Los Masclans remiten a los Pujol. Aunque Pere Masclans, el Rey de Cataluña, tiene un hijo bastardo. Al que para más inri no se le ocurre otra cosa que liarse con Violeta Mancebo, hija de un inmigrante pobre y, digamos, no integrado. Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) brinda una hipnótica disección de la Barcelona actual en El corazón de la fiesta (Anagrama), novela propulsada por GRANDES TEMAS: clase social, identidad, codicia, corrupción...

--Poco profético es usted: Masclans es juzgado y condenado, mientras Jordi Pujol disfruta de un proceso de blanqueamiento.

--Los Masclans pueden ser otros muchos miembros de la comunidad política que sí que han sido juzgados y encarcelados. Los Pujol están todavía en proceso de juicio. Lo del aniversario es vergonzoso pero es más o menos lo previsible. Los blanqueamientos más llamativos son de puro consumo interno. Muchos de los periodistas que escriben esos textos los escriben para su tribu y no tienen ninguna reverberación cuando cruzas los Pirineos o el último pueblo de Cataluña por debajo del Ebro. Al final es una especie de folclore íntimo. Es como intentar tapar un escape de agua con las manos: el agua sigue saliendo.

--En el blanqueamiento de Pujol se recurre a una vieja y no resuelta dialéctica en el mundo del arte: la separación entre la obra, política en el caso de Pujol, y los deslices de la persona. Ahí tenemos a Céline, enorme escritor pero filonazi, o a Ike Turner, genio musical pero maltratador de mujeres.

--Por no centrarnos en Pujol, que tiene las causas abiertas, la diferencia entre un artista y un político es clara. El artista lo que haga mal fuera de la obra pues tendrá que afrontarlo en los juzgados, pero no tiene por qué afectar a la obra. Nadie sabe si Shakespeare era buena persona o mala persona. La obra no te va a contaminar porque tú la leas, no tienes por qué reproducir las conductas, la obra está libre de la persona. En cambio en un político, cuyo trabajo es la gestión de lo público, que realmente es un administrador de ideas y de recursos, la perseverancia en el robo y el latrocinio de bienes públicos para usos privados o para usos privados de su grupo no es una cosa que se pueda separar de la acción política y pública: es la acción política y pública. Otra cosa sería un político alcohólico y que pega a su mujer. Estaría muy mal, pero lo podrías separar de la obra pública.

--¿Qué importancia cree que tiene la clase social en Cataluña?

--Cada vez más, cuando cada vez tendría que ser menos importante. La clase es la posibilidad de tener más o menos oportunidades y, sobre todo, la posibilidad de equivocarte más o menos veces. En una sociedad donde estuvieran repartidos los beneficios, donde las clases pudientes pagaran sus impuestos y donde hubiera una educación y una sanidad públicas fuertes, tendría menos importancia porque se supone que luego habría unos mecanismos de competitividad. Lo que está muy deteriorado son los mecanismos de competitividad. Hay un momento en la novela en que un personaje dice, de forma obviamente exagerada, que el código postal es un destino. Esto no es exactamente así pero es bastante así. Lo curioso es que eso se hace desde una idea del liberalismo, cuando lo que debería ser el liberalismo es igualdad de oportunidades y, por tanto, igualdad de competición. Siempre hay alguien que viene de muy abajo y llega muy arriba, pero no deja de ser el monito raro.

--¿Hasta qué punto sigue estando relacionada en Cataluña la clase social con el origen territorial de la familia?

