Al menos, en esta 33 edición del festival, de perplejas modificaciones teatrales, absurdas en la preeminencia dada a compañías foráneas con actores de rostro televisivo que no logran evitar una sensación de artificio comercial, la clausura con el estreno en España de ´La decisión de John´, por la compañía extremeña Teatro del Noctámbulo --que es desde hace tiempo garantía de calidad, de rigor profesional y de originalidad teatra--, ha sido uno de los dos espectáculos sobresalientes (´2036 OMENA-G´ de Els Joglars ha sido el otro) y, también, el remate perfecto para una noche teatral de esas que transmiten y devuelven esa ilusión al público amante del teatro.

´La decisión de John´, de Mike Bartlett, uno de los nuevos talentos del teatro inglés (en la línea de lo más destacado de O. Wilde y N. Coward), es un sorprendente texto de tema universal que explora la ambivalencia en el amor y la naturaleza humana a través de un vínculo de relaciones, de emociones y de decisiones. La pieza, estrenada con éxito en Londres hace un año, plantea la trama amorosa de un joven dividido entre su pareja, un hombre algo mayor que él, con el que vive desde hace un tiempo, y una mujer, que conoce de manera casual, por la que siente una inesperada atracción sexual. El dramaturgo utiliza con precisión clínica el antiguo juego del triángulo amoroso de desnudamiento de los sentimientos de los personajes, que logra con enorme dosis de realismo escénico, de valoración de la palabra.

La traducción y versión, de Isabel Montesinos, favorece el diálogo que va creciendo paulatinamente en el desarrollo de su problemática y se hace notable e interesante por la oportunidad de las réplicas --de unos personajes puestos en pie con increíble fuerza-- y la agudeza de las observaciones. El texto, en clave de comedia y drama, hace reír, emociona, conmueve, enternece, estruja y mantiene un singular suspense en la decisión que debe tomar el protagonista --¿él o ella?-- hasta más allá del final de la obra.

La puesta en escena está servida por Denis Rafter en un espacio circular donde no hay elementos escenográficos ni utillería. Pero el director hispano-irlandés con minuciosidad de orfebre demuestra su capacidad para crear atmósferas propicias en un espacio vacío donde solo se impone el arte de los actores. Con impecable relojería anglosajona logra que la palabra y la acción estén perfectamente armonizadas en el ritmo, en el logro de los matices de la declamación, en la estricta geometrización de los movimientos tanto radiales como triangulados, que componen el duelo dialéctico que une-separa a los personajes. El montaje alcanza cotas muy altas en la dirección de actores, que se advierte en la organicidad de estos, y multiplicidad de pequeños detalles de valores infundidos, que hacen impacto y resplandecen más allá del tema ubicado en el mundo de las parejas gais y heterosexuales, en donde el teatro no solo es el espejo de unos comportamientos, sino también el examen de lo que el espejo oculta.

El espectáculo resulta fascinante por la interpretación de los cuatro actores que intervienen. Todos están magníficos en el ritmo cadencioso que palpita en las palabras de sus personajes y en el hálito que flota en las situaciones escénicas. José Vicente Moirón, pletórico de vigor dramático, entregado a la luz de la obra donde dibujar una línea depurada de intensidad emocional, borda su historia de amores compartidos en medio de una tormenta de dudas. Exhibe su amplio registro de matices, de inflexiones de voz, de capacidad corporal, recursos con los que construye su John para completar una interpretación insuperable, absolutamente cautivadora y magnética. Gabriel Moreno (Hombre), destaca dando entonada réplica a Moirón, sacando a relucir su raza de buen actor para poner en pie su papel de homosexual angustiado, en un brillante juego escénico de diálogos donde sabe expresarse armonizando el conjunto de modo progresivo y enriquecedor. Isabel Sánchez (Mujer), concilia belleza y muy sensibles matices expresivos, interpretando con solemne frescura y veracidad a la novia de John. Logra momentos intensos de humor astuto y dolor emocional. Y Javier Magariño, que hace de padre egoísta del homosexual, actúa su parte con autoridad consiguiendo el buen trabajo, orgánico, serio y en profundidad.

La función, que atrapó al público desde el principio hasta el final, manteniéndolo con un silencio hierático, recibió cálidos aplausos.