran diferencia ¿no?

--Sí, ni siquiera tiene aspecto de pene. Yo prefiero vibradores que no tienes que estar blandiendo como si fueran la varita de Harry Potter. Pero en fin, me gustaría que todos nos relajáramos en relación a los juguetes sexuales. Cuando veo cualquier tipo de nueva tecnología sexual pienso si esto va a ser un obstáculo en las buenas relaciones de hombres y mujeres, heterosexuales o homosexuales. Es lo único que me preocupa.

--Hay un tema que recorre todo el libro y es si el futuro conseguirá hacernos inmortales. Esa tradicionalmente ha sido una concepción religiosa.

--A mí me educaron así y necesariamente se ha filtrado en mi pensamiento. La ciencia nos está diciendo que la conciencia es el alma, que no depende del cuerpo. Pero eso es algo que también está diciendo el Papa de Roma. Mi versión es que dentro de 50 años, si antes no hemos destruido el planeta, seremos capaces de escanear los contenidos del cerebro y transferirlos fuera del cuerpo e incluso replicarlos. Solo hay que pensar que hace medio siglo no nos podíamos creer que se pudiera hacer un transplante de corazón.

--¿Y eso podría ser bueno o será malo?

--Bueno, los ricos son los únicos que podrían permitírselo. Y la gente que tiene esos millones no son los cerebros que más nos interesan. ¿Quién quiere 20 Donalds Trumps dándonos la vara?

--La buena noticia es que no estaremos ahí.

--(Ríe) Sí, podríamos convertirnos en vampiros deseando morir algún día.

--Una de las preguntas más interesantes del libro es cómo una tecnología todavía dominada por los hombres va a terminar afectando a las mujeres.

--Eso no es nada bueno. Los hombres, incluso los simpáticos, realmente no piensan jamás en las mujeres como colaboradoras. Así que necesitamos que trabajen conjuntamente en este ámbito. Porque si no es así va a existir un futuro muy desigual una vez más. Y no es una paranoia por mi parte. Tan solo un 20% de los trabajadores en entornos tecnológicos son mujeres y eso afectará a cualquier producto que se diseñe. Ese es el futuro y me temo que las mujeres no vamos a estar ahí.

--Una novela como esta solo podía protagonizarla un trans, un hombre que antes ha sido mujer y que mantiene el recuerdo de ello.

Sabía que iba a traer a todos los personajes relacionados con Frankenstein al presente. Pero en el caso de Mary Shelley, pensé que a Ry Shelley, su alter ego, le gustaría tener otro cuerpo, un cuerpo que ella misma ha construido. Ahí está la idea de que gracias a la tecnología vamos a ser capaces de recrear nuestros cuerpos para que nos funcionen mejor . Eso ya está en el aire. Está sucediendo.

--¿Hay que echarle la culpa al 'brexit' de que de repente autores como usted y Ian McEwan o series como 'Years and years' estén explorando el abismo frente al futuro en clave de ciencia ficción?

--Absolutamente. Para nosotros es una experiencia cotidiana y nos vemos obligados a hablar de ello. El brexit es un proyecto de la extrema derecha y mi país ha quedado secuestrado por ella. Toda la gente moderada del partido conservador ha desaparecido mientras la izquierda se ha desactivado luchando contra sí misma porque tiene un fuerte sentido de la autocrítica. Con la derecha todo es más sencillo: un mensaje para tontos pero muy clarito.

--El ascenso de la extrema derecha en España ha traído consigo una enorme misoginia. ¿Podría pasarles algo parecido?

--De momento guardan las apariencias pero poco a poco irán socavando las bases del feminismo y la comunidad gay. Hay formas sibilinas de hacerlo. Empiezas a reducir la baja por maternidad, cambias los impuestos para alentar a que las mujeres se queden en casa, vas quitando la financiación nacional en los centros gais. Es como los osos polares y el hielo. No matas al oso, sencillamente derrites el hielo.