Un año en Auschwitz y 40 bajo el estalinismo han marcado la biografía y la obra de Imre Kertész (Budapest, 1929) que vuelve a volcar esta experiencia en la primera novela que publica tras obtener el Premio Nobel de literatura del 2002, Liquidación , editada por Alfaguara y Círculo de Lectores.

Durante la presentación ayer en Madrid, Kertész habló de la necesidad de ajustar cuentas con el pasado para poder seguir viviendo. De lo contrario, afirmó, "surgen el nacionalismo y las posturas rígidas y victimistas".

El escritor húngaro sorprende por la prudencia que mantiene ante los medios de comunicación. Como si aún no se hubiera librado de los fantasmas, resquemores y desconfianzas de tiempos pasados, Kertész elude responder a las preguntas que le obligan a situarse políticamente. Ni sobre la política de Israel ni de Hungría ni la guerra de Irak. Pero sí recuerda que Estados Unidos ha "liberado" en dos ocasiones a Europa.

Las críticas habituales por escribir siempre sobre el holocausto traen sin cuidado a Kertész. Para él hay una identificación entre nazismo y estalinismo. En ambos tipos de dictadura, subraya, "uno era al mismo tiempo actor y víctima".

La desolación y la falta de esperanza que se vive bajo ambos regímenes está relatada en Liquidación con un lenguaje experimental en donde varias historias se solapan en el tiempo. La trama nos lleva desde el exterminio de 1945 hasta la caída del muro de Berlín en los 80.

RESISTENCIA Un escritor, Bé, y un editor, Keseru son los protagonistas de Liquidación que abordan desde posiciones casi contrapuestas la lucha singular por resistir en un medio adverso. El suicidio del primero, superviviente de un campo de concentración y silente en el "mundo sin lógica" del comunismo, lleva al segundo a plantearse qué sentido tiene su vida ante la grandiosidad que adquiere el personaje admirado del autor.

"La angustia", afirmó ayer Kertész, "es tanto más fuerte cuanto mayor es la pasión por la vida".

De esta forma, el escritor húngaro intenta explicar cómo se puede sobrevivir al horror de los campos de concentración y no tomar, como hicieron Primo Levi o Jean Améry, el camino del suicidio. Kertész no aclaró cuáles fueron sus anclajes aunque la literatura le sirvió de liberación particular.