La de Judy Garland es una de las tragedias más infames de la historia del cine. Era solo una adolescente llamada Frances Ethel Gumm cuando Hollywood la transformó en una estrella y en símbolo de la inocencia de toda una época, y con ese fin no solo le robó la juventud sino que la dejó traumatizada de por vida. El suyo es un caso paradigmático de los efectos destructivos de la celebridad, y por eso tiene sentido que Renée Zellweger sea la encargada de darle vida en la película sobre su vida que acaba de ver la luz en el Festival de Cine de Toronto (TIFF).

Después de todo, Zellweger sabe perfectamente lo que significa vivir sometida al escrutinio público. A sus 50 años, ha pasado la mitad de su vida en el punto de mira, viendo cómo la prensa del corazón publicaba historias sobre su peso, sus cirugías plásticas y sus relaciones con hombres como Jim Carrey, o sobre supuestos favores sexuales prestados a Harvey Weinstein. Por eso, Judy es un retrato biográfico en el que la artista retratada y la que la retrata se encuentran a mitad de camino, para arrojarse luz la una a la otra y reflejarse mutuamente en sus vaivenes profesionales.

Para ello se sitúa en 1968, en los meses previos a la muerte de la que en mucho tiempo atrás había sido estrella de El mago de Oz (1939). «Fui muy cuidadosa a la hora de seleccionar las fuentes a través de las que documentarme», explica Zellweger acerca del proceso de preparación para el papel. «Después de todo, yo misma he podido comprobar en primera persona qué inexactos que pueden llegar a ser aquellos cronistas que aseguran contar la verdad sobre un personaje famoso». La actriz intentó sin éxito contactar con la hija mayor de Garland, Liza Minnelli, que recientemente hizo público su malestar a propósito de la existencia de la película.

Zellweger tiene una relación razonablemente estable con el Oscar. En el 2004 se llevó a casa la estatuilla que la certificaba como mejor actriz de reparto gracias a Cold mountain, y por entonces ya había sido nominada por El diario de Bridget Jones (2001) y Chicago (2004). Y en Hollywood ya se da por hecho que Judy volverá a situarla en la carrera por el premio. En primer lugar porque la Academia, no lo olvidemos, tiene inclinación a reconocer a los actores que interpretan a cantantes alcohólicos y drogadictos: el año pasado Rami Malek triunfó gracias a su interpretación de Freddie Mercury en Bohemian rhapsody (2018), y en el pasado reciente vimos ganar a Jamie Foxx por Ray (2004), a Jeff Bridges por Corazón rebelde (2009) y a Marion Cotillard por La vida en rosa (2007). Y en segundo lugar porque ofrece una interpretación incontestable, sin necesidad de echar mano de los recursos más obvios.

Más empatía que imitación

En efecto, con la ayuda del maquillaje y el vestuario y poniendo su propia voz a canciones como Happy o Somewhere over the rainbow, Zellweger ofrece una aproximación que logra la autenticidad más a través de la empatía que de la imitación.