La casa donde Constantin Cavafis (1863-1933) vivió los últimos 30 años de su vida está escondida en una calleja en el dédalo de Alejandría, el gran puerto egipcio. Apenas una placa en griego, el idioma en que vivía y escribía, recuerda que allí estaba la Ítaca particular del poeta, miembro de la entonces floreciente comunidad griega en la ciudad. En aquel refugio, Cavafis iba a estar tan solo unos meses, pero acabó pasando el resto de su vida. Allí están sus muebles, sus recuerdos, un artículo periodístico sobre el Viaje a Ítaca, copias de sus manuscritos (los originales están en Atenas), retratos… Allí murió y eso sobrecoge. Es un piso de buen burgués, aunque (o quizá por eso mismo) en los tiempos en los que él vivía allí, en la planta baja había un burdel. «La ciudad te seguirá. Vagarás / por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo / y en estas mismas casas encanecerás», escribió ya sin esperanzas.

En la casa de Cavafis está la superventas Julia Navarro. La razón de su presencia en ese lugar es la promoción de su última novela, Tú no matarás (Plaza y Janés), uno de sus habituales relatos en los que mezcla melodrama, peripecias viajeras y un trasfondo histórico. En este caso, los tres protagonistas principales, Fernando, Catalina y Eulogio, un trío de perdedores de la contienda bélica, escapan de la España en blanco y negro de la inmediata posguerra española cada uno por distintos motivos.

LA CIUDAD QUE FUE / Navarro husmea. Al piso, resguardado sobre sí mismo, no le ha alcanzado el presente. Aún puede detectarse -con los ojos cerrados y buena voluntad- el perfume de la ciudad que fue, la urbe cosmopolita entre las dos guerras mundiales y hasta los años 50 en la que también vivieron los británicos, y a su vez admiradores de Cavafis, E. M. Foster (otro miembro de la liga LGTB) y Lawrence Durrell, quien situó allí su Cuarteto de Alejandría.

La autora, que no tiene constancia de que hubiera ningún exilio español en la ciudad egipcia (ni ella ni nadie), hace llegar a sus protagonistas allí por su voluntad. Y todo porque en su memoria está ese trío de autores que la marcaron en su juventud. Si alguien le dice que quizá el por entonces tan leído Cuarteto... hoy no aguantaría una lectura tan entregada como en los 70, ella salta como una leona para defender que el Cuarteto... sigue siendo una maravilla. Su enfado se reflejará más tarde en el espejo del Hotel Cecil, donde se hospeda, hoy decadente y colonial, el mismo en el que la retorcida Justine se echaba una ojeada en la novela de Durrell.

«Traje hasta aquí a mis personajes porque hace 30 años vine a la ciudad intentando encontrar las huellas de estos tres autores que vivieron en ella y con un libro en la mano, la guía sobre Alejandría que escribió Foster en los años 20 y que ahora me ha servido como documentación». La novela de Navarro se inicia en los años 40, cuando la describió Durrell, pero, sostiene la autora, en dos décadas la ciudad apenas cambió, como no cambian las ciudades que se perciben con la imaginación. «Yo quería reconstruir aquella época, la ciudad cosmopolita y culta en la que se amalgamaban los aventureros, los militares, los diplomáticos y los espías, un sustrato fascinante a la hora de escribir una novela».

SORPRESA FINAL / Buscando las huellas en las que cimentar sus fantasías, la librería que imaginó la autora, elegante y sobria, toda madera, con espacio suficiente junto al hermoso mostrador para sentarse, charlar y tomar el té, se da de bruces con la realidad: «Imaginé un librero-editor en Egipto, porque Foster tuvo problemas para publicar su guía y finalmente encontró una librería alejandrina con una filial en Londres», dice en el interior de un local en el que menudean las biografías y donde en un mismo anaquel conviven la de Gandhi junto a una edición árabe de Mi lucha, de Hitler, que al parecer allí se vende sin grandes problemas.

Alejandría, de todas formas, es solo un importante jalón en las peripecias de relato, que se traslada del Madrid de posguerra -«utilicé ahí la memoria de mis abuelos y el barrio de mi infancia»- al París de la ocupación, con escalas en Lisboa, Praga, Boston o Santiago de Chile y, marca de la casa, el libro incluye una sorpresa final inesperada que pondrá el relato del revés. Todo en el más puro estilo Julia Navarro que ya ha vuelto a las librerías oliendo a superventas. Como casi toda su obra hasta ahora.