Para David Trueba (Madrid, 1969) el éxito es una cuestión relativa, sobre todo si para alcanzarlo tienes que perder tu libertad creativa por el camino. Por eso, después de Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013), su película más comercial y también la más premiada, ha preferido regresar con un trabajo pequeño, modesto y hecho- desde la más absoluta independencia. En Casi 40 recupera a Lucía Jiménez y Fernando Ramallo, los que fueran protagonistas de su ópera prima, La buena vida (1996), para configurar, a través de su reencuentro, una crónica en torno al desencanto generacional. Entre canciones, conversaciones y un inevitable poso de nostalgia.

-Al recuperar a los personajes de ‘La buena vida’ parece como si quisiera cerrar con ellos un círculo.

-Cuando empezamos a rodar, Lucía y Fernando me preguntaron cuál era la relación entre ambas películas. Y yo les dije que tanto su trabajo como el mío no era cerrar puertas, sino abrirlas. Muchos espectadores recordarán esa película y establecerán comparaciones, pero otros no, y yo quería que la historia fuera independiente.

-Entonces, no ha querido hacer un Linklater (como ‘Antes del amanecer’, ‘Antes del atardecer’ y ‘Antes del anochecer’).

-No, no. Es que no me gustan las segundas partes. No me interesa prolongar un universo cerrado. Los James Bond de los años 60 son iguales que los de ahora. Y eso no ocurre en este caso.

-A veces no se sabe si los personajes de la película son los propios Lucía Jiménez y Fernando Ramallo o si habla usted mismo por su boca.

-Supongo que eso ocurre porque tanto ellos como yo estamos expuestos y la gente puede establecer una fácil identificación. Si fuera una película de superhéroes, todo el mundo interpretaría que los actores están haciendo un papel. Pero en realidad en este caso es lo mismo. Escribí el guion en función de ellos y eso resultó determinante. Buscaba una contraposición de personalidades ¿Dónde estoy yo? En cada uno y en ninguno en realidad.

-La película se configura precisamente en torno a la dialéctica entre ambos personajes alrededor de una serie de temas.

-Era uno de los puntos fundamentales. Más que verter opiniones, tenían que tener dos actitudes ante la vida, pero también frente al pasado, el núcleo neurálgico de la película. Él lo ha idealizado hasta el punto de justificar su fracaso y sus carencias en el presente y ella ha adoptado una actitud más pragmática ante todo, resolviendo los problemas que tiene como puede. En realidad, puede que se haya construido una fachada, porque todas las personas inteligentes se encuentran insatisfechas. Pero me interesaba hablar del pasado como ejercicio de manipulación, primero personal y luego también social.

-De nuevo ha vuelto a utilizar el género de la ‘road movie’ para articular la película, ¿por qué?

-Quería establecer una intimidad entre los personajes, que la vida cotidiana no interviniera en absoluto. Cuando estás obligado a convivir un tiempo de esa forma, cambia por completo la intensidad de la relación. El viaje desnuda mucho más de lo que creemos.

-¿Quería hacer un retrato generacional?

-Me cuesta mucho esa definición. Yo quería que los personajes hablaran de algunas cosas claves para su generación. Por ejemplo, de la destrucción de la clase media en la sociedad, pero también en el mundo artístico. Porque ahora o tienes un éxito apoteósico o nada. Vivimos en un mundo de extremos y de monopolios. Y luego está la convivencia con la corrupción en todos los ámbitos, no solo en política, sino también en el entorno laboral más pequeño, con tanta mezquindad. Es interesante, porque en mi generación llegábamos a los 40 con la vida supuestamente resuelta y la crisis consistía en mandarlo todo al carajo porque te sentías asfixiado. Pero la gente que llega ahora a los 40 no ha podido resolver nada porque todo ha quedado eternamente aplazado. Tendré un hijo, alguna vez me contratarán… Llegan cogidos con alfileres, por lo tanto, se trata de una crisis totalmente diferente.

-¿Se consideraría entonces más nostálgico o pragmático?

-Yo creo que esta película demuestra mi pragmatismo. No me he quedado lamentándome en mi casa, sino que me he puesto a rodar. Es mejor poner la carrera en riesgo que seguir alimentando el pedestal de prestigio en el que crees estar después de ganar premios. Hay que volver a salir a la arena porque si no, estamos jodidos. La peor nostalgia es la de uno mismo.

-¿Cada vez cuesta más mantener la libertad creativa?

-O te adscribes a lo que se lleva o si no, comienzas a ser un bicho molesto. A medida que te haces mayor vas perdiendo la paciencia para escuchar según que cosas de gente que te dice lo que tienes que hacer. Se supone que esto siempre ha sido así, pero hay una diferencia. Ahora hay una aceptación por parte del público de que no hay censura ni control y es totalmente falso. Es como el machismo, no es el mismo de nuestros padres, es otro, muta. Pero existe.