--Es complicado. Existe el modelo Marsé, con el Pijoaparte, descendiente de la inmigración pobre, y la chica de familia catalana rica. Es un esquema válido pero que yo he intentado desdibujar porque hay castellanoparlantes ricos y hay catalanoparlantes pobres, no en balde hay un movimiento obrero catalán muy fuerte. Creo que nuestro hecho diferencial era precisamente intentar romper esa rivalidad entre gente de sensibilidad catalana contra gente de sensibilidad castellana. Una cosa que a mi juicio estaba bastante diluida, al menos en Barcelona, antes del procés. Pero ahora el nacionalismo trabaja activamente para enterrar el hecho de clases, de manera que tú terminas votando por afinidad cultural o lingüística a una gente que va en contra de tus intereses sociales y económicos atraído por una supuesta identidad. Y da la sensación de que también afloran movimientos identitarios de signo contrario como el charneguismo, que era una palabra olvidada.

--¿Le parece justificado este inesperado renacimiento del orgullo charnego, presente en el padre de Violeta Mancebo?

--Los estereotipos literarios duran más que las justificaciones sociales. Siempre habrá donjuanes en las novelas y siempre habrá vampiros. Gracias a la fuerza del imaginario de Marsé es una figura literaria que muchas veces recuperamos porque es muy útil. En el caso de Violeta, me interesaba un personaje que cogiera en parte ese estereotipo y de alguna manera lo cambiara, porque ella también es una persona que se deja llevar totalmente por la codicia. Socialmente, ¿está justificado? Yo estoy totalmente en contra de que exista una identidad charnega que te dicte qué música tienes que escuchar, qué libros tienes que leer, pero lo entiendo como una reacción. Cuando hay un grupo que se constituye alrededor del hecho catalán y que te está diciendo lo que tienes que pensar, lo que tienes que decir y lo que tienes que votar para ser un auténtico catalán, pues entiendo que haya gente que se cohesione de manera reivindicativa a la contra. Aunque para mí la salida no es esa. Ninguna identificación identitaria tiene que definir o determinar lo que eres.

--Violeta Mancebo se lanza alegremente a los brazos de la alta burguesía catalanista.

--A mí me interesaba la codicia. Qué motor lleva a gente que lo tiene todo a arruinarse la vida, a vivir con unas complicaciones tremendas. Para mí es incomprensible. El político con reconocimiento social que se hunde por amasar una fortuna no es un fenómeno catalán. En este sentido, Convergència era un partido superespañolazo. Ya hay muchas novelas que ponen el foco en el corrupto, en cómo se hace un corrupto, por eso me interesaba el proceso de cómo también Violeta entra en esa codicia absurda de que cuanto más dinero tienes, más insatisfecho estás. Porque una de las cosas que tiene el dinero es que siempre estás lejos de los que tienen más dinero. Lo presento de una forma satírica pero al mismo tiempo es dramático porque esta gente nos está arrancando recursos a todos nosotros. Es una enfermedad mental y moral que si quieres está ya presente en Molière, en Balzac, en Joyce, en Shakespeare... Pero es que, joder, es a lo que se dedica la clase política mundial. Me gustaba enfocar que eso también puede estar presente en una persona como Violeta.

--Una idea antigua, la del dinero como veneno.

--Mucho. En El corazón de la fiesta el dinero es una voz siempre presente, como un acompañamiento musical, Violeta está constantemente pensando en el dinero. Pero es una experiencia que todos tenemos. Yo mismo cuando me independicé tiraba de la cadena del váter y pensaba: esto es dinero.

--¿Se siente en deuda como escritor con Francisco Casavella?

--Sí. Hay una tradición, que reivindico cada vez más, que es la novela escrita en castellano en Barcelona. Es una novela muy político-social y, al mismo tiempo, muy literaria. Y ahí está desde luego Casavella. Es una tradición clara siendo los autores muy distintos. En este sentido, es un espacio literario donde yo me puedo mover perfectamente. Me parece que es un tipo de literatura que no existe ni en lengua catalana ni tampoco en el resto de España.

--¿Usted siempre ha estado politizado?

--Me he politizado a marchas forzadas. Esta es una novela anti-Gonzalo Torné, responsable por dejación de dejar la vía libre a los políticos y a las estructuras de latrocinio.