En los colegios de secundaria, quizá la frase más repetida entre padres veteranos sea «está preadolescente total» (pronunciada con rictus de terror mientras se señala al guiñapo granujiento y aborrecible que en otro tiempo fue su bebé). Pero la adolescencia es un descubrimiento; no siempre estuvo allí. Aunque en el siglo XVIII las hormonas turbulentas ya existían, cara a las atribuciones sociales uno pasaba de mocoso a adulto (y de ahí, a fiambre ulceroso) sin estadio intermedio. El británico Jon Savage, autor de varios libros definitivos (England’s dreaming, sobre el punk rock; 1966, sobre el año más explosivo de los 60), nos cuenta en Teenage. La invención de la juventud 1875-1945 (Despertaferro) una historia inaudita: cómo el adolescente asomó por primera vez su cabeza a finales del siglo XIX y, tras descubrir la propia entidad, se entregó -en pandilla o en solitario- a sentimientos parricidas, anhelos de apocalipsis, alegría nihilista y su propia versión de «desafío acicalado».

-Sorprende el monumental trabajo de investigación y escritura, así como el ámbito y la visión.

-Todo empezó cuando fui a ver a las Runaways, en octubre del 1976, y me topé con los primeros punk rockers. Llevaban una mezcla de estilos juveniles previos, de los años 40, 50 y 60, unidos en sus cuerpos en una especie de colaje viviente. Allí empecé a pensar en la cultura juvenil como en algo con historia. En 1981, escribí un capítulo piloto para Granada TV, pero nunca llegó a emitirse. Quería continuar explorando aquel tema, y entonces topé con Adolescence, de G. Stanley Hall, en una librería de segunda mano. El libro era de inicios del siglo XX y ya hablaba de manifestaciones juveniles previas. La idea original de Teenage era llegar hasta el presente.

-¿Dónde decide la acotación 1875-1945?

-Cuando en el manuscrito inicial llegué al final de los años 20 tenía tanto material escrito que me asusté: decidí junto a mis editores que el libro debería empezar en los victorianos y terminar en 1945, al final de la segunda guerra mundial, con la invención del adolescente. El final de esa guerra marca el inicio de un nuevo orden mundial que solo ahora está empezando a cambiar: con Donald Trump y el brexit, el Reino Unido ha perdido la autoridad moral que ganó a finales de esa guerra.

-Hay cientos de libros sobre hip-hop y punk rock, pero ‘Teenage’ toca un territorio casi virgen. ¿Obvió las subculturas de posguerra por su familiaridad?

-Mucho de lo que aparece en Teenage es nuevo, y eso era importante. El nacimiento del teenager como consumidor democrático coincide con el final de la guerra y la bomba atómica. A partir de ahí, la cantidad de información aumenta de modo exponencial: sería imposible escribir sobre cultura juvenil de 1945 hasta hoy y comprimirlo en un libro como Teenage. Solo sobre Elvis Presley, o los cultos de los años 60, ya podrías escribir un libro entero. Por lo tanto, no se trata tanto de familiaridad excesiva, sino de la imposibilidad de abarcar el periodo 1945-2018 de un modo riguroso en un solo libro.

-Algunas tribus juveniles de Teenage ya habían sido tratadas en libros que lo preceden. Lo nuevo es el modo en que las enlaza y construye una narrativa común.

-Me gustó utilizar diarios personales inéditos, lo que da al libro una sensación de inmediatez e intimidad. Una dialéctica que se hace obvia a lo largo de Teenage es la de adultos tratando de controlar a los jóvenes, y lo que estos hacen como reacción a eso. Sigo creyendo firmemente en el poder que tiene la juventud para salir al mundo y ver los problemas que existen de un modo nuevo, y luego actuar de modo positivo sobre esos problemas. Asimismo, no todos los movimientos juveniles son benignos. Puede haberlos militaristas o totalitarios, y esa es una distinción importante. Hoy lo vemos en el auge fascista en Occidente. La rabia juvenil puede degenerar hacia un lado oscuro.

-El nazismo era ‘teen’: las proclamas grandilocuentes, el dinamismo como meta (no como medio), la épica barata, el odio a la razón… Todo muy de la ESO.

-Es algo que se solidificó en el fascismo italiano, con la obsesión de Benito Mussolini con la giovinezza. El fascismo es juvenil. No quiero comparar el brexit con los nazis, pero las razones de los partidarios del brexit son extremadamente infantiles. Se comportan como niños. Es repugnante, de veras. Los nazis querían el poder inmediato, pero no trabajar para conseguirlo; buscaban la satisfacción al momento, igual que cualquier adolescente. A la vez, los nazis eran una mezcla espantosa de tecnobarbarismo, hipercapitalismo agresivo y políticas étnicas bárbaras, y la juventud jugó un papel clave en todo ello. Los nazis prometieron un nuevo mundo juvenil y libre, y lo que ofrecieron fue esclavismo y muerte.

-Me sorprendí carcajeándome de algunas vanguardias que en un tiempo lejano me habían parecido románticas. Lo de los Vorticistas y Futuristas es de azote en el trasero.

-Algunos eran ridículos, es innegable. La parte de machismo bravucón, especialmente. Mi libro incluye muchas voces femeninas para contrarrestar a ciertas vanguardias. Me siento mucho más cercano a ellas que a muchos de ellos, especialmente en lo tocante a su acercamiento al sexo y al género, opuesto al machito belicista propio de principios de siglo. Los Futuristas y los Vorticistas no eran fascistas por sí mismos, pero coquetearon con el fascismo. Encuentro su machismo cotidiano ridículo a la vez que peligroso. Esa es la razón por la que, de entre los grupos de punk rock, prefiero aún a los Buzzcocks que a los Clash. Los Clash no eran ni remotamente totalitarios, pero el tipo de bravata viril que exponían los hace sonar ridículos hoy. Todos esos berrinches…

-De su libro me deprime la constatación de que lo que lucimos todas las subculturas de los 80 ya estaba lucido y relucido en 1889.

-La diferencia estriba en la comercialización. Por marginales que fuesen las subculturas posteriores al rock’n’roll, todas eran asimilables. En los cultos victorianos la gente no tenía tantos medios. En las tribus de posguerra aparece una versión dinamizada y comercial de la cultura juvenil, que por definición lleva asociada una cierta influencia económica. Eso hizo que la juventud de repente fuese importante para el sistema económico occidental, porque tenía que ver con dinero, de un modo que aquellas subculturas de principios de siglo jamás fueron. LDespués de la segunda guerra mundial, los agrupamientos territoriales, los gangs, van de la mano con un nuevo crecimiento económico. Los movimientos juveniles de la segunda mitad del siglo creen que lo inventaron todo, pero no es así. Es una buena lección de humildad [ríe].