En los primeros años que Guillermo Cabrera Infante vivía en Londres, más pobre que las ratas, ninguneado por muchos de aquellos que se dijeron amigos suyos, tenía una pesadilla recurrente. Estaba de nuevo en La Habana, convertida en un lugar pavoroso, atrapado, cercado en un territorio hostil que en nada se parecía a la ciudad brillante y alegre de antes de la revolución y de los primeros días de la misma, cuando aún eran posibles las utopías. Ese sueño terrible tuvo su contrapartida real en el viaje que en 1965 realizó el escritor a su ciudad, para asistir al entierro de su madre, fallecida de improviso. Su segunda y definitiva esposa, Miriam Gómez, se quedó esperándole en Bruselas, donde el autor ejercía como diplomático para el Gobierno cubano. Pero lo que tenía que ser una visita veloz se demoró cuatro meses tras haberle sido denegado, como en una fantasía kafkiana, el permiso de salida. Lo que vio, la corrupción, la delación y el poder omnímodo de la burocracia, no desentonaría con el clima opresivo de El tercer hombre o un filme basado en John Le Carré.

Duda sobre la fecha

Hay dudas sobre cuándo escribió exactamente Mapa dibujado por un espía (Galaxia Gutenberg), la crónica de aquella experiencia, la última vez que el autor estuvo en Cuba antes del exilio definitivo. El editor Toni Munné y Miriam Gómez creen que quizá fue en 1968 "porque todavía habla con cariño de amigos que poco después le darían la espalda". Pero también cabe la posibilidad de que fuera en 1972, poco antes de que le sometieran a electrochoques y ante la urgencia de fijar una memoria que se le podía apagar. "Lo escribió para no olvidarlo, quizá como un borrador o base para una futura novela y fue tanto el dolor que sintió frente a aquello que no se atrevió a abordar esa escritura más literaria", asegura Gómez. Porque el libro es una crónica descarnada donde brillan por su ausencia los juegos y retruécanos habituales del autor.

Sea como fuere, Cabrera Infante escribió aquello, lo guardó en un sobre y le dijo a su mujer que lo guardase pero que no lo leyera. La viuda imaginaba la razón, no era solo la pena por la patria perdida, sino también porque en ese texto están, a veces obscenamente, detalladas las numerosas aventuras sexuales que el escritor mantuvo en la isla. De la última, y quizá fuera una agente, Cabrera llega a enamorarse. Fue el editor el primero en leer aquel texto impactante e imperfecto: "Solo hemos puesto algunas comas y los acentos que no existían en la máquina de escribir inglesa que utilizaba". Y aconsejó a Miriam Gómez que lo leyera, sabiendo que le dolería. "Sentí un vacío tan grande ante la tragedia que veía allí --explica ella--. Le vi como buen hijo y un buen padre y cómo las mujeres fueron para él una tabla de salvación. A Guillermo le gustaban mucho las mujeres, yo lo sabía, él no podía mentirme porque enseguida se le notaba". A Munné su decisión final de darlo a la luz le parece un gesto de extraordinaria grandeza.